No es un secreto, pero por eso no hay que dejar de decirlo: Jorge Franco es uno de los mejores escritores contemporáneos de Colombia. Y no solo es por el éxito de sus libros. La prosa de Franco se reconoce por ser limpia, generosa, espléndida y sin ambages. El escritor paisa regresa a la narrativa de su Medellín natal con El cielo a tiros, la historia de un hijo de un capo del narcotráfico que regresa a la ciudad para enterrar los restos de su padre.  Pero este libro es más que una historia sobre tráfico de drogas o sobre la influencia de Pablo Escobar en el crimen organizado. Es la búsqueda de un padre ausente, es el recuerdo de un periodo oscuro, es la historia de cómo el narcotráfico sigue permeando al país en sus expresiones, sus palabras, su forma de comportarse. Como lo expresa el mexicano Guiillermo Arriaga, escritor y director cinematográfico: “Una vez más Jorge Franco nos sumerge en la Colombia profunda. Como pocos, sabe captar momentos de la historia de su país y con maestría los vincula a historias personales. Jorge demuestra ser un gran narrador y es sin duda, uno de mis autores favoritos”. Como el habitante de la noche que confiesa ser, el autor de grandes éxitos literarios como Rosario Tijeras, Paraíso Travel y El mundo de fuera –premio Alfaguara de Novela en el 2014–, ha logrado en cada una de sus obras describir los matices del ser humano, desde los más sórdidos e íntimos hasta lo más simples. Y aunque algunos pudieran pensar que su obra es demasiado regional, lo que alimenta los libros de Franco es una realidad del país. Una tragedia que no ha sacudido solo a Medellín o Antioquia sino a toda Colombia. Jorge Franco ha logrado con El cielo a tiros concluir una trilogía –no buscada- que comenzó con Rosario Tijeras y siguió con El mundo de afuera. Mientras se preparaba para presentar su libro en Cali, después de estar en Manizales, Franco habló con SEMANA RURAL. Recordó el impacto del narcotráfico en su juventud, se confrontó con el recuerdo de su padre recientemente fallecido y planteó su posición en torno a la polémica que desató Federico Gutiérrez, alcalde de Medellín, quien pretende derribar el edificio Mónaco, donde vivió Pablo Escobar y su familia.  

© CORTESÍA DE PENGUIN RANDOM HOUSE COLOMBIA «En Colombia no se ha roto esa mentalidad mafiosa, la cual sigue muy incrustada en nosotros y creo que vale la pena volver siempre sobre estos temas porque muchas veces el guardar silencio es peor. Hay que decirlo incluso con tristeza, pero el narcotráfico es parte de nuestra historia y creo que todo país y toda cultura está en su derecho de contarse a sí misma. Y mientras esto sea una realidad, con la literatura estará la posibilidad de dejar un testimonio de lo que nos sigue pasando».   Hablemos un poco sobre los orígenes de El cielo a tiros. ¿Por qué de nuevo Medellín y por qué Pablo Escobar como referencia?   Siempre he tenido la creencia de que esa muerte de Pablo Escobar fue un momento crucial que partió la historia de Medellín en dos. A partir de esa muerte, comenzó un proceso de examen, de autocrítica y de recuperación. El ver que era lo que había pasado fue un proceso que tuvo unos efectos muy positivos en la ciudad, ya que con el tiempo logró recuperarse y mostrar una imagen muy diferente a la que tenía antes. Pero hubo otro factor con esa muerte, sobre todo para los que estábamos casi entregados frente al asedio del narcotráfico: era demostrar que el enemigo era derrotable. Incluso muchos temían que hubiera venganzas como reacción de la gente que lo respaldaba, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que más bien era una oportunidad única para comenzar. Ahí es donde entra el libro, porque yo siempre he creído en mis constantes regresos a Medellín que, si bien se adelantaron muchas tareas, ese legado del narcotráfico quedó incrustado en muchos sectores de la sociedad y esto lo podemos ampliar incluso más allá de Medellín. Es algo del país. Se puede ver que este legado es bastante fuerte, nocivo y que sigue siendo parte de los males que tenemos todavía en Colombia. Es como echar una mirada crítica a la sociedad. Ahora de todas maneras hay una nueva generación que ni siquiera estuvo presente cuando Pablo Escobar vivía ni tuvo que padecer todos esos hechos de violencia que él impulsó y que tiende, incluso, a tener una mirada mucho más benévola hacia él. Alguien podría pensar que se trata de otra historia de Pablo Escobar y no lo es. Es más bien un libro sobre el efecto que tuvo el narcotráfico sobre los hijos de estos capos y en la misma sociedad...   Digamos que Pablo Escobar es un punto de partida para el libro, pero no tiene nada que ver directamente con él. Sí me interesaba, incluso antes de ser escritor, la actitud o la participación de esos personajes paralelos a Escobar sobre lo que tenía que ver con él. En particular, los hijos de los narcos, porque estuvieron en la época en la que yo era más joven y salía. En ese momento era posible verlos en los bares, discotecas, centros comerciales y yo tenía la percepción de que muchas de estas personas eran víctimas de ese conflicto, que pertenecían al bando contrario, pero que realmente no habían elegido participar en esa guerra ni pertenecer al bando de la mafia, pero les tocaba estar ahí porque pues eran los hijos de los narcos. La gran mayoría no quería continuar ese camino, pero al mismo tiempo estaban sufriendo un rechazo de la sociedad. Estas son historias que van a cargar por el tiempo que les quede. Entonces, ese personaje en el limbo me servía como un narrador porque yo tengo la percepción de que Colombia sigue en esa ambivalencia entre lo legal y lo ilegal y en lo que tiene que ver con lo ilegal, pues está muy estrechamente ligado a esa herencia que nos dejó el narcotráfico. Para la buena literatura no ha sido fácil abordar el tema del narcotráfico en Colombia. Salvo las novelas suyas y la de Pilar Quintana, no han sido muchas las novelas que se han atrevido a tocar de manera afortunada este periodo complejo de nuestra historia… Todo eso es cierto. Digamos que cuando yo me propuse a escribir esta historia, eso fue una de las grandes dudas que tuve. Yo no la abordaba tan directamente desde Rosario Tijeras y otras novelas pasan por el tema del narcotráfico, pero no de una manera tan directa como en Rosario. Considero que es un tema que no se ha superado, que sigue vigente en nuestra sociedad e incluso diría que con mucha más fuerza en el sentido de que si se revisa la información de los medios de comunicación acerca de cultivos ilícitos, nos podemos dar cuenta de la cantidad de dinero que se está moviendo a partir del negocio de la droga. Hay muchas mafias que mueven este dinero en Colombia y en los países consumidores. Este es un tema bastante frágil, siempre hay voces que se oponen a que sigamos ventilando estos problemas, sobre todo por los esfuerzos que se han hecho acá en Medellín. Por otro lado, creo que la sociedad no ha estado a la altura de estas oportunidades. No se ha roto esa mentalidad mafiosa, la cual sigue muy incrustada en nosotros y yo creo que vale la pena volver siempre sobre estos temas porque es que muchas veces el guardar silencio es peor. Hay que decirlo incluso con tristeza, pero el narcotráfico es parte de nuestra historia y creo que todo país y toda cultura está en su derecho de contarse a sí misma. Y mientras esto sea una realidad, con la literatura estará la posibilidad de dejar un testimonio de lo que nos sigue pasando. TE PUEDE INTERESAR: Pilar Quintana, su Pacífico y los secretos de ‘La perra’  

Justamente Medellín y Cali padecieron la violencia de los carteles y continúan sufriendo las secuelas de narcotráfico. Su libro no es solo sobre personajes, sino también de las transformaciones que padece una ciudad y una sociedad acosada por este flagelo…   Esto nos ha afectado muchísimo porque hay una alteración de valores muy grande. Tal vez lo más nocivo que nos dejó el narcotráfico fue esa mentalidad de dinero fácil, la cual está muy arraigada en los colombianos. El camino de estudiar, trabajar, conseguir el dinero, que nos fue inculcado desde la niñez, se vio alterado con la velocidad y ese panorama falso que exponía el narcotráfico. Esto de “usted no sabe quién soy yo”, que está tan de moda últimamente, es también una mentalidad, reacción y comportamiento de la herencia mafiosa. El mafioso no tenía que decirlo, se imponía con un arma en la cintura y uno ya sabía quién era él. Mucha gente cree que el hecho de tener un pariente o tener una condición especial ya lo hace superior a los otros y esto para mí sigue siendo una conducta mafiosa.   Cuando uno lee este tipo de obras, siempre intenta descubrir qué tanto de esto conoció el escritor. ¿Cómo vivió esos tenebrosos años del Cartel en Medellín?   A mí me tocó todo ese proceso de la llegada del narcotráfico y del deterioro. Nací en Medellín, estuve ahí durante mi niñez y me tocó vivir también en esa ciudad que aparentemente era idílica y paradisiaca, en la que todos decían que era una delicia vivir. Recuerdo que la gente se quejaba porque no pasaba nada y esto lo cuento un poco en mi obra anterior El mundo de afuera, que es una novela de los años previos a la llegada del narcotráfico. Luego viene ya esa época al final de los años 70 y nosotros comenzamos a percibir esos primeros brotes de violencia y también de excentricismo de estas personas que comenzaban a tener poder y dinero. Yo trataba de llevar una vida normal, aunque no era fácil por la violencia, porque comenzabamos a ver todas estas secuelas de la guerra de Escobar contra el Estado a través de los carros bombas, las bombas en los centros comerciales y en los bares públicos. Ahí nos pasaba que teníamos la desgracia de perder algunas personas conocidas con esas bombas. Algo también que me dolía mucho es que personas conocidas terminaron involucradas dentro del narcotráfico, que los sedujo, los enredó y ellos se dejaron seducir por ese esplendor pasajero y fugaz. También me tocó ver cómo se fue derrumbando mi alrededor (la religión, la política, la economía, los militares y la policía). Ver que la política y la misma cultura se contaminaban por el narcotráfico fue bastante deprimente para mí. Todo se iba derrumbando por ese poder corruptor. Creo que todavía el país sigue un poco así, como los hijos de los mafiosos, en un limbo, con un pie en la legalidad y otro en la ilegalidad.  

**** Hablemos un poco de la estructura del libro. Hay tres momentos en el relato y usted hace un permanente juego de tiempos, que le dan mucho ritmo al libro   Es curioso porque a mí se me dificulta la escritura lineal. Creo que tiene que haber un poco también de impaciencia por llegar a contar ciertos momentos que pueden ser importantes en la historia. Lo que hice básicamente en el caso de El cielo a tiros fue tomar la historia que quería contar y busqué tres momentos que yo creía que eran importantes para contarlos de una manera simultánea, de manera que cuando cada línea narrativa avanzaba pues en muchos casos le aportaba a la otra. Estas son líneas que van a avanzando simultáneamente hasta encontrarse en un punto y así es la historia hasta el final. De todas maneras, en la literatura yo también le he apostado muchas veces a dejar algunas fichas perdidas y eso es algo que he aprendido de otros escritores maestros de la literatura. No es muy conveniente tampoco contárselo todo al lector, sino que muchas cosas deben quedar en la imaginación y en la curiosidad de ellos. Uno de los aspectos que más me llama la atención en el libro son unas frases muy poderosas, unas reflexiones muy fuertes como aquella que dice: “¿Qué tiene la noche que duele tanto en medio de una pena en la incertidumbre?” o “En el asiento de un avión, ¿cuál es el miedo para abrir los ojos y admitir el insomnio en la eternidad de un vuelo nocturno?” No están constantes en el libro, pero hay unas reflexiones poderosas. ¿Qué lo llevó a eso?   Digamos que por un lado he sido como un habitante de la noche. Incluso en mi primera novela que se titula Mala noche, describo todos esos matices, desde lo más sórdido e íntimo hasta lo más simple. He sido una persona que tengo dificultades para dormir, pero que siento de todas maneras que la noche está mucho más cerca de la intimidad, que es más cercana a las reflexiones, pensamientos y a los mismos miedos en comparación con el día. De niños todos le hemos tenido miedo a la noche, nos genera incluso la posibilidad de imaginar historias que aumentan ese miedo. Entonces, yo que he sido como un habitante nocturno. Siento que en la noche uno está más consigo mismo, más con la reflexión, con la intimidad y con los temores. Muchas de las inquietudes mías como persona y escritor han surgido más en las noches que en el día. No sé, eso es como una especulación. Esos momentos en la noche, en la soledad, en los insomnios los he aprovechado para especular y tal vez en esta novela yo procuré también compartirle al lector algo que pasa en esos momentos de profunda soledad y de profunda intimidad. ¿El cielo a tiros es la culminación de una trilogía que comienza con Rosario Tijeras, sigue con El mundo de afuera y termina con esta obra?   Eso no llegué a pensarlo cuando lo estaba escribiendo, porque fue una trilogía no programada. Nunca empecé a hacer una trilogía sobre Medellín, pero realmente me puse a mirar que son tres novelas en donde la ciudad tiene una incidencia muy fuerte sobre la historia y sobre los personajes. Casi todas mis novelas están basadas en Medellín, pero digamos que en estas tres, la presencia de la ciudad es definitiva, es realmente influyente sobre la historia y sobre las personas. Es una trilogía que también hice en desorden, digamos que cronológicamente tendría que estar primero El mundo de afuera, ya que eran los años previos a esa fiesta loca que había en Rosario Tijeras. Yo digo que Rosario Tijeras es una fiesta muy colombiana donde hay muertos, sexo, drogas, excesos y peleas; y El cielo a tiros pues vendría a contar lo que es la resaca, el guayabo de esa fiesta (el próximo año se cumplen 20 años desde la publicación de Rosario Tijeras). Quien quiera echarle una leída a lo que ha pasado en Colombia, en Medellín, en tres momentos distintos pero importantes, tiene estos libros para tener un panorama de lo que sucedió.   Como no podía ser de otra forma, hay una gran discusión en torno al narcotráfico y su legado. En Medellín cerraron un museo del hermano de Pablo Escobar. También quieren desaparecer el edificio Mónaco. ¿Serán estas las mejores decisiones para olvidar lo que sucedió en un periodo oscuro de Colombia?   Hoy existe una mirada muy diferente, bastante alejada de la realidad que pasaba en esa época. Mi sugerencia es que en lugar de demoler estos lugares y de tratar de echarle tierra a esa memoria, creo que lo que habría que cambiar un poco es el discurso. Es mostrar realmente lo que pasó, desde el punto de vista de las víctimas, del entorno social, de mostrar la ciudad al punto hasta donde cayó. Y no me parece muy adecuado echarles tierra a esos lugares, a esas memorias, derrumbarlos. Cuando uno visita otros países, se da cuenta que ellos conservan los lugares emblemáticos en donde ocurrieron momentos difíciles para la historia de cada nación. Yo recuerdo algo que para mí fue muy significativo y especial. Cuando vivía en Medellín, el maestro Fernando Botero había donado una escultura que era un pájaro muy bello. Lo tenían en una plaza en el centro de Medellín, y el terrorismo llego hasta allá y le pusieron explosivos a la escultura, la cual quedo hecha trizas. El maestro sugirió de una manera muy determinante que no removieran esos escombros, que dejaran la paloma y los restos allí. Recuerdo que yo pasaba mucho por ese sitio y lo miraba y para mí era muy significativo que eso estuviera allí. Eso nos recordaba el grado de demencia, crueldad, insensibilidad a la que habíamos llegado y estaba ahí siempre para recordarnos que eso había pasado. Más adelante el maestro donó otra escultura igual y se instaló junto a la que estaba ahí destruida. Yo no he vuelto a pasar, pero siento que las dos siguen ahí y esas dos esculturas nos sirven. Son muy claras para mostrarnos nuestra historia, lo que pasó y lo que realmente sucedió en todo el proceso de recuperación de la ciudad. Cuando uno visita lugares como Berlín, pues uno ve donde hubo momentos significativos del holocausto, lo que resulta sobrecogedor y uno lo que piensa en esos momentos es: “Esto no puede volver a suceder”.  

 

 | En 2005, Rosario Tijeras de Jorge Franco llegó a la gran pantalla. Le siguió Paraíso Travel.    Quizás entonces la literatura sirva justamente para eso. Libros como el suyo son útiles para relatar lo que sucedió, tal vez de otra forma, pero sobre todo para contar y no olvidar que esto pasó...   De verdad esa es la intención de todo corazón. Mucha gente siente que uno se está lucrando o que uno está haciendo una explotación comercial de ese tema. No niego que haya algo en televisión u otras propuestas artísticas donde de pronto haya alguien con una intención menos clara y menos honesta en cuanto a esta problemática, pero por lo menos en lo personal lo hago porque quiero mucho a Medellín. Es una ciudad a la que constantemente estoy regresando, hay muchas historias y me duele que estemos repitiendo fragmentos de esas historias pasadas. Entonces, yo creo que sí, que de alguna manera sirven. A mí por ejemplo me dio mucho gusto cuando a través de Rosario Tijeras pude mostrar un poco cuál era el drama que había detrás de las niñas, de las mujeres que estaban participando en el narcotráfico y en estas pandillas de sicarios. Yo no estaba en ningún momento justificando su actitud violenta, pero sí por lo menos estaba mostrando que en esa violencia ellas también eran unas víctimas directas de lo que estaba pasando. Yo creo que unos de los papeles fundamentales de la literatura, no solo ahora sino a través de la historia desde que la literatura empieza a contar historias, es precisamente eso: poner el dedo en las fisuras del comportamiento humano, en dónde hemos fallado y esto ha sido un papel constante a lo largo de la historia.   ¿Qué tanto incidió en su escritura la reciente muerte de su padre? Porque en El cielo a tiros también hay una búsqueda del padre, hay preguntas, cuestionamientos, amor, rabia…   Eso fue una cosa muy misteriosa. En la novela siempre hay una alusión constante y directa al duelo por el padre, por la pérdida. Incluso no solamente en el personaje narrador Larry que está regresando a Colombia a reencontrarse con los restos del padre después de 12 años de tenerlo desaparecido, sino que también hay una muerte de otro padre, el de Charlie, la chica que acompaña a Larry en ese regreso de Europa a Colombia. Pienso que muchas especulaciones nacen a partir del miedo a la muerte del padre, porque la muerte de mi papá ocurre después de que yo entrego esa novela a la editorial. Cuando yo comienzo a vivir esa situación, empiezo a pensar mucho en la historia de la novela y sentía que era como una ironía de la vida. Como si la vida estuviera riéndose de mí o diciendo: “Mire, lo que usted escribió lo va a vivir ahora”. Y no fue al contrario como son los procesos normales. Muchos autores sufren estas pérdidas y luego las escriben, pero en mi caso no fue así. Yo la escribí y luego la padecí, lo que fue una cosa muy misteriosa. Realmente después de eso volví a la novela cuando la editora me la pasa para la corrección y yo no tuve que modificar nada de lo que yo sentía que había contado sobre la pérdida del padre. Esto entonces fue una cosa para mí bastante misteriosa. Luego me puse a pensar que no lo escribí desde el duelo, sino desde el miedo a esa pérdida. Mi papá estaba en una edad en la que ya había pasado los 80 años y aunque estaba en perfectas condiciones, ya cuando los padres comienzan a envejecer, muchos comenzamos a sentir ese miedo por la aproximación por la pérdida y fue ese miedo el que me llevó a tener esas especulaciones tan precisas sobre lo que podía ser ese duelo.   ¿De qué autores se nutre Jorge Franco?   Muchísimos. Yo he cambiado a veces de autores. Hay unos a los que me dedico con mucha devoción y que en años anteriores para mi fueron fundamentales como Borges, Juan Carlos Onetti, José Donoso (estoy citando algunos latinoamericanos), García Márquez, Vargas Llosa. Por otro lado, los escritores norteamericanos para mí son muy importantes también. Yo soy un gran lector de la literatura estadounidense. Fue muy importante para mí conocer el autor William Faulkner y Truman Capote. Hay un autor español que también me parece importantísimo: Juan Marsé, que es un catalán que me gusta muchísimo. Bueno, a veces cuando hago estas mediciones lo que pasa es que se me quedan por fuera muchos autores importantes por la memoria. Rulfo, por ejemplo, fue muy importante en mi formación. Con apenas dos libros que yo releía constantemente, en cada lectura encontraba elementos diferentes que me servían muchísimo. Esto era una tarea que yo tenía cada año de leer y releer.  

Portada de El Cielo a tiros de editorial Alfaguara.  Seis libros de la bibliografía colombiana imperdibles para Jorge Franco Cien años de Soledad, de Gabriel García Márquez Las obras de Fernando Vallejo Primero estaba el mar, de Tomás González La Perra, de Pilar Quintana Que viva la música, de Andrés Caicedo Tejedora de coronas, de Germán Espinosa   POR: Gerardo Quintero | Editor nacional @Gerardoquinte