Ahora que ya estamos bien entrenados para la mentira y para ser seguidores de tendencias que enredan, las más innovadoras iniciativas parecen dar un paso atrás para educar en la crítica y en el discernimiento, en fomentar universidades para la verdad. O al menos para no dejarse echar tanto cuento y aprender a leer las redes sociales, analizar las manipulaciones de los “me gusta” y las noticias falsas; para comprender el cambiante arte de la politología digital y sus potenciales costos para la vida real de millones de ciudadanos, conectados o no; para un entendimiento claro de los juegos de poder a través de las redes, de las tecnologías. Es una tendencia que va creciendo. Ayer, en Davos, George Soros se unió a la cruzada por la verdad o a favor de la no manipulación, por decirlo de algún modo, y anunció una inversión de mil millones de dólares para crear una universidad global dedicada a luchar contra los gobiernos autoritarios y contra el cambio climático, que él identifica como “retos gemelos” que amenazan con acabar el mundo. Lo realmente importante, billones aparte: “Como estrategia de largo plazo, nuestra mayor esperanza radica en el acceso a la educación de calidad, específicamente una educación que refuerce la autonomía del individuo cultivando en la persona el pensamiento crítico, con énfasis en la libertad académica”, dijo Soros.  Pero por calidad no se debe entender más y más tecnología, que es una salida común para llenar los vacíos de buenos contenidos. Educar a favor de la verdad (el término no termina de cuajar, lo sé) va más allá de las iniciativas de plataformas de verificación de datos, a veces muy necesarias; o de ajustes en Instagram que, aunque hace parte de Facebook –ese espacio infinito para la manipulación y, para muchos ciudadanos, puerta de entrada a la información- busca acabar con la dictadura de sumar seguidores a cualquier precio, en un intento por regular excesos o la multiplicación de noticias e informaciones falsas. A diez meses de las elecciones presidenciales de Estados Unidos y tras las lecciones del debate de 2016, el asunto va más allá de fotos bonitas, memes, contrarrestar las fake news o lanzar emojis. Estamos hablando de las nuevas generaciones que votan, eligen y determinan cómo será la sociedad donde crecerán personal y laboralmente, ese entorno real y digital que habitarán en los próximos 50 años; sus decisiones pueden mantener la fragmentación de la sociedad por cuenta de una conveniente polarización y de los efectos negativos o secundarios de la hiperconectividad. La autonomía y capacidad crítica no se desarrolla en el vacío ruidoso de las redes, en el acopio de información en la web. Sucede en la interacción, como lo registró un reciente estudio de las universidades de Milán y de Swansea, donde identificaron que el abuso de las herramientas tecnológicas por parte de los universitarios es el mayor causante de aislamiento, en contra del principio de campus o de espacio de encuentro y debate entre las nuevas generaciones de estudiantes; y motivo de una menor capacidad de los estudiantes para aprovechar realmente las herramientas dispuestas para el conocimiento.   En el marco de las elecciones presidenciales en EE.UU. y en medio de un debate político y judicial entreverados, la Universidad de Harvard ha tratado de dar una respuesta a la preocupación por la formación crítica: a finales del año pasado dio a conocer The Commons, un medio de comunicación pensado para este año electoral en EE.UU., elaborado por investigadores del Shorenstein Center, enfocado en medios y política, y alumnos del Harvard Kennedy School. Este prototipo de plataforma noticiosa fue el producto de analizar cómo se podrían mejorar los contenidos de los medios políticos o el cubrimiento de la política, y de identificar sus flaquezas (adicción al conflicto, falta de rigor y exactitud, poco contexto y foco en lo inmediato, sin mayor capacidad de ver los sucesos en perspectiva) y posibles soluciones. Lo interesante, contracorriente, es que produjeron un punto de encuentro para el análisis y la información con carga política, sin miedo a la polarización en las visiones de un tema, pero centradas en que fueran textos o contenidos informativos totalmente verificados, con soporte de datos en sus afirmaciones. No se trató de un proyecto para pintar todo de “centro” o de neutro para calmar las aguas, sino para promover el debate, el disenso con argumentos fundamentados y contexto sólido. Usaron todos los formatos y apoyos digitales; no ahorraron esfuerzos a pesar de ser el ejercicio de un taller. En otro contexto, pero bajo la encomienda de sacudir al mundo estudiantil y académico, esta semana también lo dijeron Brigitte Baptiste y Alejandro Gaviria, rectores de las universidades EAN y Los Andes, respectivamente. Las universidades no están para agradar, pero sí para retar propositivamente el entorno, al estudiante, a los académicos y a la sociedad. Ese es el activismo más fuerte, la protesta más radical, en línea con lo que dijo ayer Soros. La verdadera educación para la sostenibilidad y contra el autoritarismo, tan común en nuestro sistema educativo y en nuestra sociedad, hoy pasa por ir a desaprender a la universidad. @polymarti