Suena obsoleto de verdad el título de esta columna. Desde hace ya mucho tiempo ese clamor, entre ingenuo y fascista, para que cayera del poder una clase social por el hecho de ser propietaria de los medios de producción, se borró casi del todo del discurso político de la izquierda mundial. Pero el análisis de lo que la clase dirigente colombiana ha hecho del país hace que uno se ponga a pensar si no era demasiado apresurado descartar de la jerga política esa consigna. Es difícil establecer un método eficiente para analizar si una clase dirigente se ha desempeñado bien o mal gobernando al país a través de la historia, porque salvo el principio abstracto de que un dirigente debe buscar el bienestar de su pueblo, no hay normas específicas sobre lo que un gobernante debe hacer o dejar de hacer para convertir el suyo en un buen gobierno y no en uno malo.Pero basta con echar un vistazo a la realidad colombiana en los distintos campos para llegar a la conclusión de que es difícil _tal vez imposible_ encontrar una clase gobernante más incompetente que la colombiana.Qué aspecto quieren que miremos: ¿La paz con la insurgencia? No. En esa materia el fracaso es criminal. Ni los gobiernos de centro derecha, ni los de centro-izquierda, ni los de centro centro, ni los de derecha-derecha han hecho nada distinto a dejar el país más incendiado de lo que lo recibieron. Y ninguno de los planteamientos posibles, desde inversión social hasta represión salvaje (según el ángulo ideológico de cada cual), han sido aplicados con mediana seriedad.¿Y que tal la justicia? Peor. Basta con señalar que los que se supone que saben de eso dicen que en Colombia hay un 95 por ciento de impunidad (entre paréntesis, no entiendo cómo se puede cuantificar eso, pero bueno), lo que nos ubica entre los países más torpes del planeta en el manejo de lo único en lo que todo el mundo está de acuerdo en que debe funcionar perfecto para que la convivencia se pueda llamar civilizada.Hablemos entonces de la violencia. ¿Con qué cara se puede asomar al segundo milenio una nación que ostenta el vergonzoso título de ser la comunidad más salvaje del mundo? Nos da tanta pena ser así, que le atribuimos nuestro canibalismo a las tribus casi vegetarianas de la América prehispánica o, incluso, a la perturbación que produce en el cerebro la altura excesiva de Bogotá.¿Niveles de inflación? ¿Cifras de pobreza? ¿Redistribución de la riqueza? ¿Indices de crecimiento? Todas estas materias, en las cuales llegó un momento en que teníamos ciertas ventajas comparativas en nuestra región, se están quedando poco a poco detrás de casi todos los países latinoamericanos. La luz al otro lado del túnel estaba en la educación. Se suponía que la gran inversión estaba en las nuevas generaciones, capacitadas a través de un sistema académico que mostraba un alto índice de escolaridad, mejor que el de muchos países similares al nuestro. Y mejor aún con la nueva tendencia mundial a descubrir que la mala educación es uno de los factores que más incide en la marcación de la diferencia entre ricos y pobres.Pues resulta que no solo no es así sino que es todo lo contrario: vamos camino a otro campeonato mundial. El Programa de Promoción de la Reforma Educativa en América Latina acaba de mostrar un informe dramático sobre el particular. Según éste, en Colombia la diferencia de la calidad educativa de los ricos y los pobres es muchísimo mayor que en países como Argentina, Venezuela, Costa Rica, incluso que República Dominicana, y el gasto en educación en nuestro país es bastante más bajo que el promedio de toda la América Latina en los últimos 10 años.Esto, en plata blanca, significa no solo que cada día que pasa estamos mucho más lejos de la solución de nuestros problemas esenciales (y no más cerca, como nos dicen nuestros dirigentes), sino que la gran inversión hacia el futuro ha sido la de agravar aún más los males del pasado.Por este camino no estamos lejos del momento en que veamos con envidia a todas las clases dirigentes del continente, incluida la haitiana. Y como gran solución a todos estos males, le estamos proponiendo al país que vote otra vez para presidente por un conservador o por un liberal. ¡Bravo!