No soy comentarista deportivo y no pretendo serlo, pero para mí es evidente que un jugador de fútbol que no ha jugado un solo partido en más de dos meses, que retorna de una lesión y que se ha dedicado las últimas tres semanas a mostrarnos su vida sibarita en las redes sociales, no está en condiciones de asumir una eliminatoria mundialista y mucho menos una justa continental, como lo es la Copa América.

James, en su mundo de fantasía que está reservado a unos pocos, se cree imprescindible, infalible y, como muchos otros, está empezando a sufrir del síndrome del mesías en virtud del cual cree que él es la única salida, qué el tiene la llave del éxito y que sin sus “jugadas”, Colombia está condenada al fracaso.

Ahora bien, ese síndrome se está convirtiendo en otro mal endémico nacional. En este país muchos se creen los mesías de todos los demás y están convencidos de que, sin ellos, este país fracasará.

La semana pasada los “mesías del paro”, se dieron el lujo de “suspender” las negociaciones con el Gobierno esperando a que alguien les rogara y con pleitesía los buscara para que se volvieran a sentar. En medio de tanta “generosidad” con el resto de los colombianos, uno de sus “líderes”, con una desfachatez sorprendente, confesó que este no es un paro fruto de un “estallido social”, tal como lo han pretendido presentar, sino una estrategia electorera que por ahora les está saliendo bastante mal.

Ya la mayoría de los colombianos comprendimos que fuimos usados infamemente por unos cuantos “ungidos” para lanzar sus campañas al Congreso y “fortalecer” la carrera presidencial para que el “progresismo” se tome el “poder” en 2022.

Lo que no previeron los “elegidos del pueblo”, es que en un mes nos mostraron lo que hasta hace algunos años era una fábula fantasiosa sobre lo que nos podía pasar si el país caía en manos de cualquier extremo ideológico.

Vivimos en carne propia el desabastecimiento, la limitación absurda de nuestras garantías básicas, la hiperinflación y lo peor: presenciamos cómo unos cuantos no solo justificaban el sufrimiento de toda la sociedad, sino que se vanagloriaban con eso. Si la intención era mostrarse como los “salvadores de la patria”, la realidad es que lograron todo lo contrario: hoy son nuestros verdugos, solo que los estamos viendo ¡en carne y hueso!

Como siempre, a pesar de los problemas, sigue existiendo gente en este país que no pretende profetizar sobre nuestras libertades humanas, sociales y económicas. Gente que está dispuesta a sacrificarlo todo por sacarnos adelante. Esos liderazgos, de a poco, empiezan a “salir de closet” y creo que pronto retornará la esperanza.

Retomaremos el camino de la reactivación económica, recuperaremos lo perdido y seguiremos progresando en todos los sentidos. La equidad no se logra repartiendo lo poco que hay; se logra produciendo más para que todos puedan tener su parte. Cuando Jesús decidió alimentar a todo un pueblo, lo hizo multiplicando el pan y el pescado; no repartiendo lo poco que tenían los discípulos en sus cestos. Esa es la única forma de cerrar las dolorosas brechas sociales: produciendo más para que todos coman más y mejor.

P.D.: No podía dejar pasar esta columna sin lamentar profundamente la muerte de mi guía espiritual y amigo, monseñor Alirio López Aguilera, quien regentó las Parroquias de San Diego, San Ambrosio, Dei Verbum, La Veracruz, La Natividad de Nuestra Señora y San Juan Bautista de la Salle, ubicadas en todos los rincones de Bogotá, sin distingo de estrato o condición social.

¡El párroco de párrocos! Él, con su vida comprometida y sencilla, demostró que no se requiere ser un “mesías” para cambiar el mundo. A pesar de que muchos lo tentaron con los cantos de sirena que suenan en las contiendas políticas, siempre se mantuvo fiel a su vocación de servicio sacerdotal. Con su programa “goles en paz”, literalmente salvó la vida de muchos jóvenes y con cariño le dio sentido social al futbol.

Fue un servidor incansable de la Iglesia católica y de su comunidad, estuviera donde estuviera. Por donde pasó dejó huellas maravillosas e imborrables en sus feligreses y en las comunidades en que hizo presencia. A pesar de ser un hombre de convicciones y doctrinas férreas, se preocupó como pocos por las causas ciudadanas, la gente humilde y nunca rechazó a nadie en su templo. Escucharlo los domingos, más que un compromiso religioso, era un bálsamo para el alma y un verdadero placer. Está en el cielo -no tengo la menor duda-, porque se lo ganó trabajando. ¡Gracias monseñor por tanto!

Camilo Cuervo Díaz

@ccuervodiaz