EN menos de un mes cinco millones de colombianos marcharán por las ciudades y municipios de Colombia en señal de protesta contra el secuestro y la desaparición forzada de personas. Se trata de una cifra sin antecedentes en la historia colombiana y de la culminación de una serie de marchas que han recogido, hasta ahora, a más de un millón de ciudadanos que decidieron abandonar las filas de los apáticos para sumarse al ejército creciente de activistas contra los violentos.A lo anterior se suman hechos aislados, también contundentes. En Cali se prepara una marcha de miles de personas hacia el lugar donde las autoridades creen que el ELN tiene a los secuestrados de la iglesia de La María. Hay municipios como Pensilvania, en Caldas, que han decidido prepararse para hacerle frente a una eventual toma guerrillera con una manifestación masiva y pacífica en el momento en el que los subversivos avancen por sus calles. Hay lugares como Caicedonia, Valle, donde toda la población marchó en señal de protesta unos días después de que las Farc se tomaran el pueblo y arrasaran con el puesto de Policía y las casas aledañas.Al frente de este ejército de activistas se encuentra una persona que no reclama para sí la condición de líder de ese movimiento nacional. Se trata de Francisco Santos Calderón. Pocas personas han sido más eficaces en la política reciente como Pacho Santos. Desde que fue víctima de un secuestro, a manos de los sicarios del cartel de Medellín, la vida de Pacho no le pertenece del todo. El intenta seguir el destino obligado de heredero de Don Hernando Santos, asume la responsabilidad de editor de El Tiempo, prepara de manera concienzuda su columna dominical, imparte órdenes en la sala de redacción del periódico y cambia titulares desde un celular a las ocho de la noche. Pero invariablemente su vida toma otro rumbo. Y ese rumbo es, de manera inevitable, el de la política.Pacho se resiste a la idea de hacer política. Pero quizá por eso mismo tiene un enorme poder de convocatoria: su convicción no está en entredicho. Muchos políticos tradicionales envidiarían la manera como aglutina gente y pone en marcha procesos antes impensables. Pero la naturaleza misma de lo que sucede en Colombia requiere que no sean los políticos quienes abanderen la protesta. Es más, lo que está sucediendo en Colombia ocurre de manera espontánea. Por eso es tan revelador el grado de malestar y rabia que sienten los colombianos ante las distintas manifestaciones de violencia y, en particular, contra el secuestro. "A nosotros nos llaman de una ciudad y nos dicen "oigan queremos hacer una marcha, estamos preparados para el domingo', y alguien de los nuestros va y les cuenta experiencias de otras ciudades, les dice cómo hay que permitir el acceso a la marcha a todos los sectores para que no sea excluyente y así arranca la cosa", dice Pacho, y agrega: "Lo que está pasando es que la gente se cansó y está saliendo a la calle por voluntad propia a decir !no más!".Los años del tropelA finales de 1996 un grupo de integrantes de la Asociación Colombiana de Ingenieros buscó a Pacho. Querían saber si estaría dispuesto a ayudarles a organizar una marcha para buscar la liberación de Alfonso Manrique, quien para ese entonces llevaba más de un año en poder de las Farc. Santos les respondió de manera afirmativa pero les hizo una contraoferta. Participaría si se organizaba una manifestación contra el secuestro en general.Todos eran escépticos. Al fin y al cabo se acercaba la primera mitad del gobierno de Ernesto Samper, el proceso 8.000 estaba en pleno furor y la crisis política había sumido al país en la apatía. Pero en los meses siguientes vieron cómo miles de personas salían a las calles en Bogotá, Medellín, Cali, Villavicencio y Valledupar. Durante el proceso empezó a llegar otra gente que estaba interesada en el tema de las marchas. Redepaz, Unicef, el movimiento de los Niños por la Paz, entre otras organizaciones, se sumaron al grupo inicial. Con ellos, y con una campaña masiva en medios de comunicación que no costó un solo peso, Santos emprendió su segunda cruzada: el Mandato por la Paz. Paradójicamente, quienes más influyeron entonces en la manera como Pacho encaró el tema fueron Francisco Galán y Felipe Torres, los dirigentes del ELN encarcelados en Itagüí, quienes, durante una visita suya a la cárcel, le dijeron que al movimiento contra el secuestro le faltaba una base más amplia que la que tenía y un planteamiento más nacional.Esta vez su liderazgo descansó en dos ejes fundamentales: los temas de organización y la vocería pública que le garantizaban tanto su cargo en El Tiempo, entonces en la jefatura de redacción, como su capacidad de movilización de medios electrónicos. Grupos como Viva la Ciudadanía, Redepaz, Indepaz, gremios como Fenalco, empresarios y organizaciones sindicales lograron entonces convocar a más de 10 millones de colombianos para que otorgaran un mandato por la paz al gobierno.Pero aun semejante símbolo era apenas eso: un símbolo. La tercera cruzada empezó hace poco más de cuatro meses. Lo que debía ser una modesta campaña ciudadana contra el secuestro y la desaparición forzada se convirtió, con la ayuda de Andiarios, Asomedios, los partidos, el Congreso y los amigos del Mandato, en el movimiento de protesta ciudadana más importante de la historia reciente de Colombia.Lo curioso es que detrás de las marchas de los últimos días no hay ni estrategia ni convocantes. "Al 'democratizar' la práctica del secuestro y hacerla totalmente indiscriminada mediante las pescas milagrosas, el secuestro de los pasajeros del avión de Avianca y de los feligreses de la iglesia de La María en Cali, la guerrilla logró que las clases medias de las ciudades colombianas dijeran 'esto me puede pasar a mí, esto también es conmigo', e hizo crecer de manera geométrica a los interesados en las manifestaciones", dijo Santos.Con la excepción de la manifestación en Barranquilla, donde el cura Hoyos tomó la personería con discurso político incluido, las marchas han sido sólo movimientos de muchedumbres que protestan. No hay discursos, ni peroratas y cuando llaman a Francisco Santos a que acompañe a quienes lideran la marcha él prefiere esconderse entre la masa y quedarse callado. "En las marchas no hay discursos, dijo Santos, hay víctimas".Por lo pronto nadie sabe ni cómo ni cuándo se organizará la gran marcha, pero el número de ciudades que aún faltan por alzarse pacíficamente contra los violentos es cada vez menor. Para acelerar el proceso Santos se reúne con los alcaldes de los municipios más pequeños y les enseña una presentación que tiene en su computador portátil. Allí hay consejos para enfrentar a la guerrilla o a los paramilitares y pasos por seguir para que la protesta pacífica sea eficaz .Hasta el momento las marchas han servido como mecanismo de protesta ciudadana. Aún son un símbolo, aunque más presente y más dinámico que el Mandato. Pero mientras se preparan para la gran marcha, todos aquellos que han hecho parte de este proceso esperan que una vez salgan a la calle, al tiempo, cinco millones de colombianos en contra el secuestro y la desaparición forzada, haya terminado el tiempo de protesta. Y que empiece entonces el de la acción concreta que, para Francisco Santos podría ser, al igual que en el caso de El Quijote, hora de hacerse a una armadura y de dar la batalla final contra los molinos de viento.