Se quedó con los crespos hechos el presidente Andrés Pastrana porque su parejo de baile, el comandante 'Tirofijo', en fin de cuentas no asistió a la rumba programada en San Vicente del Caguán. Pero en fin, poco importa: la rumba prometía ser extraordinaria. Nada menos que dos mil invitados llamados 'especiales' y transportados en avión, sin contar cinco mil campesinos de la zona venidos en flota o en canoa. El cuerpo diplomático en pleno, incluido el embajador de Estados Unidos. Dos premios Nobel, de literatura el uno y de la paz el otro. Varios ex jefes de Estado nacionales y extranjeros. Las madres de los soldados retenidos por la guerrilla. Empresarios, negritudes, arzobispos, Iván y sus Bam Band, guerrilleros armados de fusiles, artistas y teatreros, francotiradores en el campanario de la iglesia del pueblo, los Aterciopelados, el doctor Valencia Cossio, policías, quinientos periodistas, la mitad del Congreso, un centenar de alcaldes, varios payasos andando en zancos. Y había de todo: veinte lechonas a la brasa, ternera a la llanera, sombreros blancos con cinta tricolor, himno nacional con más estrofas de las habituales, banderas de Colombia, cuatro mil rollos de papel higiénico enviados en un Hércules de la FAC, misa campal, trago a rodos (a pesar de la ley seca), discursos. La rumba se pagaba a medias, pero entre todos: mitad con los impuestos del gobierno, mitad con la extorsión de la guerrilla. Prometía ser, ya digo, un rumbonón.No era seria, claro está. Pero ¿por qué iba a serlo? Era 'muy nuestra'. Como el discurso mismo del presidente Andrés Pastrana, repleto hasta los topes de 'lo nuestro': frases de García Márquez, elogios a la tradición civilista de nuestras Fuerzas Armadas, referencias al narcotráfico, al Pibe Valderrama, al doctor Patarroyo, a Botero, a Shakira y a la bandera, y _ya con la voz quebrada de sentimiento_ a "la sublime emoción de esta mañana llanera y el profundo orgullo de ser colombianos". Y, claro esta, un centenar de menciones de la palabra 'paz'. Y, sobre todo _y de todo ese todo eso era sin duda lo más 'nuestro'_ diez minutos completos de salutaciones a toda suerte de autoridades, desde ministros, obispos, procuradores, y alcaldes hasta los "señores miembros de la insurgencia". Sólo faltó ese grito que se oye siempre en los discos de música 'nuestra' lanzando un viva al patrocinador, que suele ser un narco.La rumba de la paz de San Vicente del Caguán no era seria porque era muy nuestra. Y lo nuestro es la rumba y la falta de seriedad.Tal vez algún lector memorioso recuerde todavía, si la niebla de las rumbas de fin de año no se la ha borrado de la mente, aquella rumba con que despedimos el año 98 antes de saludar el 99 con esta de San Vicente, y que fue menos multitudinaria pero igualmente 'nuestra'. Aquella en que, por pura casualidad, fueron detenidos dos congresistas presos por enriquecimiento ilícito que se habían escapado de la cárcel para irse a rumbear con un secuestrador buscado por la policía, un alcalde hermano del secuestrador, unos paramilitares, unos esmeralderos, un sobrino del célebre narcotraficante 'El Mexicano' y unas delegadas de la Fiscalía. Y los músicos, claro. Creo recordar que en esa no estaba el obispo de turno. Pero también _según dijeron los parlamentarios fugados_ era una rumba por la paz.Es que los colombianos somos rumberos. Si nos invitan a una rumba, vamos, estemos donde estemos: en la cama ya acostados, o presos en un pabellón de alta seguridad. Sea en donde sea: en la cárcel de Palmira o en la casa cural de San Vicente del Caguán. Sea con quien sea: con unos congresistas, con unas actrices de la televisión, con unos guerrilleros. Y siempre nos disculpamos _ante la señora, ante la justicia, ante el electorado_ diciendo que era una rumba por la paz.Yo recuerdo una a la que me invitaron una vez _y fui_ en el zancuderío de un billar sobre el río Guayabero, allá lejos. La concurrencia, como siempre, era variada y 'muy nuestra'. Funcionarios del PNR, colonos cocaleros de la selva, guerrilleros de un frente de las Farc que bailaban con el cañón del FAL golpeándoles las corvas, dos mujeres narcas y sus guardaespaldas que habían subido por el río en una 'voladora' para pagar el gramaje (y la más joven, muy linda, se quejaba de que para acudir a la rumba había tenido que dárselo a un mayor del ejército en San José del Guaviare), putas traídas de Granada, Meta, miembros de ONG, lancheros, pescadores, un alcalde. Y el infaltable periodista, que era yo. Recuerdo que rumbeamos por la paz.De los de aquella noche, no sé cuántos estén ya muertos.