La gente joven se está muriendo. Es mentira que son solo los viejos. A veces los viejitos aguantan más. Los jóvenes no. El índice de mortalidad es más alto en ellos, pero ver morir a un joven de 24 años es catastrófico. O ver a las maternas afectadas por covid. De hecho, que una mamá se muera le parte a uno el corazón porque queda el bebé y el papá destrozados sin saber qué hacer. Eso marca mucho. 

Si el paciente está consciente y quiere hablar con sus familiares uno hace la video llamada, pero si está intubado uno simplemente lo muestra como está y contestamos lo que pregunten los familiares. Es un contraste. Cuando están despiertos es lindo porque es un reencuentro con los hijos, con la pareja y ellos quisieran que esos tres o cuatro minutos que uno los deja hablar fueran horas, pero pues el espacio no da porque son muchos. Pero a veces que los familiares los vean conectados a las máquinas y a los tubos es un choque. Es difícil ver al papa o al hijo pinchado, invadido, lacerado. Lo peor es dar las malas noticias. El médico es el encargado, pero uno siempre está ahí. Y uno se afecta mucho. También es triste escuchar en las noticias que las camas de uci son un negocio y uno que está en esa realidad es otra cosa, es deprimente. Lo que uno vive aquí es visceral. 

Mucha gente se infecta y a pesar de la prueba se niegan a creer. He tenido familias enteras a las que les explico que están contagiadas y aún así se niegan a la realidad. No poder ver a su paciente o decirles que el familiar falleció marca mucho y genera una reacción que casi siempre no es la mejor. Me gusta cuando podemos hacer las cosas a tiempo y logramos que los pacientes se puedan despedir de sus familiares. Dar el último adiós. Eso me parece bonito. Poderles hablar y que los vean de la mejor manera. Es la última llamada que pueden hacer, aunque no sepan que es la última. Pero es como la imagen que se lleva es buena y se siente un fresquito de que alcanzamos a que les dijera adiós a sus seres queridos. Eso es gratificante. Todos sabemos que nos vamos a contagiar. Solo pedimos que no nos den tan duro. Vivo con mi esposo y mi chiquita de 3 años. Ella está con su niñera mientras ambos trabajamos, porque él también trabaja en servicios esenciales y no ha parado. Como él llega más temprano a la casa, yo le timbro y ellos se encierran mientras me quito la ropa, la meto en la lavadora y me bañó. Mi esposo hace lo mismo cuando él llega. Después me encuentro con ellos y hasta ahora eso ha funcionado bien. Pero he creado rutinas de salida nuevas. El cambio de ropa siempre ha existido, pero eso de llegar y bañarse y lavar toda la ropa es nuevo. Los turnos de doce horas a veces son muy agotadores, el tiempo no alcanza, todo es muy acelerado, el nivel de muertos es ahora muy alto y las videollamadas a las familias implican mucha carga emocional. .