Debo confesarlo: siento una atracción fatal hacia el presidente Pastrana. Y no creo que sea por su bigotico bien peinado, ni por el irresistible magnetismo de su personalidad. No. Es su audacia la que me tiene entre perplejo y fascinado. Entonces me pregunto: ¿Si lo puede hacer el Presidente con el país, por qué no lo podré hacer yo con los lectores? Dicho y hecho.Decidí ser audaz. ¿O qué mayor acto de audacia que el de meterme con el tema de la paz cuando los medios están saturados de doctos artículos y opiniones sobre la materia? Para un columnista veterano estaría cometiendo un harakiri periodístico con la pluma como sable. Para un editor de prensa es casi como lanzarse del Salto del Tequendama, columna en mano, a las feroces fauces de una opinión indigestada de tanto festín informativo. La osadía, a diferencia de la estupidez, tiene su precio. Lo sé. Pero no me pude resistir al ver tanta prensa elucubrar sobre el desplante de 'Tirofijo' (¿hubo al fin un complot para asesinarlo?), la rumba de despedida (¿hubo al fin trago, o sólo Iván y sus Bam Band?), el número de invitados (¿650?). En fin, al síndrome de la foto, la imagen, los símbolos. Una vez más rehenes de la forma. En cuanto al fondo, sin embargo, poco se ha dicho. Y haciéndole una gambeta a nuestros deseos, nos damos cuenta de que estamos lejos de tener las condiciones, no para la paz _aún lejana y esquiva_ , sino para lograr un acuerdo militar entre ejércitos en conflicto. Que es en últimas lo que está sobre la mesa. Porque la paz verdadera implica dignidad humana, algo que en Colombia todavía hace parte del mundo asombroso de Melquiades.A mí que me expliquen entonces de dónde salen tanto optimismo y tantas sonrisas fotogénicas dentro del establecimiento cuando no veo cómo se pueda llegar a una negociación con un Estado en bancarrota y todavía convaleciente de la corruptocracia samperista; con una recesión económica que augura tasas de desempleo del 18 por ciento; con una crisis mundial que sigue muy viva (y tiene agonizando a Brasil); con una clase política canibalizada _y ahora entretenida con los huesos de la reforma política_; con unas fuerzas armadas en franco deterioro estratégico-militar, y con unos medios codeándose por la 'chiva' y jugando golosa con las expectativas de la opinión.Quien asome un poquito la cabeza, así sea tapándose la nariz, se dará cuenta de que un eventual acuerdo con la guerrilla muy seguramente no se dará en este gobierno, hasta ahora cándido y benevolente. Y crucemos los dedos para que el Presidente lo tenga claro. Porque esa obsesión atávica de los presidentes por querer a toda costa 'firmar la paz' en su mandato, motivada tal vez por el síndrome de Estocolmo _el del premio, of course_, y que ha embarcado a los gobiernos en medidas cortoplacistas y erráticas, ha sido una de las principales causas de la prolongación del conflicto armado. Del lado de la guerrilla la cosa pinta aún más difícil. A pesar de su vertiginosa 'criminalización' y su altísima ilegitimidad popular, en los últimos 10 años las Farc han cuadruplicado su poder militar y han logrado una maquiavélica y millonaria simbiosis con el narcotráfico.Es difícil creer en un proceso de paz como el que se inició este año mientras no se mejoren los 'factores estructurales' de la violencia. O, al menos, que no se empeoren, como ha sido el caso. En Colombia no habrá paz sin justicia social. No habrá presencia del Estado sin una lucha frontal contra la corrupción. Y no se acabará con la perversa espiral de la violencia sin que se solucione el problema del narcotráfico. Pero tampoco habrá acuerdos posibles con la guerrilla _o con los 'paras'_ sin un fortalecimiento de las Fuerzas Armadas que le permita al Estado adueñarse del monopolio legítimo de la fuerza. Mientras tanto, para la guerrilla será mejor negocio prolongar la guerra que pactar la paz.De todo este oscuro cuadro hay quizás un elemento positivo en el proceso que se inició _además del heroísmo táctico del Presidente_ y que resulta tan irónico como significativo: la claridad estratégica de las Farc. Han sido explícitas en que no ven una paz cercana y le han dejado claro al país que lo que arrancó fue un 'diálogo' y que solo cuando el gobierno cumpla ocho de los 10 puntos que ellos han planteado se sentarán, ahí sí, a negociar. Puntos que, es pertinente decirlo, el Estado no ha podido resolver en los últimos 50 años: entregarle el latifundio al campesino, acabar con la corrupción, democratizar el poder político, aumentar la inversión social¿Estaremos condenados a esperar otros 50 años para hacer la paz? (Bueno, no quiero subestimar a los gringos, que todo lo pueden.)