El 2 de junio de 2004 el éxito y el infortunio se mezclaron como nunca en la vida de Sabas Pretelt de la Vega. Ese miércoles su gestión como ministro del Interior cosechó un triunfo histórico. La comisión primera de la Cámara de Representantes aprobó la reelección y de ahí adelante no tuvo más traspiés dicha iniciativa. Pero las escandalosas revelaciones que en los últimos meses ha hecho la ex parlamentaria Yidis Medina -sobre lo que habría ocurrido tras bambalinas para lograr la reelección- pueden hacer que esa fecha sea el fin de su carrera para el hoy embajador de Colombia en Italia. Ese día, sin importar su investidura, Sabas no tuvo reparo en hacer las veces de portero de la Comisión para evitar que a último momento se le volara alguno de los votos que requería. Esa actitud dejó en evidencia tres aspectos que lo caracterizan, según quienes han trabajado con él. Primero, que cuando se compromete con un proyecto, le mete alma, vida y sombrero. Segundo, que su simpatía y su espíritu caribe son el sello característico de una espontaneidad que cautiva por fuera del protocolo. Y tercero, que es capaz de hacer cosas impensables para sacar sus proyectos adelante. Incluso algunas que pueden ser cuestionadas, como la de atajar a congresistas en la puerta u ofrecerles dádivas por votos, según dijo la ex representante Yidis Medina. "Sabas es una de esas personas para las que el fin justifica los medios. Él siempre decía: lo que importa son los resultados", explica un congresista. Curiosamente, a Sabas el tema de la reelección antes de ese día ya le había significado otro giro importante en su vida. La anécdota sucedió en noviembre de 2003, luego de que el presidente Álvaro Uribe perdió el referendo. Éste hizo su primera aparición pública ante un auditorio repleto de comerciantes liderados por Sabas Pretelt, en ese entonces presidente de Fenalco. La ovación recibida por Uribe y las palabras de Sabas para pedir la extensión del mandato de cuatro a seis años fueron un poderoso coctel que levantó la moral del Presidente e hizo que posara su mirada en el dirigente gremial como una buena fórmula de gobierno. Así fue como al poco tiempo Sabas fue nombrado ministro. A su llegada a la cartera del Interior y Justicia, Sabas marcó diferencia con su personalidad, y dejó atrás la elaborada y radical oratoria de su antecesor, Fernando Londoño. Este cambio le ayudó a acercarse a un Congreso que se mostraba difícil a la hora de tramitar los proyectos del gobierno. En su momento pocos creían que este economista cartagenero con magíster en administración de empresas de la Universidad del Valle lograría una buena gestión como ministro. Si bien en su larga trayectoria como representante de los comerciantes se había involucrado en diversos temas - incluso con asuntos relacionados con búsquedas a salidas del conflicto armado-, su trayectoria política era más vista como la de un hábil lobbista, con un episodio que para algunos era un antecedente a considerar. Se trata de una polémica negociación que en los años 80 hizo Sabas en representación de la familia de su primera esposa, en la que vendió a Gilberto Rodríguez los almacenes Jota Gómez, un negocio similar a lo que sería hoy una cadena de grandes superficies. Sabas argumentó que en ese momento no se conocían los antecedentes delictivos del comprador. Paradójicamente, años después estampó su rúbrica como Ministro del Interior en las resoluciones de extradición de los Rodríguez a Estados Unidos. Contra todo pronóstico, su paso por el gobierno fue ampliamente elogiado, en especial por su relación con el Congreso. Allí sacó adelante controvertidas iniciativas como la reelección y la Ley de Justicia y Paz. Su éxito fue tal que, como ningún otro ministro en la historia, fue despedido con tarjeta de agradecimiento firmada por gran número de parlamentarios. Lo cual, decían algunos con sorna, si bien es prueba del buen trato que tuvo con ellos, no habla necesariamente bien de su gestión.El brillo que logró en el ministerio llevó a que en cierto momento algunos sectores del Partido Conservador, el movimiento político de toda su vida, lo pusieran en el sonajero presidencial. Sus detractores dicen que su anterior actividad como líder gremial, sumada a su simpatía y a una jugosa chequera burocrática, fue realmente la fórmula de su éxito. No es fácil salir tan bien congraciado con el Congreso. Sabas ha dicho -y lo ratificó la semana pasada en su indagatoria por las denuncias de Yidis Medina- que se limitó a cumplir con su deber "transparentemente, sin ofrecer dádivas a nadie". Además del embate de la Yidis-política, ha tenido que sortear varias arandelas que quedaron tras las negociaciones de Ralito con los paramilitares. Por un lado, apoderados de jefes paras dijeron que Sabas se habría comprometido a no extraditarlos y a que pagarían sus condenas en colonias agrícolas. Estas supuestas negociaciones bajo la mesa no sólo han sido negadas por él, sino también por el gobierno, que a la postre los llevó a la cárcel y luego los extraditó. Otro aspecto que en medio de la negociación dejó un sinsabor fue la demora que tuvo su cartera en presentar a la Fiscalía los nombres de los postulados a la Ley de Justicia y Paz. Algo que sólo se resolvió seis meses después. Con el tiempo la Ley ha estado en el centro de la polémica, pues fue aprobada por un Congreso que hoy tiene a 63 de sus miembros en la cárcel investigados precisamente por posibles nexos con paras, los beneficiarios directos de esta ley. Para los críticos de Sabas no pasó inadvertida su estrecha amistad con el abogado Abelardo de la Espriella, quien defiende a varios de los congresistas cuestionados. Incluso el jurista fue uno de los pocos invitados a su segundo matrimonio.Con 62 años de edad y cuatro hijos, Sabas tiene ahora por delante el difícil reto de convencer a la justicia de que no es responsable del delito de cohecho confesado por Yidis Medina, quien ya fue condenada por haber votado sí a la reelección a cambio de dádivas. La semana pasada rindió indagatoria en la Fiscalía. Y en su rostro, hasta entonces siempre alegre y entusiasta, se notaba el decaimiento. Si logra superar el asunto jurídico, el 2 de junio de 2004 quedará grabado con el rótulo del éxito; pero si no lo logra, el infortunio sellará esa jornada de cualquier forma inolvidable.