“Lléveme por la Séptima”, le dijo María Cristina Morales a un taxista que acababa de recogerla una tarde de 2003. Era la primera vez que se atrevía a volver por esa avenida del oriente de Bogotá. Estando allí, recordó la noche del atentado del Nogal. Ella tenía un compromiso en un lugar cercano al club, y para no llegar tarde, le dijo a su conductor que tomara un atajo. El recoveco los llevó a un semáforo. Luego se encendió la luz verde, arrancaron, hubo un estruendo y de repente todo se detuvo.Cuando volvió en sí, Morales vio el polvo, el aire gris, la carcasa destrozada de su carro y pensó en Afganistán. Luego, en Óscar, su conductor de 27 años. Ella sobrevivió de milagro. “Él se mató por estar conmigo”, dice esta abogada y profesora de Derecho Procesal con un aire de melancolía. Morales ha superado todo lo que estos diez años han traído consigo. Se recuperó de sus heridas, se reintegró a una vida que al principio consideraba terminada y comprendió lo incomprensible: haber sido junto con su empleado fallecido la única persona que la ola de la bomba agarró fuera del club.Morales se ha cobijado de estoicismo para superar lo que vivió. Al principio, era la misma madre de Óscar quien la consolaba. Hoy, su consuelo es seguir con vida. “A mí me pasó esto por ser colombiana, por vivir en un país desigual en conflicto con una guerrilla”, dice.