Este invento del siglo XX, al menos en cuanto a su producción en serie, todavía deslumbra la mente adolescente de Lorenzo, servidor de ustedes. Lo que no le impide, en su madurez precoz, aducir argumentos en contra de la proliferación de vehículos y del desorden comercial de su fabricación e importación.La casa rodante, con que se inició esta historia, es motivo de admiración en las ferias de antiguos y clásicos, donde no se sabe qué apreciar más, si los lujosos acabados internos _virtuales muebles de sala, capitoneados, y cortinajes de landós_ o los esmaltes de la latonería, entre el brillo de faroles y farolas, como diamantes y rubíes, todavía victorianos.La maravilla vulgarizada de los Ford tres patadas, con su cubículo cuadrado, discreto y señorial, vino a dinamizarse en los 30, para Lorenzo la época dorada del diseño automotor. Y hablo sólo del diseño, ya que la maquinaria y su endemoniado funcionamiento nunca han sido del interés de este cochero y le resultan tan incomprensibles como las piezas, órganos y cables del intestino humano.Todo esto viene a cuento, y podría ser mucho más, ante el desafecto fingido, que muestra el señor alcalde mayor de la ciudad hacia los automóviles y su preferencia _de dientes para afuera_ por las bicicletas todo terreno y sin guardafangos, que salpican de barro toda la espina dorsal, por decirlo así, de su encorvado conductor.Está bien. Los automotores no caben en las estrechas calles y menguadas avenidas de Bogotá, pero siguen ofreciéndose en un mercado de apetencias interminables. De todas las marcas y estilos, en franca competencia. Si se llevan cortos, todas las marcas sacan sus críos (casualmente, todos los autos pequeños llevan en su apodo estas dos vocales i y o, llegándose al caso de un camperito, así denominado: campero i o). Proliferación, pues. Invasión comercial. Apertura total. Ahora, a los ingenuos compradores _el sufrido ciudadano_ les llega la restricción: no pueden mover su belleza, que tanto les ha costado, sino determinados días y a determinadas horas. Es, claro está, una limitación al disfrute de la propiedad privada, que se acepta de buena gana, porque de hecho los artefactos que nos han vendido, y nos siguen vendiendo, no caben en el ámbito urbano. Como el automóvil es en cierta forma un juguete, y no sólo de la élite social, unos juegan un día y otros juegan al siguiente. Pero el alcalde odia los automóviles. Y no por ello, sino por distintas razones, los ciudadanos odian al alcalde, porque eso de reunir 600.000 firmas en su contra no es cualquier cosa. Que la señora registradora, acogiéndose a la Carta, porque la ley no la ha reglamentado, diga que no valen todas esas firmas, por ser de ciudadanos que no acreditaron haber votado por alcalde, es otro asunto, de cariz un tanto santanderista. Algunas firmas, muchas menos de las que han dicho los periódicos, resultaron falsas o con cédulas que no corresponden a archivos de registro. Pero, digamos, 500.000 personas en contra de un alcalde, no es algo para desestimar, cuando los encuestadores se contentan con 500 interrogados, por medio de llamadas que nadie controla, sino ellos mismos, para echar abajo el crédito de un gobierno, de una candidatura o para no dejar levantar cabeza al Tony Blair colombiano, Juan Manuel Santos.Peñalosa ha erguido su esqueleto y ha levantado su cabeza, de áspero gris bolardo, para lanzarse contra sus perseguidores, el representante Navas Talero y el concejal Bruno Díaz. Esta misma revista los ha colocado en un 'bajando', porque el 60 por ciento de los 600.000 autógrafos no valieron para el fin previsto. No que fueran falsos necesariamente.Sigue, campante, el alcalde Enrique Peñalosa, en su bicicleta, en la que no creo que llegue nunca a su despacho, como sí lo hacía Mockus, de vez en cuando. Y si llega, será rodeado por cuatro automotores, fumadores y contaminantes, más cuatro motocicletas, no propiamente a vapor.Que siga construyendo ciclorrutas, a lo largo de parques lineales y muy importantes avenidas longitudinales, pero bien podía ahorrarse la mitad del trayecto, porque pasando por el ombligo de la ciudad, aunque sea a distancia, el ciudadano habrá perdido su caballito de dos ruedas en un atraco a mano armada y su cuerpo herido habrá ido a dar a los famosos humedales (Conejera, Juan Amarillo, qué sé yo). Y esto, porque la seguridad no es prioridad para el alcalde, ni para el mejor policía del mundo, sino las ciclovías, como en las tranquilas ciudades del norte, Norte.En cuanto a Lorenzo, que todavía se tienta y se halla encima de una cicla y que sorprende por su habilidad para pedalear como cartero, es decir, de pie sobre los estribos, no está sin embargo para estos trotes, como no lo está nadie, ni se tiene ropa, en ciudad tan sucia y desigual, para llegar bien a cualquier sitio distante. Las bicicletas para deportistas y mensajeros y para que las admire el alcalde mayor, desde su BMW. Detrás de sus vidrios blindados dirá: "Chévere, full, esa es la ciudad que yo quiero".