Acceda a todo nuestro contenido especial sobre la FILBo 2019 haciendo clic aquí. PRÓLOGO El corazón de la oscuridad: una mirada crítica a una obra mística y colonialista   “…toda esa misteriosa vida de la selva que se mueve en los bosques, en las junglas, en los corazones de los hombres salvajes. No hay iniciación que valga para semejantes misterios”. Joseph Conrad, El corazón de la oscuridad   “En último término, el abandono de pensamientos malsanos debe ser en sí mismo su propia y única recompensa”. Chinua Achebe, Una imagen de África El corazón de la oscuridad es un clásico de la literatura inglesa y de la tradición occidental europea en general. Por lo mismo es un libro que ya ha sido traducido numerosas veces al español e incluso contamos con varias traducciones hechas por autores colombianos en los últimos años. Entonces, ¿qué amerita o qué justifica publicar una nueva traducción de este relato escrito hace más de 120 años, en 1899? Cada traducción es una visión única e irrepetible del texto original, que destaca los aspectos por los que el traductor siente más interés o afinidad. En la mayoría de casos esa afinidad o ese interés se manifiestan de manera implícita, a través de escogencia de palabras claves (por ejemplo, el “oscuridad” del título, que tradicionalmente ha sido traducido por “tinieblas”, para evocar la connotación infernal que esa palabra tiene en inglés) o de una construcción de frases que le da cierto protagonismo a unas ideas sobre otras, que hace énfasis en unas de las sensaciones narradas en particular, que destaca algunos de los giros estilísticos y recursos formales del original. En el caso de esta edición, a las preferencias implícitas y muchas veces inconscientes del traductor se añade un interés explícito por dos elementos que se intentan explorar a profundidad en el cuerpo de notas que acompaña el relato escrito por Joseph Conrad y, de forma menos directa, en las ilustraciones que lo complementan. Por un lado se quiere brindar un contexto amplio del macabro proyecto colonizador de Bélgica en el Congo al suministrar un conjunto de informaciones básicas sobre las fuentes de la historia: La experiencia del mismo Conrad en África, la creación y desarrollo del Estado Libre del Congo bajo el mando de Leopoldo II, las dinámicas violentas a través de las cuales éste saqueó, esclavizó y, finalmente, redujo a la población congoleña a la mitad en lo que hoy en día se reconoce claramente como uno de los primeros genocidios de la historia moderna. Estas informaciones básicas se complementan en algunos casos con referencias a la ideología imperialista, patriarcal y capitalista de quienes practicaron esas dinámicas violentas y, paradójicamente, en algunos casos también de quienes pretendían denunciarlas y acabarlas, como el mismo Conrad y personajes históricos como Edmund Dene Morel. También puede leer: ‘Memorias de un hijueputa’, la nueva novela de Fernando Vallejo Considero que ambas cosas son de fundamental importancia para nosotros, los colombianos, pues tanto las dinámicas violentas de explotación y genocidio que se realizaron en el Congo Belga, como la ideología imperialista, patriarcal y capitalista que las subyacía y las justificaba, se replicaron en la infame explotación del caucho en nuestra tierra, que condujo al genocidio de las poblaciones Bora, Huitoto, Muinane y Ocaina en un episodio de nuestra historia al que no nos hemos enfrentado enteramente todavía. Si bien en la novela de Conrad el foco de explotación es el marfil, tres años después de que él abandonara África el caucho pasó a ser el principal producto de exportación del Estado Libre del Congo y, por consiguiente, el motivo de innumerables casos de mutilación, tortura, violencia sexual, esclavización y asesinato; lo que hermana al río Putumayo con el río Congo en un historial de violencia que en ambos casos tuvo a la sangre de las víctimas del capitalismo salvaje como protagonista principal y al irlandés Roger Casement como personaje secundario. En efecto, como Marlow en la novela de Conrad, como Arturo Cova en La vorágine, Casement fue en el Congo y en el Putumayo el testigo silencioso de los horrores a los que puede desembocar fácilmente la economía extractiva. Y también como ellos, Casement se erigió posteriormente como el narrador de estas atrocidades ante una audiencia igualmente “blanca” y de origen europeo, que se escandalizaría y ayudaría a ponerles fin a través de la presión que sólo puede ejercer la opinión pública, consciente sólo a medias de que fue al abrigo de sus instituciones políticas y económicas que se cometieron esos crímenes. Tanto Casement, como Conrad y Marlow y, de hecho, como la mayoría de los colombianos, pueden hacer suyas las palabras con las que Arturo Cova abre la novela a través de la cual José Eustasio Rivera quería denunciar los crímenes cometidos por las empresas caucheras en el Amazonas: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”. Por otro lado, el segundo elemento de la novela de Conrad que el cuerpo de notas y las ilustraciones que acompañan el texto apuntan a descubrir, es la importante dimensión esotérica del relato, en consonancia con los intereses de la casa editorial en la que tenemos el privilegio de publicar esta edición. Como intento demostrar en varias de las notas al texto, la novela de Conrad está profundamente influenciada por el pensamiento filosófico de Arthur Schopenhauer, que consideraba que el mundo tiene dos maneras de ser: Una forma representativa, fenoménica, que conocemos a través de nuestros sentidos perceptuales (y que de tal forma es accesible a todo el género humano) y una forma más profunda, oculta a la percepción, que él denomina voluntad. Esta voluntad, eterna y amorfa, que subyace al mundo fenoménico, se manifiesta parcialmente en el ámbito emocional y pasional de la humanidad, pues es el impulso ciego que está a la base de todos nuestros deseos y nuestras acciones, aunque no seamos completamente conscientes de él. En la medida que esta dimensión de la existencia no está presente de manera obvia en nuestra vida cotidiana, sólo ciertos iniciados en el pensamiento filosófico o en experiencias transcendentales de tipo religioso o traumático (como es el caso de los personajes principales de El corazón de la oscuridad), pueden tomar consciencia de su incidencia sobre el mundo y ver a través del “velo de Maya” la terrible verdad que el mundo de los sentidos nos oculta: “El misterioso diseño de una lógica inclemente esbozada para un propósito fútil”, como Marlow, el narrador secundario del relato acá traducido, lo articula en un momento cúspide de la novela. Es por esto que tanto la obra de Schopenhauer como la novela de Conrad se han prestado a lo largo de su historia para innumerables interpretaciones esotéricas, pues el conocimiento que pretende sugerir es del mismo material vago, indefinido y ambiguo que teje la mayoría de los conocimientos esotéricos, accesibles sólo a unos pocos, quienes usualmente han tenido que pagar un alto precio para llegar a él, después de buscarlo en regiones inalcanzables para una existencia ordinaria, como lo es la cercanía con la muerte o los roces con la oscuridad, simbólica y real. También le puede interesar: Libros de ficción: la lista ARCADIA de la FILBo Ahora bien, esta dimensión esotérica de la novela de Conrad está conectada con uno de los aspectos más problemáticos de su obra, a saber, el profundo racismo que de manera ambivalente se manifiesta en varios fragmentos de su prosa. En efecto Conrad articula el dualismo metafísico de Schopenhauer en esta novela en torno a la estructura colonialista de la civilización enfrentada a un salvajismo originario, del cual se ha distinguido a través de una evolución histórica – la del pueblo europeo – aunque quizás, como lo sugieren algunos pasajes de la novela, tan sólo de manera superficial y tremendamente hipócrita. Creo que es de fundamental importancia evidenciar este aspecto problemático del relato de Conrad, pues desde que el célebre escritor nigeriano Chinua Achebe señaló la forma en que Conrad reduce a los personajes africanos a ser una categoría metafísica que se contrapone a sus personajes europeos, considero que es un deber de toda edición de esta obra hacerle frente al racismo implícito en ese gesto, para evitar así la perpetuación de categorías históricas que insidiosamente nos han llevado a la violenta explotación de otros seres humanos y de otros seres vivos. Como dice Anthony Fothergill en uno de sus ensayos sobre El corazón de la oscuridad, “podemos tomar consciencia del grado al que las proyecciones de nuestra propia imaginación, nuestras propias contradicciones, buscan hacer del Otro la imagen negativa de nosotros mismos” (Norton, p.454). Por último sólo me queda agradecer el enorme apoyo que me posibilitó llevar a cabo este proyecto: a Francisco Giraldo, cuyas conversaciones acerca de las posibilidades de acceder al Otro sin violentarlo me llevaron a iniciarlo; a Ruben Hordjik, quien me impulsó a profundizar en él al compartir conmigo sus conocimientos de la literatura post-colonialista; a Carlos Gómez, cuyos grabados superaron con creces mis expectativas de dotarlo de otra dimensión artística; a Juan David Correa y Álvaro Robledo por abrirme las puertas de su editorial, y a Christopher Tibble por llevarme a ellas; y finalmente a Camila Peñuela Hoyos, cuya paciente revisión de mis notas y cuya invaluable compañía me permitieron culminar de la mejor manera posible este trabajo al que le he dedicado varios años de mi vida.