Brasil registró el número de incendios forestales más elevado desde 2013, cuando el Instituto de Investigaciones Espaciales (Inpe) comenzó a hacer estas mediciones. De enero a agosto de 2019 hubo más de 74.000 conflagraciones: 83 por ciento más que el año anterior. Pero los incendios en la Amazonia no afectan solo a Brasil. Países como Bolivia, Paraguay y Perú también están en emergencia. Y dispararon las alertas en el resto del mundo ante la cantidad de emisiones de dióxido de carbono que liberan a la atmósfera. La selva amazónica está dejando de ser el pulmón del mundo para convertirse en una gran chimenea.

La crisis ambiental es global. Los efectos de la deforestación y quema de la selva más grande del mundo se reflejan en otros continentes. De ahí que el tema hizo parte de la agenda principal de la reunión del G7. Allí Francia, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Italia, Japón y Reino Unido, además de la Unión Europea acordaron destinar 22 millones de dólares para combatir el fuego y reforestar el bosque perdido. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, inicialmente no quiso recibir el aporte y las redes sociales terminaron en un intercambio de mensajes entre él y su homólogo francés Emmanuel Macron. Luego de varios trinos decidió aceptar el apoyo. El boliviano Evo Morales, por su parte, paró su campaña de reelección para buscar soluciones a la tragedia. Los incendios, entonces, también encendieron una lucha política en la que enfrentar la emergencia climática es el caballo de batalla de algunos líderes para subir su popularidad, o por el contrario ganar más adeptos en los sectores desarrollistas. Ese parece ser el caso de Bolsonaro, a quien respaldan ganaderos y agricultores.

Las temporadas de sequía aumentan la vulnerabilidad de incendios en la cuenca amazónica. No obstante, todo parece indicar que en Brasil y Bolivia, las actuales conflagraciones obedecen a acciones puntuales lideradas por los propios gobiernos. Según le dijo la activista ambiental boliviano, Jhanisse Daza, a la BBC, Evo Morales firmó un decreto en julio en el que permitía a los ganaderos provocar incendios para expandir los pastizales. Así mismo, a Bolsonaro lo acusan de dar incentivos a ganaderos y agricultores para que expandan la frontera agrícola. Eso ha aumentado la deforestación y los incendios como consecuencia directa. Primero tumban los árboles y cuando están secos los queman, pues como explicó el profesor y experto en cambio climático, Paulo Artaxo, dado que sacar la madera desde lugares tan remotos en la selva es muy difícil, “quemarla resulta más fácil”. Brasil es el mayor exportador mundial de carne de res. En 2018 vendió al exterior 1,64 millones de toneladas. Y las políticas antiambientalistas no paran. El pasado 27 de agosto, un comité del Congreso brasileño aprobó una enmienda constitucional que permite la agricultura industrial en las reservas indígenas, una práctica hasta entonces prohibida. Tras la aprobación del Comité de Asuntos Constitucionales y Jurídicos de Brasil, la propuesta pasará ahora a una comisión especialmente formada para considerarla. ¿Para qué quieren la Amazonia? Según varios investigadores y organizaciones, los depredadores deforestan para disponer de tierras que permitan economías basadas en la ganadería y los cultivos de soya. Rómulo Batista, investigador de GreenPeace dijo que “la ganadería extensiva es el principal factor de deforestación en el Amazonas. Un poco más del 65 por ciento de la tierra deforestada ahora es para pastoreo”.

Brasil es el mayor exportador mundial de carne de res. Sus ventas al exterior alcanzaron un récord de 1,64 millones de toneladas en 2018, según la Asociación Brasileña de Industrias de Exportación de Carne. China, Egipto y la Unión Europea son sus principales mercados. Detrás de este primer lugar, hay 20 años de crecimiento. Entre 1997 y 2016, por ejemplo, este país aumentó sus exportaciones de carne de res 10 veces, tanto en peso como en valor.

Las actividades agrícolas representan alrededor de 6,5 por ciento de la superficie deforestada. Brasil, que ya era el mayor exportador de soya del mundo, alcanzó un nivel récord de ventas al exterior en 2018, con 83,3 millones de toneladas: un 22,2 por ciento más que en 2017, según el Ministerio de Economía. Este desempeño se debe principalmente al apetito de China, el primer cliente de soya brasileña, sobre todo la genéticamente modificada. Las exportaciones de soya brasileña a China aumentaron casi un 30 por ciento el año pasado, y este fue uno de los primeros cultivos que entraron a la selva amazónica. Europa también compra la soya brasileña, que utiliza para la alimentación animal, según Greenpeace. La ONG denunció en junio una “adicción” europea a estas exportaciones del grano de América del Sur, utilizado en particular para granjas industriales. El mundo reacciona por la Amazonía Conscientes de que la cadena de producción de la soya o la carne podría acabar con las selvas del mundo, Noruega, por ejemplo, decidió empezar a evaluar el efecto que tienen sus importaciones. El ministro de clima y bosques de esa país, Ola Elvestuen, reunió esta semana a varias de sus más grandes empresas que trabajan en Brasil para pedirles asegurarse de tener cadenas de producción libres de deforestación. No menos de 200 empresas noruegas están en el país carioca, entre ellas la productora de aluminio Norsk y la petrolera Equinor ASA.

A la reunión también asistieron miembros de la academia y representantes de organizaciones ambientales. El llamado de Elvestuen se entendió como una señal no solo a las empresas noruegas sino también al mundo acerca de comprar y consumir productos con procesos que atenten contra los bosques. El fondo de pensiones KLP también estuvo presente. Este fondo, al igual que Storebrand ASA, investiga acerca de las empresas que pudieran tener algún tipo de responsabilidad en los daños que actualmente padece la Amazonia por los incendios. Este último dijo que los principales impulsadores de la deforestación de la selva son los ganaderos, los cultivadores de palma, soya y los madereros. Igualmente, el más grande criadero de salmón del mundo, Mowi, dijo que dejará de comprarle soya a Brasil, a menos que el Gobierno demuestre voluntad política de proteger los bosques tropicales del país. Los voceros de Mowi arremetieron contra el presidente Bolsonaro, al que califican de cómplice y aliado de los deforestadores del país. Noruega ha sido uno de los mayores aportantes a la protección de la Amazonia en Brasil a través del Fondo Amazonas que ha recibido unos 1.200 millones de dólares en la última década. Sin embargo recientemente Oslo anunció la suspensión de los aportes luego de que Brasil bloqueó las operaciones de un fondo que recibe la ayuda. Un futuro poco alentador para la Amazonia Brigitte Baptiste, exdirectora del Instituto Humboldt en Colombia, dijo que se necesitan por lo menos 200 años para que algo de lo que ha sido destruido se regenere. Los procesos naturales de lluvia y sequía seguirán, estos últimos generando estrés hídrico y un aumento en el riesgo de conflagraciones. Y si a ello se le suman políticas y práctica de quema, los bosques no van a volver. En Colombia esta problemática no es menor y tampoco es distinta. De acuerdo con datos de diversos sistemas de monitoreo, se estima que en 2018 fue más lo que se quemó que lo que se deforestó. Los datos indican que la Amazonia colombiana puede haber perdido por conflagraciones 200.000 hectáreas, y 135.000 por deforestación.

Información del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi), señala que el 12 por ciento del territorio amazónico colombiano presenta una alta ocurrencia de incendios. Y que los departamentos más impactados por esta situación son Putumayo, Guaviare y Caquetá, así como la parte sur de Vichada y Meta. De acuerdo con un texto publicado por el propio instituto en la revista Colombia Amazónica, las mencionadas áreas registran más del 90 por ciento de los focos de calor durante el año y el 95 por ciento del área total de cicatrices de quema. Es decir, los parches que indican que allí hubo un incendio. Según el informe, en 2018 se registraron 38.950 focos de calor, lo que representó un aumento del 43 por ciento. Los análisis del instituto también muestran que la mayoría de zonas con anomalías térmicas se ubicaron en la parte norte de la región. Eso está relacionado directamente con la expansión registrada por la frontera agrícola en los últimos años.