Santos versus Peñarol es la final de la edición 52 de la Copa Libertadores, el campeonato de clubes más importante de América Latina, cuyo partido de ida se disputa este miércoles. Sin embargo, Santos versus Peñarol puede ser un Rocky versus Apollo Creed, ya que son dos equipos que han tenido épicas y recordadas batallas. Ahora, como si fuese una nueva edición de Rocky, se vuelven a ver las caras pero arrastrando una galera de trofeos que se esfuerza por mantener el brillo de otros tiempos. Y es que el fútbol latinoamericano ha cambiado mucho desde que Santos y Peñarol monopolizaron el balompié mundial en la primera mitad de la década de los años 60. Entre 1960 y 1964, brasileños y uruguayos dominaron el continente americano y el mundo: dos veces cada uno logró el llamado "doblete" al titularse en la Libertadores en Sudamérica y luego en la Intercontinental, tras imponerse al campeón europeo de turno. Además, el Santos de la época contaba con un jovencito veinteañero que venía deslumbrando al haber marcado 58 goles en 1958 y brillar en el Mundial del mismo año en Suecia. Se trataba de Edison Arantes do Nascimento, Pelé, hoy considerado por muchos como el mejor de todos los tiempos. Pelé, sin embargo, no jugaba sólo. Lo acompañaban futbolistas como Gilmar, Coutinho y Pepe, entre los mejores de la época. Peñarol no era menos. En sus filas estaban el ecuatoriano Alberto Spencer -el mayor goleador en la historia del continente-, el perauno Juan Joya, y los uruguayos Pedro Rocha y José Sasía. Como cambian los tiempos "Nuestro poderío se basaba en que prácticamente siempre fuimos el mismo equipo", le dijo a BBC Mundo Juan Vicente Lezcano, un defensa paraguayo que militó en los años 60 en Peñarol y quien debe ser de los pocos futbolistas aún con vida que participaron en la final de 1962 contra Santos. "Jugamos juntos muchos años y después de cada temporada hacíamos giras para Europa para jugar contra los principales clubes de allá. Esa unidad influyó mucho", aseveró. Hoy en día sería impensable imaginarse a un Pelé jugando en Sudamérica, sin haber sido tentado por los grandes clubes europeos y su músculo financiero. Un Carlos Tévez, por citar a un caso, no podría aspirar a ganar los US$300.000 que supuestamente obtiene semanalmente en el Manchester City de Inglaterra si se hubiese quedado en el Boca Juniors de sus amores. Las dificultades de transporte que había en aquella época y el hecho de que Europa venía recuperándose de la Segunda Guerra Mundial probablemente influyó en mantener a los mejores futbolistas sudamericanos en los torneos locales. "Hoy, en cambio, los equipos (sudamericanos) van cambiando mucho y terminan utilizando a jugadores de las inferiores que seguramente están buscando dar el salto a otro lado", aseveró Lezcano. Un ejemplo: Lionel Messi, quizás el mejor de la actualidad, se fue al Barcelona siendo un adolescente y nunca jugó en la primera división argentina. En el caso de esta final entre Santos y Peñarol, la palabra "luminarias" probablemente no haga justicia para describir a los miembros de ambos clubes. Futbolistas buenos hay, pero un Pelé, un Spencer o un Coutinho, quizás no. El plantel uruguayo está lleno de jugadores cerca o sobrepasando los 30 años que probablemente son poco conocidos fuera de Montevideo. Santos, en tanto, cuenta con futbolistas brasileños que se volvieron de las ligas europeas sin pena ni gloria (Elano o Diogo) o que no rindieron en dichas ligas, el caso de Keirrison, un desechado del Barcelona. La excepción es Neymar, una de las promesas del fútbol brasileño en la actualidad. Su ficha es valorada en más de US$40 millones. Pero su juego aún divide equitativamente entre quienes lo alaban y quienes lo critican por ser individualista. No obstante, tanto Santos como Peñarol cuentan con el mérito de haber llegado a esta instancia en uno de los torneos de clubes más largo, duro (por la agrandes distancias de viaje) y competitivos del planeta. Un logro nada desdeñable. Precursores Peñarol era en los años 60 como el Barcelona de hoy. Uno de los mejores, sino el mejor. Su entonces presidente, Washington Cataldi, fue de hecho el ideólogo de lo que hoy en día es la Libertadores. Gracias a él fue en 1960 que se efectuó la primera edición (de sólo siete equipos), en la que Peñarol se impuso en la final 7-1 al Wistermann boliviano. Tras repetir en 1961, el equipo uruguayo tuvo que dirimir el torneo ante un resurgiente Santos, que hoy en día es considerado un equipo histórico, llamado "el ballet blanco". El encuentro fue tan épico, con problemas de arbitraje y en las gradas, que requirió un tercer partido, en territorio neutral (Buenos Aires) para que fuese Santos quien se consagrase campeón. Había nacido un nuevo clásico entre uruguayos y brasileños tras el "Maracanazo" de 1950, en el que Uruguay silenció a Brasil en la final del Mundial en Rio de Janeiro. Eran sin duda otros tiempos. Como bien predijo en 1995 el escritor uruguayo Eduardo Galeano, en su libro "El fútbol a sol y sombra": "A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable". "El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía". Y este lucro al que se refiere Galeano se encuentra actualmente en Europa, no en Sudamérica, donde se mueve mucho más dinero, los clubes son más adinerados y los salarios para los futbolistas, mejores. De ahí que la mayoría del talento local ya no aspira quedarse en la región, sino a irse (comprensiblemente) apenas se ofrezcan los billetes, porque si no sería el mismo club el que busque venderlo para así ajustar sus propias cuentas. Es probablemente la diferencia principal entre aquella final "histórica" y ésta.