El diario clandestino de Víctor Klemperer, filólogo judío que sobrevivió al nazismo por la valentía de su mujer, refiere desde la experiencia lo que denominó el lenguaje del Tercer Reich, LTI, por su sigla latina Lingua Tertii Imperii. Para describirlo, reformula capítulo tras capítulo el verso de Friedrich Schiller: “El lenguaje que escribe y piensa por uno”. En línea con los propagandistas de todos los tiempos, aspiraban a convertir el lenguaje en un mandato sobre el pensamiento, especialmente, el pensamiento crítico. Al ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, se le atribuye la frase de que una mentira repetida suficientes veces se convierte en verdad. Es el más profundo deseo de quienes pretenden reescribir la historia, negar metódicamente las posiciones que se desprenden de sus actos o rechazar realidades científicamente comprobadas. En Colombia, tenemos nuestra versión criolla -tal vez alguno conoce el LTI – pues al igual que en la Alemania del Tercer Reich, han pretendido resignificar palabras que definen en su excepcionalidad la nobleza de personas como Atanasio Girardot, Policarpa Salavarrieta, José Antonio Galán o Manuela Beltrán. Me refiero a las palabras “héroe” y “víctima”. Habíamos aprendido que héroe o heroína nombraba a una persona de valores extraordinarios y proezas de destacable valentía y sacrificio. En la literatura clásica esa denominación se reserva para personas fuera de lo común, ejemplos a emular y admirar. Desde el gobierno del expresidente Uribe, la palabra “héroe”, víctima de la hipérbole, ha sido trivializada al extremo de que toda persona, por el solo hecho de portar el uniforme de la fuerza pública, se convierte automáticamente en merecedor de esa distinción, independientemente de sus cualidades y ejecutorias. Según esta novel acepción propia de la neolengua orwelliana, Colombia, país singular, cuenta con no menos de quinientos mil héroes. Claro que hay héroes entre ellos, pero ¿cómo distinguirlos si todos lo son? También hay villanos como quienes cometieron las desapariciones forzadas con fines de homicidio que la prensa bautizó con otro eufemismo, “falsos positivos”, que mimetiza la degradación a que descendieron sus autores. No es inocente la atribución generalizada de “héroe” a toda una categoría de personas pues ha servido para inmunizar del escrutinio ciudadano a la institución en su conjunto. Inoculados por su condición de “héroes de la patria”, muchos oficiales y las propias fuerzas armadas se convirtieron en intocables. El resultado es manifiestamente adverso. Cuando el gobierno de Colombia fue invitado a la Otan, se le exigió adelantar una operación limpieza que tomó la forma de la Operación Bastón, inexplicablemente suspendida cuando tomó el mando la cúpula militar del Gobierno Duque. Lo que aquí se tapaba con la versión lingüística de la táctica del avestruz, allá se conocía por el elevado número de escándalos sin consecuencias. Tan es así que lo que descubrió esa operación de contrainteligencia salió a la luz por cuenta de la revista Semana y no de los órganos de control responsables, que tenían engavetadas las denuncias de corrupción. La extensión y gravedad de los señalamientos va desde beneficios indebidos en la contratación, venta de información y salvoconductos a los grupos armados ilegales, el seguimiento y hostigamiento de líderes de la oposición, magistrados, periodistas, defensores de derechos humanos y hasta denunciantes dentro de las mismas filas, en hechos que involucran a no menos de 16 generales y 250 oficiales más. La palabra víctima va por el mismo camino. Se ha vuelto muy común escuchar que “todos somos víctimas” para invisibilizar a las verdaderas víctimas y hasta para justificar nombrar en la Dirección de Víctimas al hijo de alias Jorge 40 quien se autocalifica de “víctima” y atribuye a su padre el calificativo de “prisionero político”, con lo cual cohonesta sus múltiples crímenes. Efectivamente, “con el lenguaje que piensa y escribe por uno”, buscan cambiar la percepción de la realidad a través de la tergiversación del sentido de las palabras en contravía de la fuerza de los hechos. Pero cómo sostenía Abraham Lincoln: "Se puede engañar a algunas personas todo el tiempo, y toda la gente parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”.