Viajé a España para aprovechar la ley Alberto Ruiz-Gallardón que otorga la nacionalidad española a todo aquel que demuestre que es judío sefardí. Porque, para quienes no lo sepan, en un acto de justicia histórica, España devolverá la ciudadanía a los descendientes de los judíos que expulsaron hace siglos. Y ahí cabemos los que llevamos una vida entera como judíos sefardíes. No digo mentiras: sin demeritar las virtudes del salchichón cervecero de Zenú, soñaba con pertenecer a la patria del jamón ibérico; tomar sangría en lugar de refajo; ingresar a Europa sin hacer fila en inmigración; hablar de pelas para referirme a la plata, no a las golpizas, y, por qué no soñar en grande, casar a mis hijas con español: ojalá de la realeza, aficionado a la caza y con al menos dos escándalos de corrupción. Lea la columna completa aquí