Lo que Maurice Green consiguió la semana pasada en las pistas de Atenas, Grecia, fue una hazaña deportiva de grandes dimensiones y la más importante de los últimos tiempos. El estadounidense de 24 años logró algo imposible para muchos: romper el récord de 9,84 segundos en los 100 metros planos en poder del canadiense Donovan Bailey desde los Juegos Olímpicos de 1996. El miércoles anterior Greene pulverizó la marca al cruzar la meta en tan solo 9,79 segundos. Y son precisamente esas cinco centésimas de segundo menos las que convierten ese resultado en una verdadera proeza. Una diferencia de tiempo como la conseguida por Greene resulta impresionante en los 100 metros planos, pero este mismo recorte con respecto al récord mundial supone un avance estratosférico. Es tanto como si un equipo ganara la final del campeonato mundial de fútbol por más de seis goles de diferencia o un ciclista se llevara el título del Tour de Francia con más de dos horas de ventaja sobre el segundo.Maurice Greene surgió en 1995 sin demasiado ruido al conseguir un cupo en el equipo estadounidense que participó en el Mundial de Gotemburgo ese año. Pero su mejor marca _10,08 segundos_ no le dejaba esperanza alguna frente a los grandes protagonistas de la década: Donovan Bailey, Dennis Mitchell o Leroy Burrell. Y mucho menos permitía vaticinar que podría convertirse en el nuevo hijo de la velocidad de una manera tan aplastante como lo consiguió la semana anterior. Por eso al año siguiente, 1996, Greene desapareció repentinamente del mapa para enrolarse en el equipo de John Smith, antiguo especialista de 400 metros. Esa determinación cambió la vida del corredor. Ese año, tras los primeros seis meses de trabajo, el desconocido Greene se transformó en una estrella. Venció en los cam-peonatos de Estados Unidos y en el Mundial de Atenas, donde quedó a dos centésimas del récord de Bailey.Desde ese momento ya nadie dudó de que Greene disponía de las cualidades para convertirse en el plusmarquista mundial. Había logrado desarrollar en poco tiempo, y gracias a 12 horas de trabajo diario, un gran instinto a la hora de competir, una potencia descomunal y una técnica impecable que le han permitido consolidarse como el mejor velocista del planeta en las últimas dos temporadas . Tras el retiro de Carl Lewis el atletismo había quedado sin un héroe. La semana pasada Greene tan sólo necesitó 9,79 segundos para asumir, al menos momentáneamente, ese rol.