Que lo hubiera dicho cualquier otro, pase. Pero que el mismisimo presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, el enemigo politico número uno de la administración Reagan, calificado de comunista y prosoviético, afirme, sin eufemismo alguno, que su modelo de revolución no es el cubano y que el proyecto nicaraguense se mira en el espejo del socialismo escandinavo, es mucho más de lo que cualquier observador desprevenido se hubiera podido imaginar.Sin embargo, ese es el mensaje que, palabras más, palabras menos, le envió Ortega al nuevo presidente Bush en declaraciones reseñadas por la revista Time. Ortega, por lo visto, no quiso dejar pasar la oportunidad de tomar la iniciativa en el acercamiento con los Estados Unidos, aprovechando la creciente sensación que se maneja en Latinoamérica, de que el nuevo gobierno de Estados Unidos tiene una actitud más abierta a los problemas del continente y quiere empezar su gestión sin la pesada carga de los errores del gobierno anterior.Las declaraciones amistosas de Ortega, en las que, entre otras cosas, dejó claro que sus reformas al manejo de la economía serían eminentemente "capitalistas", resultaron una especie de prólogo para el discurso que el mismo presidente pronunció la semana pasada, ante el plenum de la Asamblea Nacional, para anunciar la toma de una serie de medidas de austeridad, destinadas a tratar de reparar de alguna manera la economia nicaraguense, destrozada tras 8 años de bloqueo comercial y guerra contrainsurgente.Aunque las medidas parecieran ser la señal esperada durante largo tiempo por sus enemigos, el trasfondo de la decisión muestra a un gobierno sandinista tan convencido de su apoyo popular, que está dispuesto a pagar a corto plazo un fuerte precio politico a cambio de lograr la estabilidad económica a largo plazo. No de otra forma se explican medidas tan draconianas que hubieran causado revueltas populares en cualquier otro pais de América Latina. Entre los recortes, se eliminarán más de 35 mil puestos públicos, que en una población de 3.5 millones de habitantes representan la escalada, en un solo acto, del 1% del desempleo del país. La otra parte fundamental del plan consiste en el corte radical de la inversión pública, que sufrirá un desmedro global del 44%, con un 52% de reducción en los planes de inversión. Eso incluirá, por supuesto, la suspensión de varios planes bandera del gobierno, como la construcción de ciertas carreteras y aeropuertos claves.Esas medidas están destinadas, fundamentalmente, a evitar que en el futuro se revivan las prácticas de emisión que llevaron a una rata de inflación del 20.000% en el año pasado. Con el acercamiento a los sectores privados ("No habrá más confiscaciones"), en busca de la reactivación de sectores claves, como el azúcar y el café, el panorama está completo.Falta ver el efecto que las palabras del gobernante tengan en su pueblo, y, sobre todo, en sus interlocutores norteamericanos. Pero mientras tanto, las cosas se van a poner aún más color de hormiga para los nicaraguenses. -