Cuando el Festival Vallenato anunció que el homenajeado en 2018 será Carlos Vives, la cantante vallenata Lucy Vidal se preguntó en una entrevista: “¿Cuál es el mensaje que envían los directivos de la fundación? El punto no es si estamos de acuerdo o no con que Vives sea homenajeado, sino analizar hacia dónde llevan el Festival”. Hay la idea en Valledupar de que, en tiempos en que la Unesco clama por salvaguardar el vallenato tradicional, hay músicos de la vieja guardia que deberían ser homenajeados junto con Vives, como Alberto Fernández, de Bovea y sus vallenatos, o como Adolfo Pacheco, ambos con más de 80 años. Participé en esta discusión desde mis redes sociales y hace pocos días llamó a entrevistarme una periodista desconocida de un reconocido medio nacional. Con la primera pregunta, a bocajarro, -“¿Usted por qué odia tanto a Carlos Vives?”- entendí que su interés no era la música vallenata (con tal de generar clickbaits, hay periodistas que, incluso inconscientemente, le hacen juego al odio y banalizan la discusión pública). En Colombia las ideas y los debates se personalizan porque hay ese irrespeto y esa falta de imaginación y porque somos un país tremendamente provinciano, pero –sobre todo- porque hay ese afán de carbonear, de distanciar, de generar odios donde no existen. En fin, de inventar enemigos.Uno de los cantos vallenatos más famoso nació de algo así. Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta se enemistaron a partir del cerillo que encendieron sus amigos. Morales era un hombre humilde para quien la música era un divertimento y no una razón de conflicto, pero la fama por su maestría con el acordeón había alzado mucho vuelo, granjeándole enemigos gratuitos (con frecuencia la envidia es menos por el talento que por el reconocimiento). Zuleta era un hombre soberbio que no permitía que “le echaran vainas”. A sus amigos les quedó muy fácil envenenarlo y poco a poco se fue llenando de argumentos (de “requisitos”, en el argot vallenato) en contra del único acordeonero nacido en ese entonces en los límites de Valledupar.Entre uno y otro se mandaron advertencias y retos a través cantos o versos, pero el asunto no pasó a mayores porque Morales había adquirido un compromiso que lo obligó a marcharse antes de tiempo del lugar de los hechos. Lo de “no quiso hacer parada”, por tanto, no fue un asunto de miedo sino de responsabilidad, aunque es cierto que él era un hombre manso en una región de espuelas. Dicen que por eso perdió, pero no hay tal: Zuleta ganó porque no tuvo rival. ¡Ganó por W!Los carroñeros querían sangre, pero Morales no era un hombre de odios y, como evitó la contienda, lo matonearon a partir de entonces gritándole fracasado: fue la manera que tuvieron de conservar viva la rivalidad. Distanciar, generar odios donde no existían, inventar enemigos. De eso viven muchos. De hecho, con La gota fría, las advertencias y retos se convirtieron en insultos (eso de “negro yumeca”. O negro jamaican, si Zuleta lo hubiera pronunciado correctamente). El insulto con frecuencia abre herida y rompe los puentes de la amistad. Sucede igual en la cotidianidad y, más en la política.Y a propósito, la que pasó fue la semana del “fuego amigo”: los candidatos de un mismo partido se echaron vainas entre sí con tal de llamar la atención del Mesías. Como Caín quejándose ante Dios por su trato con Abel. Como el odio carece de creatividad, hacen lo de siempre: inventarse conflictos o renovar viejas querellas. Los seguidores de un lado u otro hacen lo propio: se insultan y ya nunca más se reconcilian. Y así, inventándose enemigos, poco a poco el cáncer del odio hace metástasis. @sanchezbaute