Colombia, el mayor productor de café suave del mundo, consume mucho Nescafé, elaborado por una firma suiza. Cuando alguien toma una taza, seguramente se fumará un cigarrillo Marlboro, producido por la multinacional norteamericana Philip Morris, y tratará de borrar el mal aliento que deja el tabaco con un trident, de la multinacional inglesa Cadbury Adams. Las enfermedades producidas por el tabaquismo y el exceso de consumo de alcohol se tratan con productos farmacéuticos patentados y fabricados por firmas alemanas, suizas o estadounidenses. La ropa de marca que usa un colombiano común, y el bus o taxi en que se transporta también son extranjeros, tal vez adquiridos por su dueño con el crédito de un banco norteamericano o español. La publicidad sobre todos estos productos se conocerá en televisores Sony, comercializados por una filial de esta multinacional japonesa, o en cuñas radiales de alguna emisora de Caracol, perteneciente al grupo español Prisa. Por las venas del país circulan el capital y los productos extranjeros. Esta realidad siempre ha sido polémica y sus efectos sobre el desarrollo económico nacional son benéficos para algunos y catastróficos para otros, pero su historicidad es avasalladora, participando hoy más que antes en el destino del país en su carácter de receptor de capital y tecnología. Pese a la fuerte penetración de capital y manufacturas extranjeras en Colombia desde mediados de siglo XX, esta no tuvo una participación determinante en el desarrollo económico del país. Entre las razones se pueden enumerar el reducido tamaño y la capacidad adquisitiva del mercado colombiano, la compleja topografía, el bajo nivel educativo y tecnológico, las dificultades del transporte, el proteccionismo a la industria nacional y los altos riesgos derivados de la inestabilidad política e institucional. La inversión extranjera en Colombia primero fue predominantemente británica; luego, alemana y, por último norteamericana. Sin embargo, desde cuando comenzó la apertura económica, a finales de la década de 1980, se diversificó como algo propio de la globalización.El antecedente más remoto de inversión foránea se relaciona con los dos primeros empréstitos de casas comerciales británicas que contrató la República durante el régimen de Santander, en la década de 1820, después de los cuales llegarían no sólo las telas de Manchester que quebraron la industria artesanal de tejidos santandereanos, sino las inversiones de compañías inglesas en minería aurífera (Goldschmidt y Cía), navegación fluvial y agro exportación (Powles, Illingworth & Co), especialmente de tabaco y café. Buena parte de la navegación aérea o la fluvial por el río Magdalena estuvo controlada por firmas alemanas. Held, el más destacado empresario alemán en el país, fue líder en Bolívar en el más costeño de los negocios, la ganadería; en Antioquia, como pocos extranjeros, logró competir en banca y comercio y llegó a constituir en 1912 el germen de una de las empresas paisas más emblemáticas, el Banco Comercial Antioqueño, hoy Banco Santander.Una nueva fase de inversión extranjera empezó hacia 1901, cuando en el país dejaron de predominar casas comerciales y bancarias europeas y empezó la incursión de empresas multinacionales. La más polémica es la United Fruit Company, con sede en Boston, muy asociada con el célebre genocidio de trabajadores bananeros en el Magdalena y muy poco con las innovaciones en las formas de financiación, producción, comercialización y transporte de frutas tropicales, de las que Colombia es un productor de primer orden en el mundo. Vendrían luego las petroleras, como Standard Oil de Rockefeller, que impulsarían la exploración, la explotación, la conducción y la refinación de petróleo, al crear las bases para lo organización de Ecopetrol. La Chocó Pacífico y la Pato Gold Mines, filial de la Internacional Mining Corporation, revolucionarían con su tecnología la explotación del oro.La industrialización colombiana también se hizo mayoritaria y casi exclusivamente con capital colombiano, hasta 1945, cuando empezaron a entrar multinacionales industriales al Valle del Cauca y Bogotá, principalmente. Este hecho marcó la orientación de la inversión extranjera en adelante hacia la industria y la banca con firmas de gran recordación entre los consumidores del país.En general, sus áreas son la fabricación y la comercialización de productos básicos de la minería de metales y no metales, textiles, alimentos, papel, caucho, químico-farmacéuticos, eléctricos, electrónicos y transporte. En los sectores bancarios y asegurador, la participación extranjera se muestra más heterogénea y comparte primeros lugares con los norteamericanos. Dicha heterogeneidad se incrementó a finales del siglo XX. Y una vez superadas las sanciones económicas después de la Segunda Guerra Mundial, volvieron con fuerza las poderosas multinacionales de la industria química, como Bayer y Basf. A la sombra del modelo de apertura económica adoptado en Colombia desde 1989, con la política de la privatización de empresas estatales y la estrategia de fusiones y ventas de empresas colombianas para enfrentar la fuerte competencia internacional, hubo un ingreso copioso de nueva inversión y empresas provenientes de países como España (Banco Santander, Gas Natural, Bbva, Mapfre), Canadá (Cerromatoso), México (Cemex), Chile (Homecenter), Brasil (Petrobras, Sinergy-Avianca), Suráfrica (SabMiller) y Francia (Casino, Carrefour), por mencionar las más publicitadas, que centran su actividad en empresas de servicios públicos, minería, comercio minorista, banca y seguros. En 2005, de las 5.000 mayores empresas del país, 291 son multinacionales que concentran el 22 por ciento del PIB.Para los detractores, la inversión extranjera es expoliadora de la riqueza nacional y fuente de violencia, empobrecimiento y corrupción, que deja más perjuicios que beneficios; lo mejor que ella produce, según este enfoque, se restringe a la reducida población de altos ingresos que puede adquirir lo que ofrece. Pero si la inversión o las empresas extranjeras se complementan con las nacionales, públicas o privadas, en la conformación de empresas mixtas, potencian la organización que crean al transferirle recursos escasos como el capital, el mercado o la tecnología y, por ende, impulsan el desarrollo.