El restaurante Hevia, en la calle Serrano, es uno de los más exclusivos de Madrid. Por más de cincuenta años ha recibido en sus mesas a influyentes miembros de la vida política, de la rama judicial, del periodismo y de la moda. Uno de los visitantes frecuentes de Hevia es el magnate colombo-español Carlos Mattos, cuya extradición a Colombia fue aprobada por la Audiencia Nacional de España esta misma semana.

Horas después de esa determinación, un juez de garantías de Bogotá expidió una orden de captura en su contra porque temen que Mattos, como ha hecho hasta ahora, siga dilatando la inexorable cita que tiene con la justicia colombiana.

Lo curioso es que el comensal del exquisito lugar labró buena parte de su caída en una modesta venta de buñuelos en el centro de Bogotá.

El elegante señor Mattos acudió a ese lugar a buscar a un funcionario judicial dispuesto a venderse para alterar el reparto electrónico de procesos. Quería asegurarse de que una demanda suya contra la multinacional Hyundai le cayera a un juzgado específico por una sencilla razón: Según la Fiscalía, ya tenía arreglados al juez y al oficial mayor de ese despacho para que fallaran una medida cautelar que obligaría a su contraparte a aceptar sus condiciones en la negociación.

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