Tan pronto como conocí la noticia de que Colombia será el país invitado a la Feria del Libro de Bogotá, me alegré por Colombia; ¡celébralo, Colombia!, pensé: ¡a la calle a echar harina! Es un gran paso para Colombia ser el país invitado de la feria del libro más importante de Colombia: un reconocimiento a su importancia internacional, al compromiso de Colombia con Colombia. Al fin podremos ver en Colombia a escritores como el padre Linero, Germán Castro, Diana Uribe y demás autores colombianos que traerán los organizadores de la feria. El extécnico de Santa Fe presentará la obra Cómo perderlo todo, en conversación con Ricardo Silva. Iván Duque presentará la novela La forma de las ruinas, de Juan Gabriel Vásquez, para explicar cómo quedará el proceso de paz luego de su gobierno. Y Colombia al fin podrá mostrar, ante Colombia entera, que Colombia existe: que Colombia es Colombia. El país estaba urgido de buenas noticias. Revisa uno la plana de cualquier portal, y queda con la boca abierta, como el propio Duque en el concierto de la frontera. Qué lozanía, qué talante de líder juvenil la de ese presidente de gafas oscuras que, cargado de entusiasmo por oír de cerca a sus cantantes preferidos, se sabía protagonista de un momento histórico, comparable apenas, según sus modestas palabras, a la caída del muro de Berlín. Y se diría que más importante porque, durante la caída del muro, Maduro no bailaba salsa. Haga clic aquí para continuar leyendo la columna