Hace cinco años los medios de comunicación mostraron el horror que se vivía en Ruanda, un pequeño país africano que se convirtió en escenario de una de las masacres étnicas más grandes de este siglo. Más de un millón de muertos y cerca de tres millones de refugiados fueron el resultado del enfrentamiento entre las tribus tutsi y hutu, dos pueblos que, a pesar de haber convivido durante años, resultaron destruyéndose por conquistar el poder político. Como consecuencia del conflicto la organización social se desmembró y las familias que durante años habían sido amigas se aniquilaron entre sí por el simple hecho de pertenecer a la tribu contraria. Entre abril y julio de 1994 las ciudades se transformaron en cementerios y el pueblo, alimentado de odio y venganza, se dejó arrastrar por la violencia .Pero no todos los ruandeses querían masacrar a sus vecinos. Algunos no estaban de acuerdo con el exterminio y abogaban por una convivencia pacífica. A este grupo pertenecían Marcelino Mugabe, de la etnia tutsi, y Fabián Gasigwa, hutu, dos seminaristas jesuitas de 27 años que dejaron a un lado sus rencores tribales para trabajar por la reconstrucción de su país. Sin embargo las lecciones de tolerancia las han tenido que practicar a miles de kilómetros de su tierra, pues desde hace año y medio viven en Colombia, en donde adelantan estudios de filosofía en la Universidad Javeriana.Inmersos en una sociedad que les es totalmente ajena, Marcelino y Fabián se han visto obligados a estrechar sus lazos afectivos y aceptar que, más allá de ser tutsi o hutu, son seres humanos.Durmiendo con el enemigoSi bien la fe católica ha sido la responsable de este cambio de actitud, lo cierto es que poner la otra mejilla no ha sido nada fácil para estos jóvenes, pues cuando se ha vivido en carne propia el horror de la guerra es posible hablar de perdón mas no de olvido.Así lo manifiesta Marcelino quien, a pesar de no guardar rencor contra sus antiguos enemigos, no puede negar el hecho de que los hutus asesinaron a su familia y se ensañaron contra él. "Una vez en el colegio mis compañeros quisieron matarme a golpes por el simple hecho de ser tutsi. Los que corrieron igual suerte que yo decidieron unirse a la guerrilla para cobrar venganza y matar a sus agresores", sostiene.En ese entonces Fabián y Marcelino ya se conocían y aunque el primero no maltrató a ninguno de sus amigos tutsis, hoy en día reconoce que era fácil caer en la barbarie. "En una época yo tuve un sentimiento antitutsi. La radio decía que había que aniquilarlos o de lo contrario ellos nos matarían a nosotros". Debido al recrudecimiento de los combates, los dos seminaristas fueron trasladados por la comunidad jesuita al Zaire (hoy República del Congo) para que terminaran allí su preparación. Sin embargo su aventura apenas comenzaba ya que en 1996 Mobutu Sese Seko, entonces dictador de Zaire, ordenó la expulsión de todos los refugiados como represalia a la ayuda que el ejército ruandés le prestó al golpista Laurent Kabila. El destino los hizo regresar a Ruanda, en donde estuvieron un par de semanas, hasta que la orden los envió a España y de allí a Colombia, un lugar que les llamó la atención porque, al igual que su patria, se consume en una violencia sin sentido. "Aunque son conflictos diferentes, las consecuencias son similares. Después de una guerra los países quedan destruidos y todos, sin importar el bando, son víctimas", asegura Fabián. Mientras llega la hora del regreso los jóvenes repasan la tragedia de su país y esperan que su historia sirva de ejemplo para que hutus y tutsis, así como todos los que libran luchas fratricidas en el mundo, vuelvan a vivir como hermanos. nViolencia irracionalContrario a los demás conflictos bélicos la guerra entre tutsis y hutus no tiene fundamentos religiosos, territoriales ni culturales. Las dos tribus mantuvieron una coexistencia pacífica en la región que hoy comprende Ruanda y Burundi durante más de 600 años y su mestizaje fue tan drástico que es imposible determinar ideologías que los diferencien. Los responsables del odio tribal fueron los colonizadores belgas, quienes a comienzos de siglo decidieron dividir a la población para poder someterla. Bajo conceptos tan ambiguos como la estatura y el oficio (tutsis: altos y pastores, hutus: bajos y agricultores), diferenciaron a las dos etnias y las pusieron en contra al colocar a la minoría tutsi en el poder. Luego de la independencia en 1959 los hutus asumieron el control y relegaron a los tutsis. Al sentirse menospreciados los tutsis exiliados armaron su propio ejército y trataron de recuperar su antiguo poderío político. Los enfrentamientos se transformaron en una guerra civil en abril de 1994 cuando el presidente Juvenal Habyarimana fue asesinado. Los hutus culparon del crimen a los tutsis y ordenaron su exterminio. Durante los tres meses siguientes cerca de un millón de tutsis fueron aniquilados y más de tres millones de refugiados abandonaron el país. El 4 de julio los guerrilleros tutsis del Frente Patriótico Ruandés _FPR_, vencieron al ejército hutu y se tomaron el poder. Actualmente, cinco años después del genocidio, Ruanda es gobernada por una coalición de ocho partidos, liderados por el FPR, y se prepara para realizar elecciones en 2003. A pesar del cese al fuego, el odio étnico y el deseo de venganza siguen latentes en las personas que perdieron a sus familiares a manos de alguno de los dos bandos.