SEMANA: ¿Tiene la literatura una función política?Sergio Ramírez: Desconfío mucho de esa literatura que busca cumplir una función política, porque el discurso político no cabe en la literatura. Eso generalmente termina en fracaso. La política tiene otros medios de expresión: el ensayo, el discurso, el panfleto... La literatura se juzga por su calidad artística, y si el lector encuentra un mensaje filosófico o político es consecuencia de una lectura subjetiva.SEMANA: Pero en América Latina muchos literatos participan en política, inclusive usted lo hizo…S.R.: Es cierto, los escritores han sido parte de proyectos políticos; han sido candidatos presidenciales, como el caso de Mario Vargas Llosa, de Rómulo Gallego. En mi caso, la revolución que hubo en mi país era insoslayable, y como intelectual participé en esa gran empresa de tratar de cambiar el país. Pero yo no estuve buscando puestos burocráticos; yo quería participar en un proyecto de cambio que traía como consecuencia la administración del poder. Cuando ese proyecto llegó a su fin y ya no dio para más, volví a mi oficio esencial: el de escritor.

SEMANA: ¿Cuál es la función social del intelectual?S.R.: Ahora, en el siglo XXI, está menos definida que como estuvo en el siglo XX. En esa época se hablaba del intelectual comprometido, que era participar de los grandes cambios que se proponían desde la izquierda. Esto ha cambiado porque muchos de esos proyectos han fracasado.SEMANA: Entonces, ¿cuál es la función que debe cumplir el intelectual ahora?S.R.: El papel del intelectual y el que yo trato de cumplir es expresarme contra todo aquello que me parece que anda mal, de acuerdo con mi propio criterio. Desde ser una voz, a parte del papel de escritor, para referirme a temas que me parece vale la pena referirse: defensa de la democracia y del cambio social, rechazar la corrupción, en fin. Pero este compromiso es independiente al oficio literario. No se necesita ser un escritor que alza su voz para ser un buen escritor.SEMANA: ¿Fracasó la revolución sandinista?S.R: Sí. En la revolución sandinista, el cambio social, crear riqueza, distribuirla de otra manera, mejorar la educación, la salud... nada de eso se realizó. Y la única gran conquista, que era la democracia (quizá muy a su pesar porque no era la prioridad de la revolución), ahora se echó por la borda porque lo que tenemos en Nicaragua es un Gobierno familiar, dictatorial, como muchos que tuvimos en el pasado.SEMANA: ¿Y en el resto de América?S.R.: También, el último gran fracaso fue Evo Morales. Yo siempre pensé que su proyecto no podía ser homologado con Maduro, Raúl Castro u Ortega. En Bolivia hubo transformaciones justas, económicas, importantes, sociales, raciales, y Evo Morales terminó hundiéndose por la falta de respeto a la democracia. Eso es lo que la izquierda no ha acabado de aprender: que para que puedan sobrevivir tienen que hacerlo dentro de las reglas del juego democrático. No hay más que una sola clase de democracia, entras en ese juego o no entras.SEMANA: ¿Es vigente la división entre izquierda y derecha?S.R: Decir que ya no existe ni izquierda ni derecha me parece que es una proposición que no funciona. Siempre habrá gente más conservadora, menos conservadora; gente que quiere cambios más profundos. La cuestión es que esos intereses deben respetar las reglas democráticas.