En el mundo moderno la gente se siente abrumada por sus la-bores, por el ‘corre corre’ para llegarpuntuales a las citas y por la falta de tiempo para atender a los hijos como se debe. Con la llegada de la tecnología móvil que buscaba aliviar la carga, la situación no mejoró y ahora el público clama que esos aparatos roban mucho espacio. En fin, pareciera que el siglo XXI dejó a todos sin respiro.Pero Laura Vanderkam, autora de varios libros sobre el tema, dice que esa idea persistente de vivir agobiados por el trabajo y las labores del hogar es equivocada. “Usted tiene más tiempo del que cree”, dice, y ese es, de hecho, el subtítulo de su libro 168 horas.Ella misma empezó a llevar un registro de cada cosa que hacía y para hacerlo más fácilmente tomó esa cifra, 168, el número de horas que hay en una semana. En ese momento ella tenía dos hijos (hoy tiene cuatro) y escribía para los más importantes diarios de Estados Unidos. Usualmente se quejaba de dedicar 12 horas al día a sus labores periodísticas y a las faenas de la casa, y aseguraba que apenas dormía seis. Pero al analizar los datos de su bitácora descubrió que en realidad trabajaba mucho menos. “Me di cuenta de que perdía tiempo navegando en internet o andando por la casa sin objetivo concreto”, admite.La mayoría tiene esa misma percepción errada. En un estudio publicado en 2011 en el Monthly Labor Review, Vanderkam encontró que la gente trabajaba 25 horas menos a la semana de lo que pensaba, es decir, tres horas menos cada día. Como le pasó a la autora, cualquiera puede contar la historia de que vive en un agite total basado solo en la percepción. “Pero mi vida, y posiblemente la de los demás no era tan loca cuando la vi en un todo”, dijo a SEMANA.El sociólogo John Robinson, autor del libro Time for Life, también observó la tendencia. La gente que creía trabajar entre 40 y 44 horas a la semana en realidad solo lo hacía por 36,2 horas. Y en la medida en que la jornada de trabajo era más larga también lo era la brecha entre la percepción y la realidad. Así, cuando decían que habían trabajado 60 horas a la semana en realidad solo eran 44; cuando hicieron cuentas de 74 en realidad eran 54 horas. “Solo muy contados individuos trabajan realmente 60 horas a la semana”.En cuanto al sueño, Vanderkam encontró el mismo patrón: la gente cree que duerme poco, apenas un promedio de 6,7 horas, pero los estudios lo han establecido en 8,7, aun en familias con hijos menores de 6 años. Según dice Eliana López, gerente de Michael Page, la gente labora en promedio 48 horas a la semana y duerme 56 horas, lo cual dejaría libres 54. “La gran pregunta es qué está haciendo con ese tiempo”, dice.La autora cita un sondeo de la Oficina de Estadísticas Laborales en Estados Unidos que pudo establecer que la gente pasa a diario más de cinco horas frente a la televisión o en reuniones con amigos, entre otras actividades de ocio. Aún quienes trabajan tiempo completo tienen cuatro horas de esparcimiento al día. Y los que tienen hijos menores de 6 años cuentan con 3,4 horas para sí mismos. Si a diario todos tienen casi ocho horas libres, ¿por qué persiste la idea de la vida agitada?Hay varias explicaciones. Para la autora, la gente tiende a exagerar en este tema porque la mente humana registra más los eventos negativos que los positivos. Esto lleva a que un trabajador asuma que su día pesado más reciente es el típico de su vida. Otro factor que contribuye a esta falsa percepción es que muchos no saben diferenciar qué es trabajo y qué no. “¿Leer el periódico en la oficina es trabajo? ¿El tiempo de viaje de la casa a la oficina cuenta?”, pregunta ella.Además, estar ocupado es un sinónimo de estatus y, por eso, a todos les gusta decir que están agobiados en su oficina para sentirse importantes. “Si yo hago esperar al otro o retraso a los demás estoy diciendo que soy más importante que ustedes”, dice Ana Sarmiento, asesora empresarial en el tema de recursos humanos. Para Vanderkam, además, el trabajo es un espacio competitivo y todos quieren verse ocupados y necesarios para conservar su puesto.Sarmiento cree que esto también sucede por incapacidad de planear el día, no solo en cuanto a tener claras las prioridades sino a saber cómo ejecutarlas. “Al no tener eso en foco suena el teléfono y la persona se engancha en una conversación y en otra, y así llegan las cuatro de la tarde con la sensación de que tenía mucho que hacer pero no hizo nada”, dice. De esta forma, los asuntos por resolver se desplazan para el día siguiente y así se va creando la idea de que hay mucho pendiente.Los expertos consideran que muchas personas trabajan ineficientemente. Si bien sienten la presión del tiempo sobre sus hombros, a la hora de la verdad su rendimiento no es tan alto. “Muchos hacen vueltas de banco todavía cuando se puede pagar por internet o se toman un cafecito con el amigo. Luego se quejan de que tienen que trabajar hasta tarde”, dice.El problema de creerse muy ocupado, según Vanderkam, es tomar decisiones vitales equivocadas, como, por ejemplo, dejar la carrera por criar hijos o lo contrario. “La gente escucha constantemente que no hay tiempo para las dos cosas, pero si supiera que el promedio de los padres que trabajan duermen suficiente, les daría una perspectiva diferente”. También genera culpas porque la gente cree que pasa menos tiempo en lo prioritario, cuando esto puede no ser cierto. La mayoría de los que se quejan de tener mucho oficio, en realidad trabajan menos de lo que ellos mismos creen. Por eso, la principal manera de recuperar momentos vitales es mirar en qué se va el tiempo cada semana (ver recuadro). “Saber a donde va nuestro tiempo permite tomar decisiones diferentes basado en evidencia y no en la historia que cada quien se dice a sí mismo”, dice la autora. Después de todo las horas son la materia prima de la vida y como se gasten produce la historia de cada cual. Una que puede estar llena de momentos satisfactorios o de frustraciones.Pasos para encontrar horasLa autora sugiere algunos consejos sobre cómo abrir espacio en la agenda para lo importante. - Registrar cada hora que pasa. Este ejercicio ayuda a tomar conciencia de que hay mucho espacio libre a pesar del trabajo y otras responsabilidades. Dividir el tiempo en 168 horas es mejor que en fracciones de 24 horas porque permite ver el panorama más amplio. “Si una madre siempre sale temprano del trabajo para ver a sus hijos sentirá que se está perdiendo de oportunidades laborales. Pero si mira en el contexto de la semana puede decidir quedarse dos días semanales hasta tarde para no sacrificar ninguno de sus intereses”, explica.- Decidir qué hacer con ese tiempo libre. Hay que poner prioridades pero también ser más eficiente en la manera de ejecutar las tareas. López y Sarmiento aconsejan hacer listas de cosas pendientes pues cada vez que se tacha una, se siente gran satisfacción. En cuanto a las tareas grandes, lo mejor es fragmentarlas en pequeños logros para poder cumplirlas mejor. Otra idea es planear la semana y no solo el día. Lo que no sirve, que no estorbe. Identificar las cosas en las que no se quiere perder tiempo es crucial para reorganizar la vida. Por ejemplo, algunas funciones se pueden delegar o hacer más fácilmente con los medios electrónicos, como las vueltas del banco o las aplicaciones para hacer el mercado.- Sea honesto. Según Vanderkam, al decir que está ocupada, la gente evita tomar decisiones importantes como qué hacer con sus 54 horas libres a la semana. De la honestidad de cada cual depende asignarlas a temas verdaderamente prioritarios.- Cambie su discurso. En lugar de decir no tengo tiempo, diga no voy al médico porque mi salud no es importante y si esa frase no suena bien hay un problema. “Cambiar el lenguaje nos recuerda que el tiempo es una elección. Si no le gusta cómo lo gasta puede escoger otra cosa”.