La clase dirigente colombiana está in. Bueno, siempre lo ha estado. Pero se puede decir que ahora está más in. Los choques de trenes están in. Los palos de ciego del gobierno están super in. La 'prensa-kerosene' está mega in. Y la opinión de los altos ejecutivos sobre la guerra y la paz está requete in. Lo que está out es hablar de los que están in. Por ejemplo, Malcom Deas, el respetado colombianólogo inglés, está out. Hace varias semanas soltó la frase del año pero ninguno de los cazadores de citas que pululan en los medios la reprodujo. Deas dijo lo que muchos colombianos piensan pero no se atreven a decir: "En Colombia no hay clase dirigente". En otras palabras, que somos un país acéfalo. A primera vista, es difícil creer que no tengamos una clase dirigente. Está ahí. Sale en los noticieros, da declaraciones y la vemos a diario en las páginas sociales. Sin embargo, si hacemos una disección de nuestra convulsionada realidad nos damos cuenta rápidamente de que nuestra clase dirigente sí existe pero no actúa como una cabeza sino que cumple la función de otros órganos. Según la coyuntura _o la crisis de turno_ funciona como intestino, como hígado o como corazón. Pero no como cabeza. Porque para funcionar como cabeza, como bien advierte Deas, la clase dirigente debe tener claro "hacia dónde quiere llevar el país" y debe contar con "un proyecto nacional". Y en Colombia lo único que no tenemos claro, y menos la clase dirigente, es para dónde vamos. Y de proyecto nacional, ni hablar. Ser clase dirigente no significa sólo tener las riendas del poder sino saberlas manejar. Y resulta que hoy estamos montados en un país indómito, desbocado y sin dirección. Por eso, señala el intelectual inglés, "clase dirigente no puede ser un montón de ricos que van a los clubes, que no saben dónde están parados ni para dónde van". Pero si no es cabeza, entonces, ¿qué es? En el tema de la paz, por ejemplo, el gobierno de Pastrana es puro corazón. Bombea buenas intenciones a un ritmo acelerado y ha cedido tanto a las presiones de la guerrilla, que cualquier violentólogo que le coja el pulso a la Nación le diagnosticaría una taquicardia crónica. Durante la era Samper, en cambio, el gobierno cumplió funciones estrictamente escatológicas. El banquete de puestos y el aroma embriagante de la corrupción que utilizó el gobierno para mantenerse en el poder produjo toda suerte de gases y retorcijones en el sistema democrático y un desangre presupuestal del que todavía no se repone. A pesar de las investigaciones quirúrgicas de la Fiscalía, el gobierno de Samper contó con un Congreso que funciona, hace rato, como intestino grueso, y cuya absolución en la Cámara le ayudó a digerir toda su fétida materia clientelista. Luego del chequeo del 8.000, quedó demostrado, una vez más, que tenemos un régimen político de rápida digestión burocrática e inmune al guayabo moral. Dentro de este proceso puramente fisiológico, los medios de comunicación funcionan como hígado, órgano que regula la bilirrubina. De tal forma que ante los estímulos de las 'chivas' o de imágenes sensacionalistas, así sea violando el derecho a la intimidad o explotando el drama humano con fines comerciales, la prensa, súbitamente, comienza a coger un tono amarillento en el cuerpo de la noticia. El diagnóstico está hace tiempo en el consultorio del defensor de los lectores: una fuerte baja en las defensas de la ética y la responsabilidad, sobre todo ante la presencia de emociones fuertes como los desastres naturales o los escándalos políticos.Quizás el único lugar donde están funcionando bien las neuronas del país es en la academia. Pero es una inteligencia en la cabeza de un niño autista. Porque a pesar de sus valiosos elementos de juicio, la academia tiene enormes dificultades para comunicarse con el mundo exterior y participar en los grandes temas nacionales. Ante esta disfuncionalidad de la clase dirigente, la Iglesia sigue jugando un papel trascendental en todos los momentos de crisis como una institución que inspira confianza y que le da legitimidad a los procesos en los que se embarca la clase dirigente. El clero se ha convertido así en la conciencia moral de un país con un cráneo hueco. La anatomía, más que la historia, nos deja una lección: dejemos de echarle la culpa de todos nuestros males a una seudoclase dirigente. Y la próxima vez que tengamos dolor de 'cabeza', lo mejor es tomarse unas pastillas para la taquicardia, o una Milanta para la gastritis o un Lomotil para los retorcijones