Supe que me había vuelto viejo cuando me descubrí a mí mismo leyendo la sección ‘Hace 25 años’ de El Tiempo. Empezó como una curiosidad ocasional que, desde hace unos meses, se convirtió en un hábito inmenso, como el de la monja uribista. El asunto es que cada mañana abro la puerta, recojo el periódico y, mientras mis hijas desayunan, busco aquella sección para masticar con melancolía los sucesos de los años noventa que viven de forma tan vívida en mi memoria, como si hubieran sucedido ayer: Brasil gana el nefasto mundial de Estados Unidos; Shakira acaba de ganar el concurso a la mejor cola (porque por entonces no se conocían las virtudes amortiguadoras de la de Aida Merlano); Juan Manuel Santos traiciona la promesa en mármol que había firmado como periodista de no dedicarse a la política. Y Álvaro Uribe es apenas un joven gobernador con semblante de seminarista, que, cuando se sienta a observar las aventuras de Gaviota y Sebastián, comenta ante doña Lina que esos muchachos no estarían recogiendo Café. Lea la columna completa aquí