Son ya 16 años sin rumbo, en especial sin rumbo económico. Así es y ahora que está el debate electoral por la Alcaldía Mayor urge la reflexión. En la agenda de quienes han ostentado el cargo y dirigido la ciudad, la Bogotá productiva, competitiva y la ciudad económicamente sostenible brilla por su ausencia dentro de los asuntos importantes y prioritarios. Poco ayuda la ausencia del debate sobre el tema, así como ser tratado con la transparencia y franqueza que se requieren por centros de investigación y pensamiento económico como Fedesarrollo o Anif, por los gremios como la Andi o Asobancaria, por instituciones empresariales como la Cámara de Comercio, el Consejo Privado de Competitividad o ProBogotá, así como por el alto gobierno a través de Planeación Nacional, el Banco de la Republica o el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo o el de Hacienda.

Es una incógnita a qué se debe el silencio. A desconocimiento, a resignación o al que al decirlo, tal y como es, se use en forma indebida y termine alimentando las críticas a la apertura, en especial de quienes con ella han ideológicamente atacado las bases de la economía de mercado diciendo que Colombia lo que hizo fue una apertura para adentro y no hacia afuera. Lo cierto es que la falta de rumbo económico en Bogotá se está carcomiendo la salud económica y financiera del país. No es la primera vez que escribo del asunto, pero es la más oportuna para alertarlo, porque el país cerró con un déficit de cuenta corriente de 4,6% del PIB el primer trimestre a pesar del flojo crecimiento, explicado principalmente por el deterioro de la balanza comercial, y porque llega la hora de escoger nuevo burgomaestre. La posición neta internacional del país, los activos (ahorro) y pasivos (desahorro) financieros de nuestra economía frente al resto del mundo, llegó en marzo a casi US$161.000 millones negativos (desahorro). Esto es muy superior a los casi -US$48.000 millones a finales de 2007 y su crecimiento es cada vez más exponencial frente al hecho que en 1997 dicho desahorro era de -US$35.000 millones.

Dicho desahorro, por ejemplo, se asemeja a la balanza comercial de bienes negativa que acumula Bogotá desde diciembre de 2008 a junio de 2019, cuya cifra asciende a -US$168.700 millones. Para quienes me han leído saben que, con base en las cifras oficiales, el deterioro obedece a la bajísima productividad de los costos laborales de Bogotá. Colombia puede tener una baja productividad, pero dentro de ella la de Bogotá es perversa. Es así como, a lo largo de 10 años Bogotá apenas supera 6% de las exportaciones del país, mientras participa con 96% del déficit comercial industrial del país. Colombia puede no ser una potencia exportadora o tener múltiples sesgos antiexportadores, pero aun así el déficit comercial industrial del resto del país apenas suma durante más de 10 años -US$12.500 millones.

Permítanme ser insistente, ese déficit es incluso bajísimo frente al hecho de que el balance comercial en solo bienes de consumo de industrias manufactureras de Bogotá suma en el mismo periodo casi -US$40.000 millones. Por eso, cuando en mi calidad de acompañante de estudiantes universitarios me preguntaron qué incentivos debía implementar el país para las exportaciones, no dudo en pensar y responder que los incentivos deben implementarse para que las fábricas de productividad del programa Colombia productiva estimulen las ventas del resto del país a Bogotá. Es decir, hay que perderle el miedo a estudiar e implementar con juicio un programa desde el Gobierno para que al menos en los bienes de consumo y algunos intermedios Colombia le apunte a hacer sustituciones de importaciones.