El 27 de mayo pasado los medios de comunicación reprodujeron las palabras de Juan Camilo Restrepo, ministro de Hacienda, y de Sara Ordóñez, superintendente bancaria. Acababa de presentarse un amague de pánico financiero en contra de Davivienda y los funcionarios pretendían tranquilizar a los ahorradores. "No hay nada más grave que un chisme infundado. Les advertimos que no habrá intervenciones adicionales".Gracias a las palabras de Restrepo y Ordóñez, a las pocas horas los asustados ahorradores de Davivienda estaban devolviendo los dineros que apresuradamente retiraron el día anterior, por cuenta de un irresponsable correo electrónico. Y nadie dudó en resaltar la oportuna intervención de los dos funcionarios. Todo indica, sin embargo, que se les fue la mano. No por Davivienda, que en efecto es una de las instituciones más sólidas del país, sino por aquello de que no habría más intervenciones. Pocos días después le tocó a la Corporación Financiera del Pacífico y esta semana a la FES.Y no se trata de un engaño deliberado. Lo que evidencian estos hechos es que los funcionarios colombianos no han escapado del síndrome que afecta a los dirigentes gubernamentales en países que enfrentan episodios de crisis de confianza en el sector bancario: el del pastorcito mentiroso. Para evitar que se precipite una crisis que parece inevitable se dicen algunas 'mentirillas piadosas' que después salen muy caras. Y salen caras porque se terminan feriando los activos más importantes que tienen las autoridades económicas, que son su reputación y su credibilidad. En este sentido el caso de la oficialización de la FES es muy revelador. Si bien sus indicadores de solvencia y calidad de cartera se deterioraron mucho en el último mes, ya eran marcadamente preocupantes desde febrero pasado. Además el gobierno sabía que no podía ser capitalizada porque es una fundación sin ánimo de lucro que no tiene socios. La única forma de no intervenirla era la remota posibilidad de que otra fundación _como el Grupo Social o la Fundación Corona_ decidieran 'comprarla' ofreciéndose a capitalizarla. Eso quiere decir que el 27 de mayo, cuando el gobierno aseguró que no habría más intervenciones, ya sabía que la de la FES era inminente.Todo esto lleva a una verdad de a puño: a pesar de que las autoridades digan lo contrario, ni la intervención del Banco Andino fue la última y probablemente no lo sea tampoco la de la FES. Y eso, aunque el gobierno no haya atinado a decirlo, no es necesariamente una mala noticia. La verdad es que la crisis financiera tendrá que sanear al sector de tal forma que sobrevivan las entidades cuyo manejo haya sido responsable y que cuenten con solidez. El hecho de que se quiebren algunas no implica que todo el sistema financiero esté al borde del abismo sino que se está depurando. De hecho, las entidades más solventes se han beneficiado de todo esto ya que los ahorradores han colocado su dinero en ellas. Las otras tendrán que capitalizarse y reestructurarse o desaparecer. Y eso puede suceder sin que se perjudiquen los ahorradores. Mucho ganaría el gobierno si empieza a llamar al pan, pan y al vino, vino. De lo contrario puede terminar precisamente provocando el fenómeno que hoy pretende evitar: el del pánico financiero.