Sería interesante hacer un sondeo entre los colombianos y preguntarles si consideran que América Latina en general y Colombia en particular, hacen parte de Occidente o no, y creo que el resultado podría sorprendernos. Algunos menos informados simplemente no entenderían la pregunta, pero lo realmente interesante sería saber qué opinan los sectores más educados de la población. Conozco un profesor que hace este ejercicio con sus estudiantes todos los años. Los resultados son sorprendentes sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de estudiantes de geopolítica en una universidad privada en Bogotá. La respuesta de la gran mayoría es que ¡NO! Bajo su óptica, y con escasos insumos históricos recibidos en su educación primaria y secundaria, consideran que somos simplemente latinoamericanos. Como si ésta categoría fuera exclusiva e independiente de los valores que decimos defender, de la estructura del Estado que deseamos tener, y de la iniciativa privada que quisiéramos promover. Es sin duda interesante puesto que justamente son los valores occidentales enmarcados en la defensa de la democracia y libertad, en el respeto a los derechos humanos, en la salvaguarda del Estado de derecho y el equilibrio e independencia de los poderes públicos, del libre mercado, y de la inclusión y respeto por la diferencia; los que hacen de Occidente lo que es. Por supuesto Colombia es apenas un país en vía de desarrollo, pero sin duda todas nuestras políticas públicas van encaminadas hacia esos propósitos, tanto las de izquierda como las de derecha. De hecho gran parte de la agenda en La Habana está enmarcada en el fortalecimiento institucional buscando que la buena gobernanza recaiga sobre todos los sectores de la sociedad. Todos reclamamos al unísono presencia del Estado, pero un estado justo y equitativo. Nótese que todos estos valores caracterizan los principios occidentales. Así las cosas, sería un buen ejercicio que los colombianos viéramos bajo ese lente, los atentados terroristas ocurridos en París por parte del Estado Islámico (EI). Si bien no podemos dejar de lado las trágicas acciones contra inocentes en Túnez, Ankara, Egipto, Mali, Beirut y el avión ruso, los ataques a la capital francesa son un directo golpe a lo que representa Occidente, complementadas éstas a las amenazas explicitas contra otras capitales europeas como Londres, Roma –puntualmente el Vaticano– o Bruselas. Samuel Huntington habló del choque de civilizaciones en un libro publicado con éste mismo nombre en 1996, donde argumentaba que los principales conflictos del siglo XXI no se darían por enfrentamientos entre estados o ideologías, sino entre civilizaciones. Lo que está viviendo el mundo en este momento es un choque entre la civilización occidental y parte del Islam. La teoría del choque de civilizaciones nació como respuesta a las posiciones de otro académico, Francis Fukuyama, que sostenía que tras la caída del comunismo en la década de los 90’s, el mundo se encaminaba hacia una etapa de paz en la que el modelo de democracia occidental triunfaría por doquier. Por desgracia, las tesis de Huntington pronosticaron con mayor acierto lo que está sucediendo. La pregunta ahora es: ¿cómo se puede combatir al EI cuando las lógicas de la guerra tradicional son diferentes, cuando no se da un enfrentamiento entre dos ejércitos regulares y bajo las reglas de juego establecidas por el derecho internacional? Pero peor aún: ¿Qué tanta libertad debemos sacrificar para poder garantizar seguridad sin llegar al extremismo? ¿Hasta dónde deben llegar las restricciones hacia los inmigrantes musulmanes que viven en los países occidentales europeos y norteamericanos que se han visto obligados a huir de sus propios países para no solo sobrevivir sino para gozar de la calidad de vida que ofrecen los países receptores, y que nada tienen que ver con los terroristas fundamentalistas?   Lo que sucede hoy va mucho más allá de las nuevas formas de guerra asimétrica, como las llaman los expertos. Lo que está en juego hoy es la preservación de los valores y principios occidentales. Pues la gran paradoja es tener que limitar las libertades en aras de la seguridad; restringir la inclusión religiosa en sociedades laicas que se han caracterizado por respetar la libertad de culto; en actuar de manera prevenida frente al Islam, como acto de temor y de mera supervivencia. ¡El Estado Islámico lo sabe! Sabe del dilema al que se deben enfrentar los líderes políticos de las potencias militares y sociales de occidente. Incluyendo a Alemania quien por lo pronto se ha mantenido al margen de la coalición Francia-Reino Unido- Estados Unidos, por su profundo complejo histórico derivado de la II Guerra Mundial. Y a todas éstas ¿qué papel debe jugar América Latina? Desde mi punto de vista, sin duda debe ser de solidaridad y compromiso con los principios occidentales. Por ello es preocupante que Nicolás Maduro se esfuerce por tener una entrevista con su homólogo Vladimir Putin en Teherán, capital de Irán, en la cumbre de países productores de gas ésta semana. Si bien América Latina juega un papel secundario en el concierto internacional, no podemos perder de vista, ni nos podemos sentir ajenos a lo que está pasando. No nos equivoquemos, somos parte de Occidente. Los ideales de libertad, democracia y respeto al Estado de derecho deben ser nuestro faro.