Guillermo Cano

La muerte de Cano marcó un punto de quiebre y la primera reacción colectiva de los medios contra la soberbia criminal de una mafia que pretendía imponer la peor de las dictaduras: la del miedo, el silencio y la corrupción.

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Alberto Lleras

Hay que leer y releer su magistral discurso del 9 de mayo de 1958 ante las Fuerzas Armadas, cuando en un Teatro Patria atestado de capitanes, coroneles y generales, les explicó con vibrante voz de mando cuál iba a ser su papel en la nueva etapa de convivencia que inauguraba en Colombia el Frente Nacional. Fue el hombre decisivo del momento, además de un gobernante ejemplarmente probo.

Carlos Lleras

Lleras entendía y sabía manejar la economía y el orden público. No era simpático y no le hizo concesiones al populismo económico ni al clientelismo político. También mandó al diablo al Fondo Monetario Internacional, el FMI, que quiso presionar una devaluación del peso frente al dólar. Fue víctima de su rigor y de la ortodoxia de sus políticas económicas, pues no de otra forma se explica que su sucesor, el entonces gris y anónimo candidato del Gobierno, Misael Pastrana, casi perdiera las elecciones presidenciales de 1970 frente al exdictador general Rojas, que con su elemental “dialéctica de la yuca y la papa” evidenció el descontento popular con el Frente Nacional.

Eduardo Santos

Algunos elogian a Eduardo Santos como presidente, mientras otros sostienen que al llegar al poder frenó en seco las reformas progresistas que había puesto en marcha cuatro años antes Alfonso López Pumarejo. Como lo veo yo, fue una pausa, más que un frenazo.

Calibán

Su columna ‘Danza de las horas’, la más leída del país, donde trataba todos los temas de la actualidad nacional y del mundo con amenidad y picante. La escribió tres veces por semana durante más de 50 años. Tenía una mente brillante y era un periodista de pies a cabeza. En los años treinta y cuarenta fue el hombre clave de El Tiempo, periódico que dirigió hasta 1935. Inauguró el género de la columna de opinión fija e introdujo las tiras cómicas, que muchos consideraron como despreciable expresión de periodismo amarillo.

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Gabriel García Márquez

Él merecía haber presenciado la firma de la paz con las Farc, haberla celebrado y haberla contado como solo él sabía hacerlo. Fue el gran ausente del final del proceso. Por eso le dediqué el libro que en el 2014 escribí sobre el inicio de los diálogos con las Farc: “Para Gabo, gran artífice en la sombra de todos los procesos de paz en Colombia”.

Enrique Santos Castillo

Pero mi papá era un hombre de contrastes, y la dureza política la combinaba con la ternura de carácter. Detrás de su férrea coraza reaccionaria, en mi viejo había un hombre sensible y supercariñoso. Tenía el corazón grande y la lágrima fácil. Formó a varias generaciones de grandes periodistas que lo evocaron con cariño con motivo de su muerte en el 2001, a los 84 años.

Juan Manuel Santos

Lo cierto, para retomar el punto, es que fue Juan Manuel Santos el que me embarcó en el proceso. Nunca me consultó su decisión de iniciar diálogos con la guerrilla, entre otras cosas porque en esa época no nos veíamos mucho, ni éramos políticamente cercanos.

Luis Carlos Galán

Galán hubiera llegado a la jefatura del Estado en 1990. La mafia lo sabía y por eso lo eliminó. Tuve con Luis Carlos una larga y a veces errática amistad de veinticinco años, que evoqué en una crónica en El Tiempo al otro día de su muerte. La titulé con una frase que pronunció en el cementerio su hijo Juan Manuel, cuando le pidió a César Gaviria que tomara en sus manos la antorcha de Galán: “¡Qué vida tan transparente y pura!”. La indignación colectiva que desató su muerte condujo a la Asamblea Constituyente del 91.

César Gaviria

Con la Constitución del 91 César Gaviria presidió la mayor apertura política en Colombia desde los tiempos de la Revolución en Marcha de López Pumarejo.

Álvaro Gómez

Fue un hombre sólido, inteligente y culto. Su asesinato silenció otra voz lúcida y la impunidad que aún lo rodea sigue siendo escandalosa. Tuvo los atributos para ser presidente de la República y aspiró a serlo más de una vez, pero fue víctima de su pasado.

Jaime Bateman

Yo no sabía, pero Bateman era un ávido lector de mi columna ‘Contraescape’ y se propuso conocerme a como diera lugar. Nelson me transmitió varias veces ese deseo, pero yo le saqué el cuerpo una y otra vez. Bateman, aburrido con eso, me mandó a decir entonces que, si no me reunía con él, me secuestraba para que habláramos. “No es para tanto”, pensé, y fue así como hacia fines del 73, una fría mañana de sábado, Nelson Osorio me llevó a la tantas veces aplazada cita, en los altos del Parque Nacional, y me dejó en compañía de un costeño largo y flacuchento que de inmediato me cayó bien no solamente por su ruda franqueza y su lucidez política, sino por la manera como empezó a contarme quiénes eran y qué pensaba ese puñado de jóvenes recién desertados de las Farc.