Tan solo tres días antes de su gran estreno, el renombrado ballet Bolshói anunció en un escueto comunicado que pospondría indefinidamente su esperado montaje sobre Rudolf Nureyev, uno de los bailarines más influyentes del siglo XX. La transitoria ‘pausa’ no pasó desapercibida, y generó indignación en los altos círculos de la cultura rusa. Por eso, según el diario The New York Times, su director Vladimir G. Urin se vio obligado a poner la cara en una rueda de prensa, tres días después, para disipar los rumores que estallaron. El director aseguró que la coreografía no había convencido, y que necesitaba pulir muchos aspectos, pero su versión resultó difícil de creer, sobre todo cuando se asegura que Urin cedió ante las presiones del Kremlin, que ve en un ballet así, basado en la vida y obra de un bailarín homosexual que escapó de la Unión Soviética y murió de sida (en 1993), una apología a lo gay que contradice los ‘valores familiares’ que defiende el gobierno de Vladimir Putin. A esto se suma que a cargo de la coreografía y realización estuvo Kirill Sebrennikov, un artista con especial talento para romper convenciones sociales, cuya casa fue requisada hace muy poco por las autoridades.