La población vive en alerta a lado y lado de la frontera, pero sin mayores novedades. Hay mayor presencia de la guardia venezolana, eso sí, pero nada de restricciones ni la escasez de productos que muchos presagiaban. Como en los demás negocios entre Colombia y Venezuela, la población de la zona limítrofe atestigua que hay tensión, más no ruptura ni dificultades para el comercio. Si a la emotividad de los discursos nos atenemos, la noticia parece no tener sentido. Nunca antes los presidentes de Colombia, Álvaro Uribe, y Venezuela, Hugo Chávez, se habían dicho tantos insultos –y quizá, verdades- en tan poco tiempo. Ni si quiera sus asesores más cercanos, que saben de su distanciamiento ideológico, los vieron tan salidos de casillas como este domingo. “Mentiroso” e “indigno”, dijo Chávez. “Incendiario” y “legitimador del terrorismo”, le respondió Uribe. Algunos analistas hasta vaticinaron con tono fatalista que las relaciones estaban rotas y se ampararon para ello en una de las declaraciones más mediáticas de Chávez durante su pelea con Uribe: “Declaro en el congelador las relaciones con Colombia”. Que un presidente se despache con semejante frase resulta, de entrada, muy grave. Pero, si las relaciones están “en el congelador” ¿por qué la gente de Paraguachón, Norte de Santander y Arauca puede continuar su vida normalmente y ni el comercio ni el movimiento de personas se vieron afectados? Porque las relaciones internacionales no se rigen por el vaivén del estado de ánimo de los mandatarios –al menos en teoría- sino por un conducto especial de la diplomacia del cual hace parte un equipo técnico que viene trabajando desde hace varios años y que conoce lo importantes que son, mutuamente, las dos naciones. Ese equipo técnico trabaja a un ritmo distinto del de la locuacidad de los presidentes. Tiene sus propios tiempos, sus canales especiales y aún en el hipotético –y ojalá inexistente caso- de una ruptura, debe incluso notificar a la contraparte de manera oficial, no por medio de un micrófono en plena campaña política. En diplomacia existen el retiro de las delegaciones, el llamado a consultas de los embajadores y la ruptura de relaciones, pero no aparece por ningún lado eso de meterlas “en el congelador”. Tanto así que el gobierno español, al que Chávez también anunció las mismas medidas que a Colombia, le pidió al mandatario venezolano que aclare en que consiste su amenaza. A la luz de los antecedentes de fricciones entre Colombia y Venezuela no resulta extraño este tipo de ambigüedades. En enero de 2005, en plena crisis por la captura del jefe guerrillero Rodrigo Granda, Chávez utilizó una expresión semejante y dijo que “paralizaba” todo acuerdo y todo negocio con Colombia. Las cancillerías se jugaron a fondo y gracias a los buenos oficios de gobiernos como el de Brasil, los dos países superaron el impasse, que aunque grave, nunca alcanzó la trascendencia que Chávez anunció. El problema no es que los hechos lleven de manera inmediata a los escenarios que en tono amenazante menciona Chávez. Lo verdaderamente grave es que estas salidas de tono van horadando la armonía que debe caracterizar a dos países con un pasado común, unos intereses semejantes, una frontera de 2.200 kilómetros y más de U$6.000 millones en negocios. Muy poco ayudan en este camino las palabras de los dos presidentes, que este lunes se ratificaron en sus ataques. Bastante alentadores, por el contrario, resultan los ofrecimientos de ayuda y los llamados a la cordura de otros países y de ex cancilleres y analistas a lado y lado de la frontera. Sus voces no deberían ser ignoradas por los dos mandatarios ahora que, a pesar de la tensión, ni los mercados financieros ni los habitantes de la zona limítrofe han comenzado a sentir los efectos económicos de una diferencia política entre los presidentes. Uribe y Chávez tienen derecho a defender sus tesis, pero tratándose de un tema tan sensible como el acuerdo humanitario ambos sabían que la mediación solo podría tener dos escenarios: el menos hipotético de un éxito en las gestiones o el traumático de una ruptura de la misma por los mismos factores que quemaron a los mediadores y facilitadores anteriores al presidente venezolano. Lo que no parece acertado por parte de ambos, es llegar a este último escenario sin un plan distinto al de la agresión mutua que hoy los tiene en primera plana de los diarios mientras sus países padecen la tensión por culpa de los egos políticos de sus dirigentes.