Las breves intervenciones públicas del Papa Juan Pablo II, realizadas con tan sólo una semana de diferencia en Ciudad del Vaticano, fueron suficientes para sacudir con la fuerza de un temblor al mundo católico. El miércoles 21 de julio el líder espiritual dijo en una audiencia que "el cielo, descrito con tantas imágenes en la Escritura, no es ni una abstracción ni un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con Dios". Una semana después, ante unas 8.000 personas, el Papa fue igual de enfático al sostener que "las imágenes utilizadas por la Biblia para presentarnos simbólicamente el infierno deben ser rectamente interpretadas. Más que un lugar, el infierno es la situación de quien se aparta de modo libre y definitivo de Dios, fuente de vida y de alegría". En resumen, Juan Pablo II borró del mapa al cielo y el infierno. Les recordó a los católicos que estos dos lugares no existen como una realidad física ni son como los pintan o han pintado hasta ahora.Los anuncios del Papa no son nuevos, hacen parte del catecismo que la Iglesia Católica puso en circulación hace algunos años y son bien conocidos por los teólogos. Lo novedoso es que se refiera a ellos justo ahora, cuando el fin de siglo y de milenio desatan una serie de temores apocalípticos que llevan a la gente a pensar en el más allá. "Eso lo estamos enseñando hace tiempos. Lo que pasa es que si alguien está viendo todos los días salir el sol y una persona le dice que no es que el sol salga sino que la Tierra da vueltas, se dice que es una novedad", dice monseñor Hugo Fernández, director del Departamento de Doctrina de la Conferencia Episcopal de Colombia. Además el eco que tuvieron las palabras del Papa a través de los medios de comunicación garantiza que este asunto sea discutido entre la gran masa de los católicos. Los colombianos no son ajenos a esta polémica, pues una encuesta realizada el año pasado por Napoleón Franco reveló que 73 por ciento de la gente cree en el cielo, 38 por ciento en el infierno y 67 por ciento piensa que el cielo es el destino final de las personas buenas. "Estos planteamientos permitirán que el magisterio de la Iglesia, a través de sus parroquias, clarifique algo que ya muchos sabíamos: que el alma por no ser material no ocupa un lugar físico, luego el cielo y el infierno tampoco tienen un lugar físico, sino un estado", dijo a SEMANA Octavio Arizmendi, rector vitalicio de la Universidad de la Sabana y miembro de número del Opus Dei.Un infierno inventadoEn la mayoría de las grandes religiones existe la promesa para sus fieles de una recompensa o un castigo en el más allá. La creencia histórica de los católicos siempre fue una de las más elaboradas y tuvo como base la cosmología del pueblo hebreo. Para éstos existían siete cielos enganchados a siete mundos terrenales, en el sexto de los cuales estaba situado el infierno, al que llamaban Gehena. No obstante los hebreos no contemplaban el castigo eterno como opción para ningún pecador, ni siquiera para los más malos. Además, como lo expuso Herbert Haag en su obra El Diablo, su existencia como problema, "el judaísmo jamás ha sucumbido a la tentación de considerar sus leyendas como depósito obligatorio de su fe. El error de elevar las leyendas judías a la categoría de dogma sólo lo ha cometido el cristianismo".Este proceso ya era un hecho en el siglo XIV. Los teólogos de ese entonces pensaban que los siete cielos y los siete mundos estaban unidos por ganchos y en conjunto formaban una estructura similar a una gigantesca torre. A esa época corresponde la obra que marcó el imaginario de Occidente sobre el mundo del más allá: La divina comedia. En este texto el escritor Dante Alighieri narró su viaje por los círculos infernales y celestiales, y por el purgatorio, una desagradable sala de espera donde algunas almas se purifican antes de pasar al cielo.Luego pintores como El Bosco y Brueghel el Viejo se encargaron de ilustrar la idea católica del infierno con sus infinitos padecimientos y torturas. Un lugar de fuego eterno del que hablaron Mateo en su Evangelio y Juan en el Apocalipsis, en el que 90.000 ángeles de la destrucción castigan a los pecadores con 'las espadas de Dios'. Estas imágenes calaron con fuerza en el pueblo llano y con el tiempo, como sostiene el sacerdote Eduardo Cárdenas, "esa interpretación popular del infierno se hizo oficial. Esas imágenes de fuego, del demonio y las bestias del Apocalipsis han quedado en el imaginario de la comunidad cristiana. Hasta cierto punto son válidas porque muestran lo terrible que es alejarse de Dios". El cielo no puede esperarEl mensaje del Papa fue claro: el cielo como un espacio idílico entre nubes vaporosas, como lo pintan caricaturistas como Quino, no existe. Lo mismo ocurre con el infierno como un lugar subterráneo, oloroso a azufre, donde se escuchan todo el tiempo los gritos atormentados de los condenados. Esto no quiere decir, como lo han interpretado algunas personas, que ya no haya castigo para quienes pequen. El castigo eterno sigue siendo la meta final de quienes deciden "autoexcluirse de la comunión con Dios y los santos". No obstante la actitud del Pontífice romano en este punto fue más bien conciliatoria al comentar que "la posibilidad del castigo eterno no debe crearnos angustia sino que ha de ser vista como una llamada de atención para escoger el camino abierto por Cristo, vencedor del pecado y la muerte, y que nos ha enviado el Espíritu de Dios, que nos hace decir Abba, Padre". Este mensaje papal no será acogido de un momento a otro. Primero tiene que echar por tierra las imágenes celestiales o infernales que durante siglos alimentó la Iglesia entre los creyentes y luchar contra las que se difunden a través de los medios de comunicación masivos. Por lo pronto no queda más que recordar las palabras de Marcel Proust en su obra En busca del tiempo perdido: "Los verdaderos paraísos son los paraísos que hemos perdido en la Tierra".