El monarca nacido entre 1923 y 1924, cuya edad exacta nunca se conoció, había sido internado en un hospital de Riad el 31 de diciembre a causa de una neumonía. Tras su deceso, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lo declaró un “hombre valiente y sincero” con quien tenía “una amistad real y cálida”. La alemana Angela Merkel dijo que había sido “un político equilibrado”, y el ruso Vladimir Putin lo llamó “sabio y coherente”. Los gobernantes de Baréin y Jordania declararon luto nacional de 40 días. Que un rey árabe pudiera congregar a líderes tan distintos tiene explicaciones. Dicen que era devoto a las costumbres, pero abierto a las reformas. Tras su llegada al poder en 2005 tomó decisiones criticadas por figuras del islam como la de abrir, en 2009, una universidad para hombres y mujeres y nombrar, en 2013, a mujeres en la Asamblea Consultiva. Así gobernó una nación rica e influyente, hoy por hoy aliada clave de diversos países, mayor exportadora de petróleo del mundo y sede de dos de los lugares más sagrados del islam: Meca y Medina. Pero su muerte también revivió las críticas. Expertos recuerdan el peso de la ley islámica en ese país. La homosexualidad es castigada con la muerte y decapitaciones, lapidaciones y amputaciones aún se llevan a cabo en plazas públicas. En los primeros días de 2015, un verdugo le cortó con dos espadas la cabeza a una mujer acusada de asesinato. Poco después, un bloguero crítico fue condenado a diez años de cárcel y 1.000 latigazos. El mismo día del deceso de Abdalá el popular medio alternativo Middle East Eye comparó los castigos del hoy odiado Estado Islámico con los de Arabia Saudita y concluyó que son casi iguales. A Abdalá lo sucede ahora su medio hermano Salman, un hombre de 79 años que habló por solo tres minutos en su posesión y así alimentó los rumores de que sufre de demencia. En esas condiciones, deberá enfrentar la actual crisis del petróleo y confrontar las amenazas de sus enemigos en Irán y el grupo terrorista Al Qaeda.