La vida cotidiana cambió en los últimos días de las negociaciones entre el gobierno y las Farc. La rutina se había vuelto tediosa y, sobre todo, ineficaz, y por primera vez las dos partes coincidían en que había que acelerar el trabajo para cerrar el acuerdo. Faltaba mucho en cantidad y complejidad de los temas, pero al mismo tiempo ya estaba claro cuál era el punto de llegada: el fin de la guerra. La propuesta gubernamental de cambiar el método de trabajo fue entonces bien recibida por las Farc, y se puso en marcha.Todo fue diferente. Después de buscar un lugar alternativo para la sede de las negociaciones, a tres horas de La Habana, la Cancillería logró que el gobierno cubano abriera otro lugar en El Laguito para concentrar a las dos delegaciones en un cónclave: esa imagen vaticana en la que los cardenales se concentran bajo llave hasta que producen humo blanco. En este caso significaba dejar el Palco (Palacio de Convenciones) donde durante cuatro años se habían llevado a cabo los diálogos de paz con un protocolo rígido –necesario en un comienzo, pero agotado para el final-, que buscaba no solamente lograr un acuerdo, sino un buen acuerdo.Los diálogos se mudaron a una nueva casa en ese barrio que perteneció a la oligarquía cubana antes de la revolución y que desde entonces el gobierno administra para recibir a huéspedes extranjeros. Se trataba de la mansión en la que normalmente se alojan los presidentes que visitan Cuba. En ella había más espacio, una sala grande y varias pequeñas que sirvieron de escenario para dejar atrás las reuniones mañaneras de 9 a 1, en las que las delegaciones de paz del gobierno y de las Farc intercambiaban sesudos documentos que después en las tardes, cada uno por su lado, analizaban en reuniones internas para al día siguiente expresar a la contraparte sus reflexiones. El esquema funcionó durante cuatro años.Pero ahora requería un método de trabajo más ágil. El cambio del lugar trajo consigo nuevos rostros. El presidente Juan Manuel Santos envió a los ministros del Interior, Juan Fernando Cristo, y al consejero para el posconflicto, Rafael Pardo, y tres académicos cercanos a las Farc –Darío Fajardo, Jairo Estrada y Víctor Manuel Moncayo- estuvieron disponibles para las consultas necesarias. Los facilitadores Iván Cepeda y Álvaro Leyva nunca se sentaron a la mesa, pero fueron y llevaron mensajes que contribuyeron a despejar el camino de la recta final.El cónclave comenzó con una especie de plenaria que a algunos les generó optimismo y a otros escepticismo. Había demasiados puntos pendientes que serían imposibles de chulear en reuniones tan amplias antes de la fecha final fijada por el presidente Santos: el lunes 22. Por eso acordaron dividir el grupo en tres comisiones para tratar por separado el núcleo de la tarea: verificación y acompañamiento internacional, reincorporación de las Farc a la vida legal y participación de los excombatientes en política. Por parte del gobierno, en ellas se sumaron los nuevos relevos –María Ángela Holguín, Rafael Pardo y Juan Fernando Cristo- en compañía de los plenipotenciarios de siempre. Humberto de la Calle resolvía cuestiones puntuales y consultó con frecuencia inusitada el presidente Santos. Sergio Jaramillo, después de una gestión en Nueva York para asegurar que la Asamblea General y no el Consejo de Seguridad tratara los asuntos de reincorporación –en la que logró su objetivo-, finiquitó con Álvaro Leyva el texto del preámbulo del acuerdo, donde se explican los conceptos y alcances de las 297 páginas siguientes.También modificaron el método de trabajo. Para la extensa agenda aún pendiente no hubo intercambio de documentos sino diálogos y, una vez aproximados los pactos, los asesores los redactaban –en largas jornadas nocturnas– mientras los plenipotenciarios continuaban con la lista de pendientes. El sistema funcionó, pero a medida que se acercaba la hora señalada quedó claro que el tiempo no sería suficiente. Humberto de la Calle obtuvo del presidente Santos 24 horas adicionales.No solo se había transformado el esquema de trabajo. También se modificó la atmósfera. El hecho de que las dos delegaciones, por primera vez, compartieran el mismo lugar permitió que brotaran elementos de informalidad que distensionaron el clima. En el fin de semana, con el propósito de evitar demoras y ahorrar tiempo, la canciller Holguín arregló la llegada del almuerzo para todos. Y por primera vez en cuatro años, las delegaciones compartieron mesa, no de negociaciones sino de manteles. Ya para entonces la rigidez protocolaria fue cambiando y todos se sentaron entremezclados.Una informalidad más relajada había empezado a presentarse desde la llegada de la canciller, hace 18 meses, y de Roy Barreras, hace cuatro. Y durante el cónclave algunas circunstancias permitieron más acercamientos de tipo personal. El senador Barreras, médico de profesión, comenzaba la jornada con una visita a la casa en la que se ha alojado la guerrilla, para revisar un tratamiento que se adelanta Camila Cienfuegos, la pareja de Pablo Catatumbo. Era la primera vez que un miembro del gobierno ingresaba a la casa de las Farc. Y el viernes 19 en la mañana, a pesar de los afanes y de la escasez de tiempo, el trabajo se detuvo por un instante. Y los presentes, todos juntos –plenipotenciarios de ambos lados, ministros recién llegados y académicos incorporados– se encontraron ante una pantalla gigante instalada en la sala principal. Compartieron y gozaron el triunfo de Mariana Pajón en los Juegos Olímpicos, medalla de oro que subió el ánimo conjunto.Porque hubo altibajos. Por instantes, algunos de los asistentes pensaron que no se lograría el objetivo –terminar antes del lunes o, con la prórroga, del martes– y que los ministros regresarían a Bogotá. Pero al terminar la jornada del martes Iván Márquez apareció por primera vez con Timoleón Jiménez. El jefe de las Farc había permanecido en un cuarto lateral. Ni en el cónclave, ni antes, Timoleón se había sentado en la mesa –Iván Márquez presidió la delegación de paz de las Farc- hasta el punto de que algunos de los miembros del equipo del gobierno no lo conocían o solo lo habían visto en las dos oportunidades –23 de septiembre y 23 de marzo– en las que el presidente Santos había viajado para reunirse con él.“Parece que hay humo gris”, dijo Timochenko, y De la Calle lo contradijo con humor: “Hay humo blanco”. Una fotógrafa registró el momento, a petición del líder de las Farc que se veía contento y que dijo que “había que registrarlo”. Porque es curioso que en el extenso periodo de diálogos casi no hubo una sola imagen de las jornadas de negociación. Siempre hubo la misma foto: De la Calle y Márquez, cada uno en un lado y lejos del otro, acompañados de sus delegaciones, a la entrada y salida de los salones del Palco.El cónclave, en cambio, dejó muchas fotos. Algunos, de reuniones en comisión, se utilizaron en redes sociales para denunciar que había protagonistas de primera y de segunda, y algunos excluidos. Lo que hubo fue un cambio de papeles para todo el mundo. En la delegación oficial sorprendió la actitud constructiva de Jesús Santrich, la biblia de los acuerdos en las Farc y hace meses considerado radical e inflexible. En la posibilidad de terminar la negociación también contribuyó poner algunos de los puntos en manos de la comisión que hará seguimiento de los acuerdos. Las jornadas fueron frenéticas, pero en todo caso produjeron resultados. Fue, en una palabra, un cónclave con humo blanco.