“Somos más de 90 colombianos aquí en India. Hay personas que la están pasando muy mal. Les han pegado por tratar de comprar una botella con agua. Hay quienes han sido acosados sexualmente por pedir un poco de ayuda”, son las palabras con las que Alejandra Linares hace un panorama de la situación que está experimentando en la India. Linares, de 28 años, lleva cuatro años viajando por el mundo. Llegó a la India, por segunda vez, el 27 de enero, con el fin de hacer cursos de yoga y meditación, así como voluntariados y proyectos de educación y arte. 

A inicios de marzo se desplazó al norte del país, a hacer parte de la celebración de Holi, el festival de colores, una de las festividades más importantes de la India. Para ese entonces, el covid-19 ya era noticia en el país. Sin embargo, todavía no se habían tomado medidas rigurosas para hacerle frente. “Se prohibían las aglomeraciones, pero el evento se llevó a cabo. Fuimos muchos los que estuvimos allí reunidos”, cuenta.Cuando esta ingeniera industrial se encontraba en uno de los estados del país, encontró un voluntariado en un campamento en el desierto. Su labor consistía en ayudar a los huéspedes. Sin embargo, de un momento a otro, estos dejaron de asistir. Al parecer, algunos países habían llamado a los ciudadanos para que regresaran por la crisis de salud. Asimismo, el gobierno de la India prohibió a la mayoría de los hoteles hospedar extranjeros, con el fin de que todos se fueran del país, según cuenta Linares. 

A pesar de la situación, el dueño del lugar la dejó quedarse el tiempo que quisiera, junto con las personas con las que ella se encontraba. Sin embargo, un día, un socio del administrador le contó que, al parecer, quienes estaban hospedando extranjeros estaban perdiendo sus negocios y podrían terminar en la cárcel. A partir de ese momento, como fantasmas, tuvieron que esconderse cada vez que veían a alguien extraño acercarse. Esto no duró mucho tiempo. El dueño les pidió que abandonaran el lugar, pues no podía soportar la situación. Tuvieron que desplazarse hasta la ciudad más cercana para hacerse la prueba del virus. “Fue una prueba muy superficial, nos preguntaron si teníamos tos, fiebre...y ya”, cuenta Linares. 

En ese momento, recuerda ella, comenzó la lucha contra la otra enfermedad: la xenofobia o ‘el verdadero infierno’, como lo llama ella. “La gente cuando nosotros pasábamos se tapaba la boca, se podía sentir esa rabia. Se les veía rabia y miedo en la mirada. No nos vendían comida. Teníamos que poner el dinero en el piso”, dice. Al parecer, los ciudadanos pensaban que ellos habían llevado el virus y que lo portaban. 

Decidieron irse, luego de contactar a un amigo que estaba haciendo un voluntariado en otro estado. Hablaron con el dueño del lugar y él los aceptó. Tomaron el último vuelo que salió y luego de unas horas arribaron a su destino. “Llegamos y al día siguiente estaban clamando por nuestras cabezas. Un líder de la aldea estaba allí, diciéndole al propietario que nosotros teníamos el virus, que estaban en riesgos sus vidas. Que tenían que escoger entre nosotros y ellos”. Por esto, oficiales de la policía llegaron al lugar, acompañados de miembros del Ministerio de Salud. Les tomaron la temperatura y los dejaron quedarse. Allí estuvieron haciendo actividades con los niños del lugar a cambio de hospedaje. Un día, sin embargo, el dueño del lugar cambió su actitud y tuvo comportamientos humillantes y racistas con la compañera estadounidense con la que ellos se encontraban. “Se puso completamente fuera de juicio, tiraba las puertas, gritaba. Nos decía que por culpa de nosotros no podía ayudar a su gente”, cuenta. Con miedo, todos decidieron irse. “Contacté a mi embajada esa misma noche, estaba muy asustada. Les dije todo lo que había pasado. Ellos dijeron que me iban a llamar al día siguiente, pero nunca pasó. Mi amigo francés y mi amiga de Estados Unidos simplemente hicieron una llamada y a las cuantas horas fueron repatriados”, dice Linares. Ahora, está viviendo con una amiga y su situación ha mejorado. Ella la alojó en su casa junto con su familia. Sin embargo, cuenta que la situación de discriminación no desaparece. “Aquí me están dando la espalda, aquí no me quieren. Mi país tampoco, porque no puedo regresar. Hasta ahora no hay noticia de algún vuelo humanitario”, dice. Frente a la situación, Linares reflexiona sobre lo que está viviendo. “Invito a las personas a que cuiden mucho a sus familias, a las personas que quieren. Este es un momento para darnos cuenta de lo que tenemos alrededor, para apreciar. Nosotros acá desearíamos estar allá, abrazando a nuestras familias y sintiendo que todo está bien, y no acá no siendo queridos, ni siendo bienvenidos”.