Tan pronto falleció Santiago Medina a todo el mundo le pasó por la imaginación una pregunta: ¿Se habrá llevado algún secreto a la tumba? Al fin y al cabo el ex tesorero de la campaña de Ernesto Samper no sólo fue el protagonista de esa telenovela sino que alimentó versiones de documentos secretos que tenía en su poder con orden de hacerlos públicos si algo le pasaba. Se habló de cajas fuertes, sobres lacrados, cajillas de seguridad en bancos europeos y cosas de esas. ¿Qué puede haber de cierto en todo esto? La verdad, muy poco. Todo lo que tenía que contar Medina que fuera importante lo contó en su primera confesión el 28 de julio de 1995. Fue en ese momento cuando el ex tesorero de la campaña, agobiado por la presión del escándalo que se acercaba y asustado porque lo fueran a sacrificar como chivo expiatorio, decidió 'escapársele' a Ernesto Amézquita, el abogado defensor que le habían contratado sus amigos del gobierno para que no hablara. Acto seguido destapó los detalles del escándalo político del siglo ante la Fiscalía. Fue una confesión totalmente espontánea, aunque fuertemente documentada. Sudando por los nervios y sin abogado propio, ante un fiscal sin rostro, Medina narró la historia que todo el país conoce y que lo estremeció en ese momento. El texto de esa declaración es en estricto sentido todo el proceso 8.000. Un narrador tan imaginativo como Gabriel García Márquez dijo que si el cuento de Medina no era verdad el ex tesorero era Graham Greene. En otras palabras: muy pocos tienen la capacidad de inventarse semejante historia. Lo cierto es que Santiago Medina dijo la verdad, pero no toda. Había un elemento que no se atrevió a confesar y hasta hoy ha permanecido en secreto. Lo que es increíble es que el asunto, a pesar de ser anecdótico, demuestra que todo el proceso 8.000 arrancó por un accidente. Accidente que comenzó cuando un coronel del Bloque de Búsqueda, Carlos Alfonso Velásquez, allanó las oficinas de una academia de sistemas en Cali de propiedad de un contador chileno, el hoy famoso Guillermo Pallomari. Entre los cientos de cheques que encontró había uno por 40 millones de pesos, girado por la Comercializadora Agropecuaria La Estrella a favor de Santiago Medina. Este lo había endosado y se lo había enviado a Jorge Herrera Barona, tesorero de la campaña en el Valle del Cauca. Como rápidamente se estableció que Agropecuaria La Estrella, y otras sociedades que allí aparecieron, eran empresas fachadas del cartel de Cali, la conexión con la campaña de Ernesto Samper dio pie para que por primera vez se pensara en serio que podía ser verdad todo lo que decían los narcocasetes. De ahí en adelante se fue desenredando el ovillo y el país entró en una pesadilla que solo terminó el pasado 7 de agosto cuando Samper salió de la Casa de Nariño.El secreto que Medina se llevó a la tumba es que ese cheque de 40 millones de pesos, que dio origen a todo el escándalo, no tenía nada que ver con la campaña. Era simplemente un pago de los Rodríguez Orejuela a él por la venta de tres cuadros del siglo XIX. Que, de paso, vale la pena aclarar, son los únicos cuadros reales de todo el proceso 8.000. Después varios célebres acusados justificaron los cheques que aparecieron en sus cuentas diciendo que vendían obras de arte. El caso de Medina era el opuesto. Mientras muchos de los acusados querían desviar la atención de la narcofinanciación de sus campañas, disfrazándolas de cuadro, él disfrazó de narcofinanciación un negocio particular.¿Cómo fue esto posible? Lo primero que llama la atención es que Santiago Medina no conocía antes de la campaña de Samper a los Rodríguez Orejuela. Había decorado casas de José Santacruz, de Gonzalo Rodríguez Gacha y de otros reconocidos narcotraficantes. Sin embargo los hermanos Rodríguez nunca habían requerido sus servicios. Cuando el 4 de mayo de 1994 Santiago Medina fue enviado por la campaña de Ernesto Samper a pedirle 2.000 millones de pesos a los Rodríguez para la primera vuelta, después de los saludos de rigor y de superar los nervios propios de la ocasión, rápidamente entró en confianza con sus anfitriones. En medio de la cordialidad reinante a Medina se le salió la vena de decorador y vendedor y se decidió a 'meterle un sablazo' a los dueños de casa. Muy pronto los convenció de que la decoración del espacioso penthouse no estaba a la altura de su estatus. El resultado de esta visita no estuvo nada mal: de los 2.000 millones solicitados por la campaña los Rodríguez accedieron a la mitad. Pero al enviado sí le aceptaron plenamente sus recomendaciones de decoración.Poco tiempo después un emisario de los jefes del cartel de Cali se presentó al anticuario del tesorero en el barrio Rosales de Bogotá. Allí, después de mucho mirar, escogió tres obras neoclásicas del siglo XIX: dos paisajes y una pastora ordeñando una vaca. El personaje dejó como abono el cheque de los 40 millones de pesos. Posteriormente los choferes de Medina llevaron los cuadros hasta una casa en el norte de Bogotá, desde donde fueron enviados a Cali.Poco tiempo después llegaron a la casa de Medina las famosas cajas llenas de billetes con que se iba a financiar la campaña. El tesorero decidió abreviar el canje bancario, abrió una de las cajas de cartón, sacó la plata en efectivo y le mandó el cheque a la tesorería de la campaña en el Valle como un aporte más. Ese cruce acabó siendo el primer indicio de una conexión entre la campaña de Samper y el cartel de Cali.Lo paradójico es que Medina, que confesó delitos tan graves, se avergonzó de esta indelicadeza y siempre justificó el cheque como parte del aporte global del cartel a la campaña. ¿Por qué de seis millones de dólares solo 40 millones de pesos fueron entregados en cheque y el resto en efectivo? La explicación de Medina es que se trataba de una 'póliza de seguro' que los Rodríguez habían querido tener por si no les cumplían. El argumento sonó convincente y nadie lo cuestionó de ahí en adelante. Esta situación dio pie para que en los narcocasetes se hablara de dos personas diferentes con apodos que se confundían. A uno se referían como "el hombre de los cuadros" y a otro como "el hijo del pintor". Solo los más allegados a Medina conocían su secreto, pero siempre le guardaron la espalda por considerar que si se revelaba de manera tardía este episodio marginal pondrían en tela de juicio la valerosa confesión del ex tesorero. Los únicos que revelaron detalles de esta operación fueron sus conductores, Humberto Nemojón y Rubén Darío Pulgarín, quienes transportaron las obras de arte. En todo caso el cheque de los cuadros constituyó la prueba irrefutable de la financiación directa del cartel de Cali, que fue el girador del cheque, a la campaña de Samper, que fue la que lo cobró. El resto de la plata entró de manera menos rastreable, pues ingresó en efectivo o a través de cheques a terceros. Llevando esta casualidad al extremo se podría decir que si Medina, durante su misión en Cali, no vende su pastora ordeñando y sus dos paisajes de pronto hoy no habría proceso 8.000.