Los de un bando defienden la opinión de que hay que ser específicos y usar, en documentos y discursos públicos, los dos géneros (“los y las estudiantes”, “los profesores y las profesoras”, etc.), pues de lo contrario se niega la existencia de las mujeres y su derecho a la participación igualitaria. Los del otro bando minimizan la preocupación de quienes la tenemos, con comentarios como: “No voy a decir ‘el comentario o la comentaria’” —ridiculizando tanto la morfología como el problema en cuestión—, o con el recurso al gusto individual: “Me parece feo decir ‘jueza’ o ‘testiga’”.A mi juicio, los segundos solo tienen miedo a los cambios y los primeros no aciertan en la solución, pero sí en la apreciación. Que en el español —una lengua cuyos artículos, adjetivos y sustantivos tienen género— se asuma que el masculino comprende el femenino se debe obviamente al dictado de la cultura patriarcal, que entiende el masculino como el género por defecto, y el femenino, como el género defectuoso. La regla gramatical que dice que el masculino abarca el femenino es una derivación falsa de los principios de que lo mayor contiene lo menor, lo completo incluye lo incompleto, lo principal incluye lo subsidiario, y la ley comprende la irregularidad.Yo no uso el mal llamado “lenguaje incluyente”, que antes que incluir separa, es decir, discrimina. No digo “los y las” ni “todas y todos” ni “alumnos y alumnas”, ni cuando escribo ni cuando hablo. Por una parte, observo que la directriz ha servido únicamente a los políticos, por lo general tan desinteresados en la igualdad como en la lingüística. Por otra parte, prefiero honrar el sobreentendido y evitar repeticiones que no enriquecen ni aclaran el significado. En cuanto al consejo de usar términos como “la ciudadanía”, “la humanidad” y “las jefaturas” en lugar de “los ciudadanos”, “los hombres” y “los jefes”, también lo he rechazado porque recomienda la inexactitud (no es lo mismo la ciudadanía que los ciudadanos, ni la humanidad es equivalente a la suma de los humanos, ni una jefatura es igual a un jefe). Es una medida interesante pues hace que aludamos a las condiciones y a los atributos antes que a los sujetos, pero es reduccionista y tergiversadora por la misma razón, pues hace que no consideremos la subjetividad de quienes tienen esos atributos y condiciones. Sobre el uso de la x (“queridxs amigxs”) o del signo de arroba (“querid@s perr@s”) para supuestamente neutralizar el género, baste con decir que no soluciona el problema gramatical, y que los signos que se escriben dentro de una palabra tienen que ser pronunciables en la lectura de la palabra.Yo propongo que ambos géneros gramaticales se incluyan mutuamente. Es un arreglo que no vulnera la economía y que se atiene a la realidad. (Aunque quizás sería más realista que fuera el femenino el que incluyera siempre el masculino, porque biológica y físicamente es la hembra la que contiene al macho, y porque el género básico —digo “básico” de manera imprecisa y ligera, refiriéndome al sistema de determinación sexual XY— es el femenino y no el masculino, en los humanos, en la mayoría de los mamíferos y en muchos otros animales).Al reclamar que sea aceptable decir “las penas y castigos” y no solo “los castigos y penas”, y al afirmar que es tan válido decir únicamente “todas” como decir únicamente “todos” cuando el hablante se refiere a un conjunto conformado por elementos masculinos y femeninos, y al sugerir que no siempre que se haga abstracción del género se diga, por ejemplo, “el lector” o “el espectador”, sino que pueda decirse, en cambio, “la lectora” o “la espectadora” (aludiendo tanto a hombres como a mujeres), somos justos y fieles a la verdad sin que extendamos ni desmenucemos innecesariamente el discurso.A este cambio en la regla y el uso no veo qué objeción podríamos oponer como no fuera la de nuestra inclinación por el conservadurismo.