En Barcelona, Roma o París, la imagen es la misma: hordas de turistas frente a monumentos, edificios emblemáticos y museos. Cada vez que llega el verano a Europa (entre junio y agosto), los habitantes de las ciudades turísticas se arman de paciencia y calma para afrontar esos tres meses en donde no cabe una sola persona más en las calles. Si bien esta situación ha sido la regla y no la excepción en las últimas décadas, desde hace unos años las protestas de los lugareños han crecido exponencialmente, y han llegado al punto de exigirles a sus gobiernos locales que tomen medidas al respecto.El caso emblemático de esta temporada es Barcelona, el tercer destino turístico más popular del mundo según un estudio de la Organización Mundial del Turismo (OMT). En julio, el grupo extremista Arran (que también lucha por la independencia de Cataluña) detuvo a un bus turístico que circulaba por la ciudad catalana, le pinchó los neumáticos y pintó en uno de sus costados “El turismo mata barrios”. Mariano Rajoy, presidente del gobierno español, criticó fuertemente el hecho, pues tiene muy claro que el turismo representa el 11 por ciento del PIB de ese país.Puede leer: ¿Colombia podrá ser una potencia turística?Si bien el caso de Barcelona alcanzó las primeras páginas, en otras ciudades la tensión crece con los días. En la icónica Venecia, de tan solo 50.000 habitantes, los cruceros de un solo tirón descargan miles de turistas que atiborran plazas y calles. En julio, más de 2.000 venecianos salieron a protestar, pues la saturación de la localidad ha hecho que muchos de sus habitantes se muden a otras partes del país.Otras urbes quieren tomar medidas concretas, como Roma, cuya alcaldesa recientemente propuso controlar el número de visitantes en el Coliseo y en la Fuente de Trevi. Un caso crítico es el de Dubrovnik, en Croacia, pues la Unesco ha considerado quitarle su estatus de patrimonio de la humanidad a menos que reduzca la cantidad de visitantes. El gobierno local acató el llamado de atención y decidió reducir el número de cruceros de cinco a solo dos por día.Para Noel B. Salazar, doctor en antropología y profesor de la Universidad de Leuven, la inconformidad de los ciudadanos se debe principalmente a dos causas. “Por un lado, está ligada a los números (mucha gente que tiene que compartir un espacio pequeño) y, por el otro, al tipo de turistas, que en casos como el de Barcelona pasan pocos días y solo buscan diversión y fiesta”, afirmó a SEMANA.Le recomendamos: Qué países tienen los mejores y los peores pasaportes del mundoAdemás, en los últimos años la aplicación de hospedajes Airbnb se ha convertido en un factor de gran peso, pues en algunos casos ha duplicado la oferta en varias ciudades. En el caso de España es evidente: en Barcelona hay un apartamento de Airbnb por cada 78 habitantes. Este nuevo tipo de alojamiento (una persona puede alquilarle a alguien su propia casa durante días o semanas) no solo aumenta el flujo de gente, sino que ha disparado los precios del alquiler normal, lo que afecta a las personas que viven y trabajan allá.En San Sebastián, ciudad costera del País Vasco que tiene una habitación de AirbnB por cada 94 habitantes, varios ciudadanos inconformes convocaron a una marcha para el 17 de agosto, justo en la celebración de las fiestas de la Semana Grande. Aunque portavoces del gobierno de la ciudad dicen que se trata de protestas aisladas, el profesor Salazar dice que es importante escuchar a los ciudadanos para evitar futuros brotes de ‘turismofobia’. “Las autoridades locales deben escuchar con seriedad a todos los afectados por el turismo masivo, para que así puedan tomar las decisiones adecuadas”. Unas medidas que logren regular el número de visitantes sin que desaparezca del todo la llamada industria sin chimeneas. Al fin y al cabo, esta no solo significa al año millones de euros para las economías de las ciudades, sino un placer para los visitantes que se maravillan con sus tesoros año tras año.