Desde su cómoda oficina en Cali Ariosto Manrique, presidente de Colombina S.A., rige los destinos de la sexta compañía de alimentos más grande del país. El año pasado la empresa de dulces vallecaucana _cuyo nombre se convirtió en un genérico para los colombianos a la hora de referirse a todo tipo de chupetas_ registró utilidades operacionales por más de 21.000 millones de pesos, o sea , un incremento de 62 por ciento frente a 1997. Durante las épocas más álgidas de la crisis económica Colombina tuvo un margen operativo de 8 por ciento y en momentos en que muchas empresas redujeron su personal la liderada por Manrique aumentó el número de puestos de trabajo en más de 6 por ciento. Bajo la batuta de este empresario, que hoy tiene 69 años, Colombina no sólo diversificó su línea de productos sino que se lanzó a la conquista del mercado internacional, como lo demuestran sus exportaciones a 23 países que en 1998 superaron los 32.000 millones de pesos. Semejante desarrollo no sería tan extraordinario sino fuera porque detrás de él se esconde la figura de un hombre que se ha ganado su cargo a puro pulso. A primera vista tiene la pinta de haberse formado en una familia acomodada. Sin embargo la realidad es otra. El presidente de Colombina no pertenece a una familia de abolengo, no creció en medio de los ingenios azucareros ni se educó en los mejores colegios de la ciudad. Por extraño que parezca, el hombre que desde hace 12 años maneja la fábrica de dulces más importante del país ingresó a la empresa hace 50 años ostentando el título de mensajero.El patito feoA los 15 años Ariosto estaba convencido de que iba a ser un hombre importante. Su espíritu luchador no se había dejado doblegar por las estrecheces económicas de su hogar y estaba seguro de que más allá de las barriadas populares de Cali existía un mundo en el que él podía abrirse paso. Como era de esperarse, sus ambiciones no tardaron en convertirlo en el 'hazmerreír' del vecindario ya que a mediados de siglo la diferencia de clases en Colombia era tan marcada que la sola idea de que un humilde trabajador pudiera convertirse en un gran ejecutivo era algo inconcebible.Sin embargo esta regla encontró su excepción en Ariosto, quien a pesar de los desalentadores pronósticos de sus amigos se lanzó al mundo laboral en busca de una oportunidad. Animado por un primo decidió golpear las puertas de la Fábrica de Dulces Colombina Ltda., una de las empresas de la organización Caicedo. En 1944 obtuvo su primer trabajo como mensajero pero tan sólo alcanzó a ejercerlo por tres meses ya que sus jefes inmediatos se percataron de sus deseos de progresar y poco a poco le fueron asignando labores de mayor responsabilidad. A lo largo de esos años su principal mecenas fue Jaime H. Caicedo, quien vio en él al compañero ideal para sacar adelante a Colombina, que hasta entonces había sido relegada a un segundo lugar por la familia Caicedo debido a la importancia de los ingenios Riopaila y Castilla. Para estar a la altura de su maestro el humilde mensajero decidió continuar sus estudios y con el apoyo de Jaime H. ingresó a la Universidad del Valle, en donde obtuvo el título de administrador industrial. De ahí en adelante se matriculó en cuanto curso encontró y en cuestión de años comenzó a ocupar cargos gerenciales, trabajando siempre en llave con su mentor. "Juntos intentamos darle un valor agregado al azúcar. Lograr esa mezcla perfecta de azúcar, aromas y sabores que hicieran realidad una fantasía", dice. Hasta el momento esa fantasía ha dado magníficos resultados pues de las 15.000 libras diarias que se producían en 1944 hoy se ha pasado a 49.000 toneladas. Sólo por nombrar un ejemplo, la demanda del producto Bom bom bum, la popular colombina con chicle, exige la fabricación de 900 millones de unidades al año.Como era lógico, la muerte de Jaime H. trajo consigo un cambio generacional y los miembros más jóvenes de la familia tomaron las riendas. Durante la nueva administración Ariosto siguió escalando posiciones hasta que en 1987 la familia decidió nombrarlo presidente.De cal y de arenaSi bien es cierto que desde su llegada a Colombina Ariosto nunca volvió a pasar necesidades económicas _vive en uno de los sectores más elegantes de Cali, es socio de los clubes más exclusivos y sus hijos estudiaron en las mejores universidades de Estados Unidos y Europa_, su vida no ha sido precisamente un lecho de rosas. Al frente de la compañía ha sorteado todo tipo de dificultades, que van desde inundaciones e incendios, que han ocasionado cuantiosas pérdidas, hasta la mala publicidad que se le hace al consumo del azúcar. Sin embargo el golpe más duro que ha tenido que soportar fue la muerte, en 1982, de Carlos _el mayor de los dos hijos que tuvo con su esposa, Cecilia de la Vega_, quien falleció a los 28 años víctima de un cáncer. La pérdida de su hijo lo marcó profundamente y lo llevó a entregarse en cuerpo y alma al trabajo, actividad a la que le dedica 13 horas diarias. "Antes el trabajador se comprometía más con la empresa, se convertía en parte de ella. Ahora se la pasan brincando de un trabajo a otro y no guardan tanto arraigo", señala. Aunque los ímpetus siguen intactos los años no vienen solos y el entusiasta Ariosto ha comenzado a sentirlos. Ultimamente la idea del retiro le viene zumbando en la cabeza y declara que ya es justo y necesario que otras personas se encarguen de dirigir el futuro de Colombina de cara al nuevo siglo. Pero en su caso el retiro no es sinónimo de descanso ya que piensa organizar todo tipo de actividades para mantenerse ocupado pues, como él mismo dice, "los árboles viejos se mueren parados".