La tumba de Edgar Poe Tal como al fin el tiempo lo transforma en sí mismo,el poeta despierta con su desnuda espadaa su edad que no supo descubrir, espantada,que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo,que en él la antigua lengua nació purificada,creyendo que él bebía esa magia encantadaen la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.Si, hostiles alas nubes y al suelo que lo roe,bajo-relieve suyo no esculpe nuestra mentepara adornar la tumba deslumbrante de Poe,que, como bloque intacto de un cataclismo oscuro,este granito al menos detenga eternamentelos negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.AngustiaHoy no vengo a vencer tu cuerpo, oh bestia llenade todos los pecados de un pueblo que te ama,ni a alzar tormentas tristes en tu impura melenabajo el tedio incurable que mi labio derrama.Pido a tu lecho el sueño sin sueños ni tormentoscon que duermes después de tu engaño, extenuada,tras el telón ignoto de los remordimientos,tú que, más que los muertos, sabes lo que es la nada.Porque el Vicio, royendo mi majestad innata,con su esterilidad como a ti me ha marcado;pero mientras tu seno sin compasión recataun corazón que nada turba, yo huyo, deshecho,pálido, por el lúgubre sudario obsesionado,¡con terror de morir cuando voy solo al lecho!