El Guaviare, gran santuario natural, arde en llamas. Afuera del casi infranqueable Chiribiquete - que con 4,3 millones de hectáreas está por convertirse en una de las áreas protegidas más importantes del mundo- reluce por el fuego la otra cara de la moneda, que gira en las manos de los pobladores que lo provocan, ajenos, desinteresados del esplendor del magnífico bosque. La periferia del santuario está convertida en un cementerio de árboles quemados, abandonados sobre la tierra ennegrecida. La postal del Chiribiquete es magnífica. La vista se pierde en una extensión de capa vegetal espesa que produce la noticia alentadora de que aún hay mucho bosque por proteger y conservar. Esa era la imagen que el presidente Juan Manuel Santos buscaba, cuando el pasado miércoles, junto a el duque Charles de Wellington y a Alejandro Santo Domingo, cabeza de uno de los emporios económicos más grandes del país, entre otros, se internó en el Guaviare. Pero para llegar al Chiribiquete antes tuvieron que pasar por su maltratado entorno y terminaron encontrando la realidad opuesta. En la realidad se calcula que además de las casi 445.000 hectáreas que no gozan de protección, y corresponden a la zona de reserva campesina, hay tierras que podrían llegar al millón de hectáreas y que han sido parcialmente intervenidas, deforestadas y explotadas, aunque la norma lo prohíbe.  A excepción de las temporadas en las que el clima se desajusta, cada verano, durante los últimos 60 años, dicen los viejos habitantes, ha sucedido lo mismo. Los pobladores (en la gobernación dicen que sobre todo los empresarios, porque un campesino no tiene la plata necesaria para deforestar) aprovechan el verano para realizar quemas controladas. Miles de hectáreas arden durante el primer y el último trimestre de cada año, durante los tiempos secos. Los registros de deforestación del IDEAM confirman las apreciaciones de la gente. Y también indican que el Guaviare fue el segundo mayor foco de deforestación del país durante 2017.