El sonido de las máquinas de vapor y el ruido intempestivo del silbato del tren anunciaban su llegada. Era una señal tan familiar y tradicional como las campanas de la iglesia. Tras el “chucu-chuuuuu”, los niños corrían a colarse en algún vagón de pasajeros y los adultos a recibir el comercio: gallinas, ropa, pescado, productos de belleza y de aseo. El pueblo vivía del tren. Era su atracción y su sustento. En 1933, en lo que entonces era el asentamiento antioqueño de Santa Bárbara, comenzó a operar la estación Alejandro López del Ferrocarril de Antioquia, un edificio en piedra bautizado así en honor al ingeniero que diseñó el Túnel de la Quiebra. El tren impulsó el desarrollo del caserío para convertirlo en el corregimiento de La Pintada, que más tarde sería municipio. “La gente que usaba el tren le dio el nombre porque al lado de la estación estaba la única finca pintada y los pasajeros siempre decían que se bajaban ahí, en ‘la pintada’”, cuenta el alcalde César Augusto Zapata. El fotógrafo Ómar Mauricio Romero, de 39 años, vive en esta ciudad del suroeste, rodeada por Fredonia, Santa Bárbara, Valparaíso, Aguadas y Támesis, y atravesada por el río Cauca. Por medio de fotografías y relatos recopilados ha recuperado fragmentos de la memoria del pueblo que una vez fue puerto ferroviario. Con el primer café del día, en el parque principal, escucha las historias de Don Cortés, de Jorge Carvajal y de Cecilia Carmona, quienes evocan un ferrocarril que solo queda en sus recuerdos y en las construcciones que ahora son patrimonio. Lea también: Cisneros, la población que nació y creció con el Ferrocarril de Antioquia Francisco Antonio Cortés Martínez, Don Cortés, de 90 años, empezó a trabajar en el ferrocarril en 1949. Hacía mantenimiento de las vías y los campamentos por 45 centavos el día y se pensionó 25 años después. “Un cuartico de vida dedicado al tren”, dice y añora ese tiempo. “Era una dicha porque teníamos cómo salir para las poblaciones vecinas muy facilito y no se diferenciaba un día normal de un fin de semana. El pueblo siempre estaba lleno de gente y de comercio. Ya no es lo mismo por más carreteras que haya”. Siete años después de la inauguración de la estación se terminó la carretera que une al municipio con Medellín y se redujo el flujo de pasajeros en tren. Para 1961, dejó de pasar por La Pintada. Cecilia, de 64 años, recuerda una infancia llena de anécdotas con el ferrocarril. A los 6 años se escapó con otros niños hasta un municipio cercano y el tren se accidentó. En otra ocasión tuvo que tirarse del vagón porque “freneros antipáticos” amenazaron con llevarla hasta Bolombolo si se seguía montando sin permiso. “Fue mucho el entusiasmo por viajar en el tren. Era la diversión para nosotros, así nos recibieran en las casas a punta de regaños o pelas. Todavía quisiera irme para la costa o montar siquiera media horita en él. Extraño su sonido y el ambiente del pueblo. El comercio y los visitantes fueron disminuyendo”. Este transporte tenía que ver con todo. Hasta con los niños que entraban a la escuela. Como tenían que saber su peso antes de comenzar las clases, los papás los llevaban a un lugar de la estación conocido como El Aforo donde llegaba el equipaje y había básculas, las únicas del pueblo. De esa manera se enteraban de cuántos kilos habían ganado o perdido. Jorge Carvajal, de 71 años, dice que el ferrocarril era el eje de la región. Él llegó en 1952 desplazado por la violencia de Caldas. “De aquí salían autoferros para Cali, Medellín, Cartago; subía ganado desde la costa para el valle; salían nuestros productos agrícolas; se transportaban la cerveza Bavaria y el cemento… La economía de todo el suroeste tenía que ver con el ferrocarril, pero dejó de pasar y ya casi no producimos”. El fotógrafo lleva estas historias matutinas en la cabeza cuando recorre el pueblo: en la antigua estación funcionan la Alcaldía, la biblioteca, la Casa de la Cultura, el Archivo municipal y el gimnasio público; la casa de los mecánicos y maquinistas sirvió de asilo por un tiempo; la casa del gerente del ferrocarril, que en ese entonces era una autoridad comparable con el alcalde, es una residencia familiar; el puesto de salud construido por el ferrocarril aloja varias viviendas; en las inmensas bodegas funcionan ferreterías, fábricas de ladrillos y algunas viviendas, y a lado y lado de las vías férreas hay asentadas unas 1.000 familias que probablemente serán reubicadas si vuelve el tren.