¿Está dispuesta la comunidad a pagar por vías menos congestionadas? Hasta ahora, el caso de Bogotá parecería decir que todavía no. Bogotá está asumiendo el dudoso honor de convertirse en una de las ciudades más congestionadas del mundo. Quizás todavía no se iguale a ciudades como Bangkok, donde el tráfico de motocicletas por los andenes ha completado la invasión del espacio público. Pero claramente la tendencia es en esta dirección. Según estadísticas difundidas recientemente, la velocidad promedio del tráfico vehicular en Bogotá descendió de 40 km/hora en 1970 hasta 12 km/hora actualmente y no hay signos de mejoría hacia el futuro.Como en otras ciudades, la pregunta obvia es por qué la comunidad no ha detenido la tendencia hacia mayor congestión. Sin hablar de soluciones radicales como la de Singapur, donde la congestión ha sido controlada en buena medida por una fuerte intervención y regulaciones que desalientan el uso de vehículos, la inversión en infraestructura de transporte en Bogotá ha sido claramente insuficiente para atender el alto crecimiento poblacional, el asociado reemplazo de unidades unifamiliares por edificaciones multifamiliares, y el alto crecimiento en el uso de vehículos particulares y colectivos.Posiblemente las deficiencias de manejo presupuestal y fiscal expliquen en buena medida la insuficiencia de la inversión. Otro tanto puede atribuirse a la falta de liderazgo político que reclama el desarrollo de medios eficientes de transporte masivo. Pero también hay que preguntarse qué tanto valor le atribuye la gente al tiempo perdido por la congestión o, puesto de otra forma, cuánto estaría dispuesto a pagar un conductor típico por reducir el tiempo perdido. Se esperaría que cuanto mayor fuese este valor o disposición de pago, mayor prioridad y atención adquirirían las mejoras en la infraestructura de transporte dentro de los programas de inversión pública.En ciudades norteamericanas, donde la congestión es menor, la disposición de pago para reducir la congestión es modesta. En un interesante estudio en preparación, investigadores del Instituto Brookings de Washington encuestaron una muestra de conductores en varias ciudades norteamericanas sobre sus preferencias respecto del cobro de peajes en vías congestionadas (hoy día ya tecnológicamente factible). La encuesta le pidió a los participantes en la muestra calificar diferentes escenarios de tráfico, definidos en términos de la presencia o ausencia de diferentes niveles de peaje, el tiempo de viaje con y sin congestión, el uso asignado a los recaudos de peaje (e.g., apoyo a sistemas de transporte masivo, mantenimiento y mejora de las vías sujetas a peaje, subsidios a los conductores de bajos ingresos), y la presencia o ausencia de camiones en las vías. De las respuestas se calculó que la disposición de pago de la población tipificada para reducir congestión es en cuantía modesta (14%-27% del salario por hora, por un ahorro de una hora de viaje por tráfico congestionado), más baja que la indicada por estudios anteriores (alrededor de 50% del salario). La respuesta de la gente a la congestión ha ido más bien en la dirección de cambiar los hábitos (modo de transporte, hora de viaje, localización de vivienda respecto del sitio de trabajo). Sin duda los bogotanos también han cambiado sus hábitos con el objeto de exponerse menos al tráfico congestionado. Cabe añadir además que, dados los avances en telefonía y computación, los conductores pueden aprovechar ahora mejor el tiempo que toman para trasladarse de un sitio a otro.Los encuestados del estudio citado estaban expuestos a condiciones "normales" de congestión. Es probable que la valoración del tiempo sea mayor en condiciones de congestión extrema, como las de Bogotá. Y quizás condiciones aún más extremas que las actualmente vigentes finalmente motiven al liderazgo político y el apoyo financiero que demandan soluciones más efectivas que las que actualmente se advierten. Posiblemente llegue el momento en el cual el público ya no encuentre más opciones para evitar el tráfico congestionado. Dadas las tendencias actuales, no está lejano el día en el cual el peatón bogotano avance tan rápidamente como un vehículo. Esto es, si es que nuestro peatón logra escabullirse por entre las motocicletas que transitan en los andenes y otras vías peatonales.