Elin Nordegren, esposa de Tiger Woods, dio el ejemplo más reciente de espionaje al marido por medios electrónicos cuando empezó a sospechar que le era infiel. En la noche del escándalo le había preguntado varias veces al golfista si tenía un romance con Rachel Uchitel, la administradora de un club nocturno de Nueva York. Pero como él se negaba a reconocerlo, ella aprovechó que Tiger dormía como un lirón bajo el efecto de un somnífero y buscó en su celular una prueba, hasta que la encontró. Era un mensaje de texto para Uchitel en el que el golfista le decía “eres la única a la que he amado”. El hecho de que Nordegren hubiera violado la intimidad de su marido pasó como un detalle menor ante la cadena de infidelidades que se conoció a partir de ese momento. Pero a unas investigadoras sí les llamó la atención y decidieron explorar hasta qué punto las parejas vigilan a sus compañeros por Internet.   El resultado hace ver que lo que Nordegren hizo aquella noche es una práctica común, sobre todo, entre las mujeres. “Nos sorprendió encontrar altos niveles de vigilancia entre las parejas”, escriben las autoras del trabajo, Ellen Helsper, del London School of Economics, y Monica Whitty, de la Nottingham Trent University. La investigación, publicada en la revista Computers in Human Behavior, encontró que en un tercio de las parejas estudiadas al menos uno de los dos chequeaba secretamente los e-mails o leía los mensajes de texto del otro. Y una quinta parte examinaba los sitios web que su cónyuge había visitado más recientemente. “Algunos justificaron este comportamiento diciendo que había sido por accidente ante un descuido del otro o porque había dejado su correo electrónico abierto”, dijo a SEMANA Helsper. “Pero en otras ocasiones se ve una clara intención de espiar”, agrega. Las autoras consideran que existe una clara invasión de la privacidad cuando se esculca en el celular los mensajes de texto, debido a que este aparato siempre está en poder de su propietario y examinarlo implica en la mayoría de los casos quitárselo o verlo a escondidas. Las mujeres son las más inclinadas a escudriñar este tipo de información porque perciben más los riesgos. Otros estudios han mostrado que las mamás también son más propensas a vigilar cómo se comportan sus hijos en línea, lo que demuestra que no siempre lo hacen motivadas por sospechas de infidelidad. Aunque no investigaban qué tipo de información buscan las mujeres, Helsper señala que a veces están a la caza de otras conductas de riesgo como, por ejemplo, si su pareja apuesta en línea, si ve pornografía o simplemente saber en qué tipo de sitios web gastan plata. Antes tenían que contratar a un investigador privado o hacer muchas más cosas para saberlo. No obstante, “ahora ellas tienen herramientas mucho más fáciles para hacer ‘guardia de pareja’, un concepto que curiosamente en biología se aplica a las acciones que hacen los machos en todas las especies para asegurar que todo está bajo control”. Sólo que hoy ellas también hacen esa guardia. El mayor problema es que, como dice el refrán, el que busca encuentra. La sicoanalista Geraldine Scioville señala que muchas mujeres llegan a consulta porque en esas pesquisas se enteran de conversaciones o detalles de relaciones con amigas que pueden causar dolor o prestarse para malentendidos. Lo mismo pasó en el estudio de Londres, en el que las mujeres se sintieron culpables de haber sucumbido a la tentación o encontraron cosas que hubieran preferido no saber, como que el marido prendía un cigarrillo de vez en cuando a pesar de haber dejado aparentemente de fumar. Lo interesante del trabajo es que muestra que entre las parejas el concepto de lo privado de cada uno es muy vago. “La gente cree que emparejarse implica adueñarse de los afectos del otro”, dice Scioville, y por eso sugiere a quienes sienten necesidad de espiar a su pareja que primero se cuestionen por qué lo hacen. “Hay que tener una dependencia afectiva sana y tener en cuenta los espacios de cada cual”, señala la sicoanalista. Incluso si hay dudas de infidelidad, como le sucedió a Elin Nordegren, no se justifica espiar porque las simples sospechas ya implican que hay problemas en la relación. Ver el e-mail o los mensajes de texto sería una confirmación más de que se rompió el contrato de confianza y respeto en la pareja. Pero Helsper advierte que las tecnologías de comunicación no son las culpables. “Si ella no hubiera tenido indicios de las infidelidades de Tiger, tal vez no lo habría hecho”. Lo curioso es que esto no siempre genera conflicto. Helsper encontró que cuando las parejas tenían un acuerdo previo sobre qué comportamiento era aceptable en línea y cuál no, las relaciones eran más armoniosas que aquellas en las que ello no estaba claro. “Si por ejemplo creen que no es malo coquetear con los amigos por Facebook o hablar por ‘e-mail’ con otros sobre su relación de pareja, este tipo de comportamientos no va a ser cuestionado”, explica. Y si una persona hace esta clase de monitoreos, es posible que a ella también se lo hagan. “Por eso, espiar es una advertencia”,dice Helsper. Establecer ese código de comportamiento en la red o ‘netiqueta’, ahora que las relaciones están mediadas por tecnologías y nuevos medios, se está volviendo necesario para evitar problemas. Esto va a ser más fácil para las parejas jóvenes que están más involucradas con este nuevo mundo, muchas de las cuales incluso se conocieron por Internet, que para las parejas mayores, que deben empezar por negociar esta ‘netiqueta’.