Boyacá es uno de los departamentos geográficamente más diversos de Colombia. En su extremo oriental sobresale un pico con nieves perpetuas, el Nevado del Cocuy, y en el occidente abundan selvas y abismos con temperaturas que superan los 30 grados centígrados. Esta región, además, tiene las mejores esmeraldas del mundo. Desde las culturas precolombinas que habitaron la zona hace varios siglos, mucha gente se ha dedicado aquí a extraer piedras preciosas; en especial, durante los últimos 50 años con un incremento en la minería y la afluencia de cientos de personas que llegaron de diferentes lugares a buscar fortuna.En Muzo, Quípama y sus alrededores, quienes hallaban la piedra más costosa imponían su ley, los demás mineros aguardaban un golpe de suerte. Cuando aparecía otro afortunado o moría el de turno, se escribía una nueva ‘constitución’. Se llegó, incluso, a hablar de una ‘guerra verde’ y hasta se comparó al occidente de Boyacá con el Lejano Oeste de Estados Unidos.La historia, hoy, es distinta. Para encontrar una esmeralda hay que hacer excavaciones profundas con tecnologías costosas. El destino de quienes viven alrededor de las minas ya no puede quedar en la ruleta. Mariela Bravo, presidenta de Asorcacao, es consciente de eso: “Las esmeraldas son algo hermoso que hizo Dios. Hubo buenos tiempos, pero todos querían ser el patrón. Los que ganaron algo se fueron. Aquí no hubo obras, poco sirvió la bonanza esmeraldera para la comunidad”.Suena por lo menos paradójico que haya hambre en una tierra tan fértil y llena de ríos, con un clima en el que crecen silvestres los aguacates, las guanábanas, el café, el plátano y la naranja. Matías Correa, fundador de Asorcacao, le encuentra explicación: “La minería artesanal es un trabajo de alto riesgo y no es constante. A veces uno puede pasar un año sin ganar nada”. Por eso decidió volver a lo que hacían sus padres antes de la fiebre verde.Entre la iniciativa de unos, el liderazgo de otros y la unión de muchos nació Asorcacao hace casi tres años. Se trata de un grupo de campesinos de Quípama que se cansaron de la pobreza en la que los mantenía la guaquería y consiguieron apoyo empresarial para diversificar su economía. “Habíamos abandonado nuestras tierras –afirma Mariela–, todo lo que comíamos venía de la ciudad”.Se dieron cuenta de que con unas plantas de plátano o yuca y un galpón de gallinas dependían menos de lo que sus ingresos les permitieran comprar. Con la asesoría de las compañías Furatena Cacao y Minería Texas Colombia (MTC), 25 familias empezaron a alternar sus cultivos con el del cacao, que ya exportan a países como Suiza.MTC se abastece de los plátanos y otros frutos de Asorcacao para alimentar a sus 800 empleados. También se proyecta construir una infraestructura para secar el cacao, lo que generará más puestos de trabajo para los habitantes de estas tierras. Como no todos son propietarios de una hectárea, han nacido huertas comunitarias, escolares y caseras, así como galpones para que todos tengan algo que comer.Cultivar, sin embargo, no es un oficio empírico ni se reduce a la acción de plantar una semilla. Es necesario tener conceptos técnicos relacionados, por ejemplo, con el manejo de las plagas, el uso adecuado del agua y el funcionamiento de los ciclos de siembra. Por ello han sido fundamentales las capacitaciones que han recibido campesinos como los de la vereda Sorquesito, quienes comprendieron que es posible combinar la minería con la agricultura sin usar químicos, rotando lo que plantan y buscando la sostenibilidad. “Aprender eso ha sido muy bueno para que podamos invertir en algo que realmente es nuestro”, opina Correa. Tanto, que la microempresa tiene ya más de 16.000 plantas de plátano y 26.000 de cacao que se suman a otros alimentos cultivados por el grupo. Así mismo, les han apostado a las maderas comerciales, que en diez años representarán otros ingresos.“En el campo hay trabajo para todos. El futuro va a ser muy bueno porque desde ya se ve lo que se está logrando”, asegura Correa. No solo se trata de la seguridad alimentaria sino de poder producir un ingreso constante que cambie la cara y la economía de la región. “Ya no pensamos que todo es la esmeralda porque vimos que tenemos una riqueza más grande en la tierra”, concluye Mariela. Y Matías remata: “La agricultura nos trajo paz”.