Llegó la hora de la verdad. El impeachment al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, entró a debate en el Senado, el último escaño para definir si el magnate puede ser destituido del cargo más importante del planeta. Tras muchas dudas por las escasas probabilidades de éxito del proceso, los demócratas presentaron hace cuatro meses las primeras acusaciones en su contra. Lo señalan de haber presionado, en julio de 2019, al Gobierno de Ucrania para que investigara los supuestos negocios sucios en ese país del hijo menor de Joe Biden, el principal rival demócrata en las elecciones de noviembre. Lo habría hecho al retener alrededor de 400 millones de dólares en ayuda militar, con lo que habría tratado de usar la política exterior del país, y, de paso, su seguridad nacional, en función de sus intereses electorales.

El asunto escaló lentamente, y en noviembre llegó al Comité de la Cámara de Representantes, cuando algunos testigos evidenciaron la realidad de las acusaciones. Desde aquel momento, el mundo se tomó en serio la posibilidad de que Trump fuera a juicio y no completara su mandato.

La presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, congeló el asunto hasta hace una semana, ya que autorizó entregar al Senado los artículos que contienen los cargos contra Trump: abuso de poder y obstrucción al Congreso. Pelosi anunció los nombres de los fiscales, todos demócratas, encargados del proceso en la Cámara Alta, y el martes la causa llegó a esta instancia. Los fiscales, encabezados por Adam Schiff, líder de la investigación en la Cámara Baja, abrieron el debate del tercer juicio político contra un presidente de Estados Unidos en la historia. Desde antes de comenzar el debate en el Senado, estaba claro que el juicio se presentaba como una clara disputa entre partidos. Chuck Schumer, líder de la minoría demócrata en el Senado, negoció como pudo las reglas del juicio con Mitch McConnell, su contraparte republicana. Este, muy afín al inquilino de la Casa Blanca, propuso una lista de parámetros para realizar un proceso exprés, sabiendo que esto beneficiaría a Trump y podría dejar, de una vez por todas, el asunto bajo tierra. Con el fin de asegurar este propósito, los republicanos debían evitar a toda costa la aparición de nuevas pruebas, testigos y testimonios.

McConnell, viejo zorro de la política, ha logrado cohesionar a su partido, que hasta el cierre ha dado pocos signos de querer conocer nuevas revelaciones. A este muro, por ahora infranqueable, han tenido que enfrentarse los fiscales designados por Pelosi, quienes han presentado los argumentos bajo la esperanza de que algunos republicanos inclinen la balanza a su favor y permitan que nuevo material entre al caso. Schumer puso a prueba la frialdad republicana. El martes, el senador realizó 11 propuestas con el fin de que alguna de las evidencias o testigos ingresaran al juicio antes de la presentación de los argumentos de cada una de las partes. En todas las votaciones, los republicanos hicieron valer sus mayorías y el resultado fue el mismo: 53-47 en contra. Esto puso en claro que las pruebas poco importan en un proceso que parece destinado a resolverse por las líneas partidistas. “Si el Senado vota por privarse de conocer la versión de los testigos y de conocer los nuevos documentos que tenemos, los argumentos de apertura marcarán el final del juicio”, advirtió Schiff el martes.

Mitch McConnell, cabeza republicana, y Chuck Schumer, líder de la minoría demócrata. Los dos senadores negociaron las reglas del juicio a Trump. Aunque Schumer consiguió extender el debate, McConnell tiene la sartén por el mango: su partido decidirá si aceptan nuevas evidencias o no. Sin embargo, los demócratas entienden el juicio como un enfrentamiento de largo aliento. Han ganado pequeñas batallas, como lograr que la presentación de argumentos de cada bando pase de dos jornadas a tres. También aceptan que no testifique Hunter Biden, el hijo del candidato demócrata y pieza clave del asunto, a cambio de que los republicanos accedan a escuchar a John Bolton, ex asesor de Seguridad de la Casa Blanca y posible fuente de importantes revelaciones.

La rotunda negativa ante cada propuesta presentada para votación el martes ha desesperado a los demócratas, quienes acusan a sus contrapartes de encubrir al presidente Trump. “La mayoría republicana está evitando que entren nuevos documentos y testigos como parte de la evidencia del proceso. (…) Quieren absolver a Trump lo más rápido posible. Esta actitud difícilmente refleja una fidelidad a la transparencia”, le dijo a esta revista Andrew Mitrovica, periodista de Al Jazeera y experto en política de Estados Unidos. Ante la clara imposibilidad de rebatir las evidencias, los republicanos se han dedicado a poner en tela de juicio la validez del caso, y buscan incluso la nulidad del mismo. En la causa de Bill Clinton, a pesar de desestimar algunas pruebas, la totalidad del Senado votó por continuar el proceso. Ante las negativas del lado republicano, David Castrillón Kerrigan, docente de la Universidad Externado y especialista en política de Estados Unidos, le dijo a SEMANA que “más que preguntarse si hay un encubrimiento o no, lo interesante es preguntarse si los senadores están cumpliendo el juramento que hicieron el jueves pasado de impartir justicia de manera imparcial. Evidentemente, la respuesta es que no. McConnell fue claro: está totalmente alineado con los intereses de la Casa Blanca”.

Al final de la etapa de debate, en la que cada parte cuenta con máximo 24 horas efectivas en el Senado para desarrollar sus argumentos, la suerte quedará echada. Sin embargo, no todo está perdido. El partido de Trump ha hecho pesar su mayoría ante las aspiraciones demócratas, pero algunos republicanos han expresado su interés por oír todos los argumentos antes de decidir si quieren conocer nueva evidencia y escuchar a los testigos. Es el caso de Mitt Romney, quien apoyó las reglas propuestas por McConnell, pero ya es un reconocido opositor de Trump dentro del partido y ha coqueteado con la idea de saber lo que Hunter Biden tenga que decir. Como en una confrontación deportiva, varios se aventuran a hacer sus pronósticos. La mayoría asegura que el proceso terminará pronto y que Trump se saldrá con la suya. Otros, incluso, ya piensan en el impacto que puede llegar a tener este juicio político en su carrera por la reelección. En esto hay varias hipótesis. Una dice que, si el impeachment fracasa, Trump tendría el camino despejado hacia el triunfo en las elecciones de noviembre. Para Mitrovica, “el ambiente político norteamericano está tan polarizado y amañado que el proceso contra Trump tendrá un impacto muy pequeño en los deseos del presidente de ser reelegido”. Otros, como Castrillón Kerrigan, advierten sobre algunos posibles escenarios: “Puede que Trump refuerce su imagen de víctima, movilizando a sus seguidores para que voten por él en noviembre. Pero la derrota en el Senado podría convencer a los demócratas de que la vía para sacar a Trump no es la de la moderación, llevándolos a apoyar a candidatos radicales como Bernie Sanders o Elizabeth Warren”. Y existe también la teoría de que, si al final un número significativo de republicanos vota contra el presidente, eso le daría un duro golpe a sus aspiraciones reeleccionistas, así la división no alcanzara para destituirlo. La insistencia de los demócratas en presentar nuevas evidencias apuntaría en esa dirección.

Para evitarlo, los republicanos tienen el objetivo capital de cerrar el juicio cuanto antes. Pat Cipollone, abogado de la Casa Blanca, no escondió este deseo al comienzo de los debates el martes. “Ha pasado bastante tiempo desde que esto empezó, así que ya es hora de ponerle fin a esta ridícula farsa y elegir de una vez por todas”. Hasta el momento, los primeros días del juicio dejan claro que los republicanos permanecen sólidos, a pesar de sus divisiones internas ante la presidencia del magnate. Los demócratas aspiran a convencerlos, o al menos a algunos de ellos, de que no pasen a la historia como los cómplices del presidente que más ha amenazado la democracia norteamericana en su historia. Pero quizás necesiten un milagro.