“A mi padre... aun recuerdo el día que te fuiste, parece como si fuera ayer; en ocasiones te odio porque mi dolor es tan profundo que preferiría mil veces olvidarte, pero no puedo. No me preguntes cómo está Mamá porque tu sabes la respuesta (...) puedo observar cómo tu recuerdo la destruye, destroza su alma. (...) Te cuento que las cosas han mejorado. (....) Ya trabajo. El año pasado, a pesar de todo y más que todo por Mamá y su deseo de ver a su hijo ser alguien, terminé mis estudios. El día del grado fue espectacular (...) Te lo perdiste padre: de nuevo no estuviste ahí... Hoy vivimos nuestras nuevas vidas, nuevas responsabilidades, nuevas metas (...) En fin, padre. En ocasiones he pensado que tu partida nunca la podré superar (...) pero últimamente valoro aún más mi vida (...) trato de estar tranquilo, no feliz, sino tranquilo (...) todas las mañanas le pido a Dios que me de la fortaleza y sabiduría para continuar con Mamá adelante, que no se la lleve como a ti. (...) Gracias, padre, y que Dios te bendiga”