Bill Clinton se convirtió en el tercer demócrata de Estados Unidos en conquistar la reelección presidencial en el presente siglo. Lo logró con un inteligente manejo de su campaña, en la cual consiguió minimizar el daño creado por los escándalos éticos de su presidencia y al mismo tiempo apropiarse de los temas del partido republicano. Clinton no contó con las ventajas que tuvieron sus antecesores demócratas reelegidos, Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt, quienes se apoyaron en crisis nacionales, dos guerras mundiales y la Gran Depresión de los años 30. A cambio, contó a su favor con una economía floreciente, un débil candidato republicano, el ex senador Bob Dole, y con una conveniente contrafigura personificada en el impopular líder derechista de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich.Pero parece evidente que Clinton encuentra mucho más divertido hacer campaña que gobernar, y el año entrante se encontrará con una serie de problemas domésticos e internacionales que tenía en la nevera. En lo interno, deberá enfrentar desde la bancarrota del sistema de salud Medicare hasta la reducción del déficit federal de 100.000 millones de dólares a cero en 2002. En lo externo, el presidente se encontrará con la expansión del Tratado de Libre Comercio, la política comercial hacia China (con el tema de la independendencia de Taiwan) y la explosiva situación entre Israel y la Autoridad Palestina. Entre tanto, Colombia y su certificación antidrogas probablemente seguirán en manos de funcionarios de tercera.